El servicio secreto papal entrenó a sacerdotes para ser espías, se infiltró en la URSS y luchó contra el comunismo

El servicio secreto papal entrenó a sacerdotes para ser espías, se infiltró en la URSS y luchó contra el comunismo


El Vaticano tiene su propio servicio secreto de inteligencia y una extensa lista de “James Bonds con sotana” entrenados para manejar armas de fuego y saltar en paracaídas, entre otros juegos de inteligencia y manipulación más sofisticados. Sus agentes están a la vanguardia de las artes del espionaje y tan bien entrenados que han logrado salvar a varios papas de intentos de asesinato.

El nuevo libro “Vatican Spies: From the Second World War to Pope Francis“, del historiador francés Yvonnick Denoël, revela una extraordinaria trama secreta que incluye relatos sobre las negociaciones secretas entre Juan XXIII y Kruschev, la relación de Pablo VI con la CIA, los sacerdotes infiltrados en la URSS, el lavado de dinero del Caso Calvi y el Banco Ambrosiano y algunos crímenes sin resolver. Incluso le da nombre al servicio secreto papal: “La Entidad”.

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Llevo más de 15 años escribiendo artículos y libros sobre inteligencia“, relata Denoël. “Como investigador y editor, estoy muy al corriente de los ensayos y noticias que se publican sobre estos asuntos. Después de recopilar cientos de referencias y volúmenes, llegué a la conclusión de que no existía un libro fiable y exhaustivo que detallara la relevancia que tuvo la inteligencia en la historia contemporánea de la Santa Sede”.

Y continúa: “Pensé que no me llevaría mucho tiempo y que no ocuparía más de cien o doscientas páginas, con las inevitables lagunas. Mi mayor sorpresa fue que, cuanto más investigaba, mucho más se ensanchaba el horizonte al que quería acercarme con hallazgos y descubrimientos absolutamente asombrosos“.

La larga sombra de la Entidad, cuyos agentes al parecer también estuvieron involucrados en el encubrimiento de escándalos financieros y asesinatos a sangre fría, según el libro, salió a la luz tras un famoso doble crimen ocurrido en 1981 en el Vaticano, cuando Yvon Bertorello, un joven sacerdote, reveló la existencia de un “Estado dentro del Estado” para “desestabilizar los regímenes comunistas”.

“La diplomacia se utilizó con frecuencia como tapadera. En realidad, era una red de agentes de inteligencia”, dijo Bertorello al autor. “Algunos de ellos podían usar la sotana, pero sin embargo no estaban en las órdenes sagradas”, agregó.

Bertorello le confesó a un periodista italiano que, durante el reinado del Papa Juan Pablo II, el Vaticano logró crear una “red cerrada” de células de agentes de inteligencia repartidas en todo el mundo. Los agentes eran reclutados entre sacerdotes, universidades u organizaciones paramilitares, aseguró. El ex espía relató que durante cuatro años recibió entrenamiento de un sacerdote polaco que le enseñó códigos de espionaje y fotografía secreta.

Los sacerdotes que participan en operaciones de inteligencia o contrainteligencia deben aceptar cierto grado de mentira y manipulación“, relata Denoel. “Ahora bien, y esto es importante: no he encontrado ninguna prueba de homicidio cometido por espías vaticanos. Es más, cuando los topos de Oriente han sido desenmascarados dentro del Vaticano, el castigo ha sido frecuentemente el exilio a un monasterio, sin necesidad de un juicio”.

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El brazo de inteligencia secreto papal, que ha tenido muchos nombres a lo largo de los años, depende directamente de la Secretaría de Estado, que tiene su sede en el Palacio Apostólico de la Ciudad del Vaticano aunque todos los pontífices han estado al tanto, e incluso involucrados, en las operaciones secretas más importantes, asegura el autor del libro.

Dentro de la “vigilanza“, cuyo personal está compuesto principalmente por ex policías y agentes de inteligencia italianos, hay unidades de servicios secretos entrenadas para realizar escuchas telefónicas, controlar el correo entrante y saliente y vigilar a los sospechosos. A veces, incluso, han operado en las sombras para evitar que salgan a la luz nuevos escándalos.

Según Yvonnick Denoël, que recopiló testimonios de ex agentes de la CIA o de servicios italianos, franceses y otros que trabajaron con el Vaticano, en el servicio secreto papal hay alrededor de 120 oficiales, incluidos detectives vestidos de civil y agentes de protección personal, cuyo trabajo es garantizar que el Papa permanezca a salvo, sobre todo después de intentos de asesinato en el pasado. Pero hay más…

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El futuro Papa Pío V creó la Santa Alianza, la primera red de espionaje del Vaticano

Los orígenes del servicio secreto papal se remontan a la batalla de la Iglesia Católica contra la Inglaterra protestante en el siglo XVI y, más particularmente, contra la reina Isabel I. En ese momento, Pío IV nombró como jefe de sus espías a Antonio Ghislieri, que sería conocido como el “Papa en la sombra”.

La tarea de Ghislieri era construir una red de inteligencia que sirviera para combatir a los enemigos de la Iglesia, incluida Inglaterra. La importancia de Ghislieri fue tan grande dentro de los muros del Vaticano que en 1566 fue elegido Papa con el nombre de Pío V y durante su reinado creó una agencia de espionaje formal llamada la Santa Alianza.

En el siglo XIX, el Papado se dio cuenta de que necesitaba volver a poner en marcha un sistema de inteligencia formal para contrarrestar todas las revoluciones que arrasaban Europa y las Américas. Pero la idea no se concretó hasta 1903, cuando el Papa Pío X creó La Entidad, que asumió un papel cada vez más central en el mundo de la inteligencia internacional.

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Inicialmente, la Entidad fue diseñada para reclutar agentes e informantes, interceptar el correo, seguir sospechosos y purgar a cualquiera que fuera visto como una amenaza para la ideología conservadora de la Iglesia Católica. Paralelamente, se libró una guerra de espías global que convirtió al Vaticano en blanco de los servicios de inteligencia extranjeros.

Durante la Primera Guerra Mundial, la inteligencia del Vaticano tuvo un papel clave en el encubrimiento de un gran escándalo, cuando se descubrió que el principal ayudante del Papa Benedicto XV era un agente alemán.

Más tarde, durante el auge del fascismo en Italia, el Vaticano se convirtió en un verdadero nido de espías cuando los agentes del Papa permitieron a las fuerzas de seguridad de Mussolini acceder a las dependencias privadas de los embajadores extranjeros para robarles sus secretos.

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En 1929, después de que se firmaron los Pactos de Letrán con Benito Mussolini en 1929, el Vaticano llegó a un acuerdo con el régimen italiano para la cooperación en la creación de redes diseñadas para infiltrarse en la URSS, el primer paso clave para construir alianzas con muchos otros servicios de inteligencia occidentales, incluidos la CIA, el MI6 y el servicio secreto francés.

Según el autor, el Vaticano no influyó realmente en el curso de la Segunda Guerra Mundial, pero estuvo involucrado en algunas maniobras, como “la información proporcionada por Pío XII a Francia y Gran Bretaña a principios de 1940 sobre un inminente ataque alemán, que no se creyó, y operaciones financieras particularmente audaces que podrían haber causado un escándalo después de la guerra. También hablo de rutas de escape para soldados aliados que pronto fueron reemplazadas para uso de los nazis… Todo esto el Papa lo sabía perfectamente“.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Mussolini y Hitler, que desconfiaban de las posibles intrigas del Papa Pío XII, hicieron grandes esfuerzos por espiarlo, “mientras él se mantenía sumamente cauteloso”, dice el autor. Tras la guerra, la Santa Sede se convirtió en un hervidero de espías en “misión especial”. “Todos los servicios secretos occidentales estaban conectados a ella de una manera u otra”, escribe Denoël. “El Vaticano no fue una excepción”.

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Los espías del Vaticano asumieron posteriormente un papel cada vez más importante a medida que se desarrolló la Guerra Fría. “La Santa Sede no siempre fue tan neutral como se empeña en parecer, especialmente durante la Guerra Fría. Al contrario, las potencias de entonces le atribuyeron intenciones que no tenía”.

Fue entonces cuando las potencias occidentales se dieron cuenta de que en la Iglesia tenían una vasta red informal de información gracias a los sacerdotes locales. Estos curas-espías recopilaban informes sobre la situación social, económica y política local de sus parroquias repartidas por el mundo. Informes que, con el tiempo, se filtrarían a la Secretaría de Estado.

En 1930, el ambicioso Eugenio Pacelli se convirtió en Secretario de Estado y creó lo que se conocería como Russicum, para resistir la opresión comunista en la URSS, que rechazaba a Dios y perseguía a los cristianos practicantes. Con la ayuda de la CIA y el MI6, la Russicum entrenó a decenas de sacerdotes de habla rusa en “lucha, atletismo, combate abierto, entrenamiento con armas de fuego y… paracaidismo”, dice el libro.

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La CIA ayudó a falsificar la identificación requerida para los sacerdotes agentes, de quienes también se esperaba que desarrollaran sus propias identidades e historias falsas, mientras que un informe de inteligencia francesa describió al Russicum como una “verdadera ‘división de acción’”, que ayudó a los franceses a infiltrarse en los países del Bloque del Este.

“Hay demasiados rastros en los archivos… como para creer que todo lo que ocurrió fue responsabilidad exclusiva de sacerdotes extremistas y marginales. Y sería subestimar a Pacelli [el Papa Pío XII] creer que ignoraba lo que estaba sucediendo cuando, a partir de 1944, él mismo ocupó el cargo de secretario de Estado”, dice Denoël.

Después de la Segunda Guerra Mundial, muchos sacerdotes permitieron que sus iglesias se convirtieran en escondites de la red “Gladio”, inspirada por la CIA, destinada a ofrecer resistencia en caso de que los soviéticos tomaran el poder en Italia, pero que también estuvo vinculada a varias atrocidades de extrema derecha.

El programa Russicum terminó a mediados de la década de 1950, cuando se supo que los soviéticos estaban deteniendo a estos sacerdotes agentes a un ritmo frenético. Muchos espías del Vaticano que trabajaban encubiertos en la Unión Soviética habían arrestados, torturados y, en ocasiones, asesinados mientras agentes soviéticos se habían infiltrado en el Russicum.

“Había más espías en el Vaticano que en las películas de James Bond”

Ordenado en completo secreto en la Polonia comunista, el polaco Karol Wojtyla se convirtió en el Papa Juan Pablo II en 1978 y su objetivo era el comunismo. De hecho, desempeñó un papel clave en el fin de la Guerra Fría y la disolución de la URSS, como reconoció Mijail Gorbachov: “El derrumbe de la Cortina de Hierro habría sido imposible sin Juan Pablo II”.

Inmediatamente después de su elección como Papa, Wojtyla creó una sofisticada unidad secreta especial que llevaba a cabo operaciones encubiertas en la Unión Soviética, contra la que el Papa se volvió cada vez más confrontativo. Los sacerdotes introducían de contrabando maletines llenos de dinero en la Polonia comunista para ser entregados a los miembros de Solidaridad, el movimiento de resistencia al régimen.

Durante este tiempo, los tentáculos del espionaje vaticano se extendieron incluso a países de Sudamérica, donde el Opus Dei -considerada durante mucho tiempo como una influencia maligna dentro de la Iglesia- se codeaba con dictadores fascistas y los apoyaba públicamente.

“El continente sudamericano se convirtió así”, escribe Denoël, “en el terreno de una lucha encarnizada por la influencia entre un Opus Dei dispuesto a apoyar a las juntas militares de extrema derecha anticomunista y los jesuitas que, sin ser propiamente marxistas, consideraban prioritario defender a los más desvalidos de la sociedad, incluso si eso significaba tomar partido políticamente”.

Mucho más tarde, Tomas Turowski, un ex espía convertido en embajador polaco, dijo que durante el reinado de Juan Pablo II “había más espías en el Vaticano que en las películas de James Bond”. “Un sacerdote, cuyo nombre clave era ruso y que transmitía noticias a los servicios polacos, trabajó hasta hace poco en el Vaticano para el Papa Francisco”, dijo.

Durante las siguientes décadas, la Entidad estuvo detrás de numerosas operaciones secretas y posiblemente cumplió un papel clave en el encubrimiento en casos como el de Alois Estermann, jefe de la Guardia Suiza, y su esposa Gladys Romero, que en 1981 fueron encontrados muertos a tiros en su apartamento del Vaticano, junto al cuerpo de un guardia suizo llamado Cedric Tornay.

Cada sucesivo Papa estuvo involucrado de una u otra forma en la realización de operaciones secretas de Inteligencia, dice Denoël. “El sentido común nos dice que lo más lógico sería que delegaran estas competencias de gestión diaria al Secretariado de Estado, pero la realidad nos dice que a veces teledirigieron estas funciones“.

Denoël también destaca el papel destacado de los asistentes personales de los papas: “Poco conocidos por el público general, su función y utilidad resultaron trascendentales para la coordinación de operaciones secretas, pues podían moverse y reunirse con gente sin llamar la atención ni dejar huellas”.

Por último, el autor menciona en su libro una organización llamada Better Church Governance Group, financiada por empresarios católicos ultraconservadores enemistados con el Papa Francisco que buscan destapar información sucia sobre los “papabili“, los favoritos entre los cardenales progresistas para convertirse en el próximo pontífice. El objetivo: influir en el resultado del próximo cónclave.

DS / lr