una simple explicación que permite entender por qué Boca y River se fueron rápido y mal del Mundial de Clubes

una simple explicación que permite entender por qué Boca y River se fueron rápido y mal del Mundial de Clubes

El balance de los equipos argentinos tras las tempraneras eliminaciones en el Mundial de Clubes es certero: cien por ciento lucha, cero por ciento fútbol. Tanto River como Boca quedaron en deuda desde lo futbolístico y se despidieron rápido de la competición. Por historia y peso propio, el elenco de Marcelo Gallardo debió pasar de ronda en un grupo que compartió con dos equipos de menor relieve como Urawa Reds Diamonds y Monterrey de México. Como consuelo tonto les quedará a los riverplatenses saber que fueron superiores contra los mexicanos en el duelo clave. Y los dirigidos por Miguel Ángel Russo se vuelven a Argentina con las mismas dudas de siempre y tras un empate ignominioso contra los semiprofesionales de Auckland City. El mentiroso alivio de los boquenses es esa caída por la mínima contra el coloso Bayern Múnich, que pudo haberlo goleado y que lo pasó por arriba en 75 de los 90 minutos del encuentro.

La chapa de los octavos de final no miente: adentro los 4 brasileños y afuera los dos argentinos. Y es justo que así sea porque la diferencia estuvo en el campo de juego, en el fútbol que regalaron unos y otros. Una aclaración necesaria: meter el tema de las SAD en el medio es, como mínimo, oportunista.

Pero cuesta encontrar jugadas lindas y elaboradas de River y de Boca a lo largo y ancho de los seis partidos que disputaron. Tampoco se vislumbraron ideas aceitadas ni novedosos movimientos tácticos. Más bien todo lo contrario: Boca no supo cómo penetrar la defensa ordenada y previsible de Auckland y a River le costó imponerse frente a Urawa. Para el recuerdo apenas quedarán la competitividad del ser nacional, la pasión para rebelarse ante la superioridad de los europeos (Inter y Bayern Múnich), la valentía y el orgullo argento. En definitiva, el corazón.

Lo que sucede es que para ganar en el fútbol hay que sumarle algo al honor. Y, se insiste, es funcionamiento colectivo lo que no mostraron Boca y River.

Para encontrar las razones del poco vuelo futbolístico de ambos habría que hacer un estudio más pormenorizado y generalizado. Pero no hay dudas de que la competencia interna, el fútbol nuestro de domingo tras domingo, empareja para abajo. Se ha hablado hasta el hartazgo de la ridiculez de presentar un torneo de 30 clubes cuyos planteles terminan siendo conformados por futbolistas de nivel de B Nacional.

El mejor diagnóstico suele realizarlo Lionel Scaloni: además de casi no convocar a jugadores del medio local, suele preferir que los futbolistas se desempeñen en ligas de segundo orden de Europa o Brasil, que crece y crece con el apasionante Brasileirao de 20 equipos que casi siempre juegan por algo hasta la última jornada. Un dato no menor: Germán Pezzella y Marcos Acuña (de enorme rendimiento en Estados Unidos) dejaron de formar parte de la Scaloneta desde que retornaron a River.

En resumen, para trascender en torneos de tan alto nivel como el Mundial no alcanza con correr y dejar el alma. Comúnmente, a los goles que llevan a las victorias se llega elaborando juego y no a los empujones. Para muestra alcanza con repasar la consagración de la Scaloneta en Qatar: puso lo que tenía que poner, por supuesto, pero además regaló 70 minutos de vuelo futbolístico difícil de igualar en la final contra Francia. No hay que confundirse: Argentina fue campeón porque jugó muy bien al fútbol, no simplemente porque trabó con la cabeza y porque tuvo la hinchada más numerosa y ruidosa.

Porque tampoco se vence por tener a miles y miles de fieles que empeñan gran parte de sus vidas para acompañar a los amados escudos. Una obviedad que se lamenta: algún partido se puede ganar desde el tablón, pero no un torneo.

River y Boca se van entonces sin pena ni gloria en un Mundial que aún tiene con vida a equipos chatos como Inter Miami o Monterrey y regulares como Benfica, Fluminense y Borrusia Dortmund. Para los más grandes de Argentina será hora de barajar y de empezar de nuevo atendiendo las lecciones que brindó el Mundial de Clubes. Ambos saben, además, que necesitan renovar sus planteles bajando el promedio de edad. Y lo más urgente: abrazarse a una idea de juego y trabajarla con convicción hasta que se vislumbre en el campo. Recién ahí tendrán derecho a un ilusión verdadera.