Oswiecim, la ciudad atravesada por la memoria de Auschwitz y el estigma del horror | Internacional

Oswiecim, la ciudad atravesada por la memoria de Auschwitz y el estigma del horror | Internacional


Los habitantes de Oswiecim, cuando viajan, están acostumbrados a generar todo tipo de reacciones al decir de dónde son. Barbara Daczynska, de 40 años, alguna vez ha contestado que es de Cracovia, a unos 70 kilómetros, para evitar comentarios o preguntas como: “¿Y en qué barracón vives?”. Oswiecim es el topónimo polaco de esta ciudad de 35.000 habitantes del sur de Polonia. En alemán se dice Auschwitz, el lugar que el Tercer Reich de Adolf Hitler eligió para construir el mayor de sus campos de exterminio, donde el régimen nazi mató a 1,1 millones de personas. La mayoría de las víctimas fueron judíos asesinados en cámaras de gas.

En la ciudad insisten en que “lo que pasó”, como suelen decir, representa solo cinco de los 800 años de historia del municipio. Reivindican que allí la vida es como en cualquier otro sitio, pero ese lustro de ocupación alemana —entre el 3 de septiembre de 1939 y la liberación el 27 de enero de 1945, de la que se cumplen 80 años este lunes— convirtieron Oswiecim en Auschwitz y han impregnado de forma indeleble la localidad. Los dos principales campos, Auschwitz I y Birkenau, a las afueras del pueblo, han pasado a la historia como sede principal del Holocausto, el lugar que simboliza la barbarie y el horror nazi.

A cuatro días del aniversario de la llegada del Ejército rojo, al que asistirán algunos de los sobrevivientes que quedan y representantes de medio centenar de países, la ciudad está casi vacía. En la margen occidental del río Sola, donde están los campos —y también hay casas unifamiliares y bloques de viviendas soviéticos coloreados—, no se ve el trajín habitual de autobuses que cada año traen a unos dos millones de visitantes. Al otro lado del río, en torno al centro histórico al que no suelen cruzar los turistas, los habitantes siguen con su día a día.

El vicealcalde, Krzysztof Kania, expone en una sala de juntas del Ayuntamiento: “Una tarea muy importante que hacemos a diario, casi nuestra misión, es explicar que la ciudad existía mucho antes de la II Guerra Mundial y era colorida, multicultural, con tres grandes grupos: polacos, judíos y población romaní”. Los nazis la eligieron porque era un importante nodo ferroviario. El vicealcalde añade que era también un centro económico importante por su cercanía a ciudades industriales en Polonia y de otros países de Europa.

Kania detalla satisfecho algunos de los principales activos del municipio: zonas verdes, actividad industrial ―sobre todo en el sector químico―, y un equipo de hockey sobre hielo que es campeón nacional y un orgullo local. “Es una ciudad viva, próspera y floreciente”, resume. Pero “la memoria de lo que pasó en los campos” está muy presente también, con museos y fundaciones que completan el trabajo del memorial y museo Auschwitz-Birkenau, dedicado a la memoria del campo de concentración y de exterminio desde 1947. Oswiecim, señala, tiene el título de “ciudad de la paz”, una denominación que abrazan como objetivo y legado para el futuro.

Artur Szyndler, que combina una larga barba gris con una moderna chaqueta Fred Perry, dirige el Museo Judío Oshpitzin. En un moderno café erigido en la casa de Szymon Kluger, el último judío de Oswiecim, fallecido en 2000, Szyndler cuenta que la gran mayoría de los 8.000 miembros de esa comunidad murieron en el Holocausto. El 18 de abril de 1941, Rudolf Höss, comandante del campo, certificó en un documento que todos habían sido deportados del pueblo, que antes de la guerra tenía unos 14.000 habitantes.

El museo judío se encuentra frente al Castillo, en el casco histórico de la ciudad, que tiene rasgos del imperio austrohúngaro, al que pertenecía. Szyndler reconoce que “mucha gente no se siente cómoda” en Oswiecim, tampoco en esta margen del río. “Hay un sentimiento muy fuerte de que este es el lugar”. Y luego están algunas respuestas “irracionales”, “surrealistas” —cuenta sin entrar mucho en el tema—, como “algunos que dicen que oyen voces la primera vez que vienen”.

En la fundación MDSM, las siglas en polaco del Centro Internacional de Encuentros entre Jóvenes, creado en 1986 para juntar a las nuevas generaciones de polacos, alemanes y judíos, explican que ese aspecto sobrecogedor de la ciudad echa para atrás a los jóvenes israelíes, que prefieren no pernoctar en sus instalaciones. La directora, Joanna Kleczar-Déodat, relata que la ubicación de la institución generó polémica antes de su creación. “Decían que este era el último lugar donde debía construirse”. Los fundadores y los sobrevivientes querían, sin embargo, “comenzar desde la historia, por dolorosa que fuera”.

Mediante el contacto personal entre descendientes de antiguos perpetradores y víctimas, el centro busca estrechar las diferencias, tumbar estereotipos y educar a los jóvenes. A los chavales alemanes que llegaban arrastrando la carga de la culpa, los supervivientes del Holocausto les decían: “No sois culpables, pero sois responsables de que todo eso no vuelva a ocurrir nunca más”.

Hila Weisz-Gut, en la sinagoga que forma parte del Museo Judío Oshpitzin, en Oswiecin, este viernes.
Hila Weisz-Gut, en la sinagoga que forma parte del Museo Judío Oshpitzin, en Oswiecin, este viernes.G. R-P

En Oswiecim vive una mujer judía desde hace un año y medio, que eleva la mano, estira los dedos y señala su alianza para explicar qué hace allí. Es Hila Weisz-Gut, israelí de 34 años que se enamoró de un polaco en un viaje de estudio en 2021 y ahora trabaja en el museo que dirige Szyndler. “Alguna gente no entiende cómo puedo vivir aquí, pero yo soy investigadora del Holocausto y es donde tengo que estar”.

Ella llegó a Oswiecim en busca de respuestas sobre su familia, pero no consiguió muchas. “Hay dos tipos de sobrevivientes: los que hablan y los que no. Mi abuela era de los segundos”. La madre de su padre fue prisionera en Monowitz, uno de los campos de trabajo del complejo de subcampos de Auschwitz. Lo único que sabe es que su bisabuelo y sus seis hijos fueron deportados desde territorio húngaro (hoy Rumania). Su abuela y otro hermano fueron seleccionados para trabajar. Al resto les enviaron directamente a la cámara de gas.

Los polacos durante la ocupación

En un recorrido por la colección del museo, Weisz-Gut se detiene frente a una foto en la que se ve una larga cola de judíos siendo deportados, vigilados por guardias nazis. La mujer señala a las ventanas, donde hay vecinos observando desde la distancia. “La principal pregunta es esa: por qué no hicieron nada”. Aunque añade: “Al mismo tiempo, sabes que tenían a soldados armados dispuestos a dispararles; no puedes juzgarles, pero…”.

La pregunta sobre qué hicieron los vecinos polacos durante la guerra es recurrente. Daczynska no se la podía quitar de la cabeza. “Los ciudadanos de Oswiecim sabían lo que ocurría. Veían trenes llegar llenos y salir vacíos. Y el olor de los cuerpos quemados… Mi abuelo, Eugeniusz Daczynski, contaba que hasta podía sentirlo en los labios. Pero, ¿qué podían hacer?”, reflexiona. A ella le obsesionaba tanto la cuestión que se puso a investigar y junto con Joanna Sieranc-Sadza ha comisariado la exposición Stadt Auschwitz 1939-1945, inaugurada esta semana en el Museo del Castillo de la ciudad. En ella documentan historias de polacos que intentaron ayudar a los presos. También describen los planes de los nazis para construir, con mano de obra esclava, una ciudad jardín en torno a la fábrica de caucho sintético y combustibles líquidos de IG Farben, hoy sede de la empresa polaca Synthos.

Barbara Daczynska, este sábado en la plaza principal de Oswiecim, que los nazis rebautizaron con el nombre de Adolf Hitler.
Barbara Daczynska, este sábado en la plaza principal de Oswiecim, que los nazis rebautizaron con el nombre de Adolf Hitler.G. R-P.

Durante la ocupación, la mayoría de los polacos fueron expulsados también de Oswiecim y otras ocho localidades situadas en los 40 kilómetros cuadrados que formaban la conocida como “zona de interés”. Al finalizar la guerra, llegaron ciudadanos de otros lugares atraídos por las infraestructuras —la fábrica y viviendas, especialmente— construidas por los nazis. “Era una ciudad diferente”, explica Szyndler, cuya familia se encontraba entre los nuevos habitantes. Apenas 186 judíos se animaron a regresar a sus casas. “No fueron bien recibidos”, recuerda el director del museo judío.

La relación de los polacos con el Holocausto ha sido a menudo fuente de controversia en Polonia. El Museo del Recuerdo de los Residentes de Oswiecim, abierto en 2020 en un antiguo almacén de víveres de las SS, intenta dar también respuesta a qué hicieron los vecinos. “Hubo héroes locales que trataron de ayudar de distintas maneras”, explica en su despacho la directora, Dorota Mleczko. Se jugaban la vida, subraya. Y alguno acabó asesinado en el campo.

El museo, auspiciado por el anterior Gobierno polaco, nació envuelto en la polémica. Durante el mandato del partido ultraconservador de Ley y Justicia (PiS), historiadores y otros intelectuales denunciaron su política de memoria como un intento de reescribir la historia, ensalzando la heroicidad de una minoría de polacos e ignorando la pasividad de la mayoría o el colaboracionismo de otros. Una ley que luego tuvo que suavizar contemplaba incluso encarcelar a quien cuestionara el papel de Polonia en la II Guerra Mundial. Mleczko niega injerencia de aquel Ejecutivo: “No huimos del hecho de que hubo colaboracionistas, pero el objetivo del museo es honrar a los que ayudaron. No es el momento de juzgar ni estigmatizar a nadie; nadie sabe qué haría en aquella situación con la amenaza de acabar en el campo”.

El paso de los años se va llevando a los supervivientes, pero la ciudad de Oswiecim no olvida. El abuelo de Daczynska nunca superó aquellos cinco años. “Hasta en la comunión de mi hermana se puso a hablar de los crematorios”, recuerda la nieta, que trabaja en el MDSM. “Murió con estrés postraumático”. Dos generaciones después, ella creció marcada por el horror que sucedió al lado de su casa. Ha intentado poner distancia, como cuando dice que es de Cracovia, pero no lo ha conseguido, como demuestra la exposición que muestra orgullosa este sábado: “Al final Auschwitz siempre te atrapa”.