La ciencia no importa, la verdad no existe y la razón es un invento progre, como los derechos humanos, para liberar al humano del yugo orgulloso de la tradición. Encontré similitudes entre el discurso de toma de posesión de Donald Trump y el de Nicolás Maduro: la misma vacuidad, el mismo ego enfermo y el mismo alejamiento de la realidad. Y, hoy, la realidad, es la de Pirandello: así es, si así consigo que os parezca. El viejo/nuevo orden social emana de la fuerza, del poder que se deriva del uso arbitrario de ella y del miedo que su amenaza ejerce. Adiós a la hegemonía, bienvenida dominación, en un mundo de suma cero. Esa es la edad dorada para los nuevos señores tecno-feudales y los caricatos de políticos peligrosos de los años 30 del siglo pasado. Pero, eso sí, los negocios privados, espaciales y de IA serán financiados con dinero público que se escatima para sanidad o educación. ¡Que viva mi libertad!
La tibia respuesta al chantaje público de un plutócrata, el cambio radical de posición del fondo de inversión BlackRock sobre las políticas de sostenibilidad y la catatonia en que ha caído la Unión Europea ante la mayor amenaza a su propia existencia son solo tres hechos recientes de los que hacen temblar las creencias de quienes pensamos que la razón es lo que nos hace libres.
La injerencia en un asunto interno de un país extranjero efectuada por el hombre más rico del mundo y, de momento, el de mayor confianza del nuevo presidente de EE UU, es un hecho insólito en un contexto en el que funcionan las reglas de una democracia decente y, junto a las primeras decisiones presidenciales, dejan un mensaje explícito: se acabaron las normas conocidas, ahora soy yo, y mis amigos, quienes marcamos, a nuestra medida, las nuevas reglas de juego que tenéis que seguir todos, bajo amenaza de recurrir a la fuerza.
Cuando Musk expresó su apoyo al grupo político que se reclama, en Alemania, heredero de Hitler y cuyas expectativas son elevadas ante las elecciones del próximo mes, la primera pregunta fue: ¿por qué lo ha hecho? ¿Por qué ha roto una de esas tradiciones no escritas que establecen la “neutralidad” formal de los grandes empresarios en asuntos electorales y, en esa extraña mezcla de papeles que tiene hoy Musk entre hombre de su empresa y representante de Trump, en la política interna de un país amigo? Y cuando se conoce que está negociando con el Gobierno italiano la compra, por muchos miles de millones de dólares, de su sistema de satélites de comunicación, los hechos admiten otra interpretación que ayuda a entender por qué Meloni ha sido el único gobernante europeo invitado a la toma de posesión de Trump: ¿no será que el apoyo a Alternativa por Alemania es el mensaje que lanza el magnate para conseguir que el nuevo Gobierno alemán le compre también sus satélites? ¿No estaremos ante un caso típico de utilización de la influencia política para hacer negocios privados, solo que, ahora, con todo el descaro del mundo y como demostración general de poder, a los efectos oportunos? Para pensar.
El mayor gestor de activos del mundo, BlackRock, acaba de comunicar que abandona el grupo internacional comprometido con el objetivo, establecido por los Gobiernos en el Acuerdo de París, de alcanzar emisiones cero de gases de efecto invernadero en 2050 como parte de la lucha contra el cambio climático. No es el primer gran grupo empresarial en renunciar a sus objetivos en este ámbito, pero, sin duda, es el más llamativo, porque había desplegado un gran protagonismo en esta batalla por la sostenibilidad. No hace mucho, su fundador Larry Fink decía que “la transición climática presenta una oportunidad de inversión histórica (…) que refuerza el compromiso hacia una economía de cero emisiones”.
Y, justo después de conocer que 2024 ha sido el año más cálido, con una temperatura media mundial de 1,6ºC por encima del nivel preindustrial y alejado de los objetivos de París, el gran adalid privado de la lucha contra el cambio climático renuncia a este objetivo. ¿Por qué? Según fuentes de la empresa, por las amenazas e investigaciones que está sufriendo por ello desde representantes y Gobiernos estatales del partido del nuevo presidente Trump, adalid del negacionismo climático, que ha abandonado los Acuerdos de París y que ya ha anunciado el renacer de los combustibles fósiles bajo su mandato. Es decir, otro ejemplo de utilización descarada del poder político en defensa de unos intereses privados, despreciando, en contra de la ciencia, el efecto negativo que ello acabe produciendo en los ciudadanos y en el planeta. Un caso de manual de viejo marxismo sobre cómo los capitalistas se apropian de los poderes del Estado, en beneficio privado de unos pocos, y lo enmascaran bajo la ideología (relato) que equipara la evidencia científica con lo woke. Al hacerlo, el sistema deja de ser una democracia. Para pensar.
Europa es el botín que quieren repartirse Trump, Putin y Xi. Sin tecnología puntera, ni industria competitiva, ni fuerza militar, ni materias primas estratégicas, los tres coinciden en aprovechar nuestra capacidad adquisitiva, pero que desaparezca como referente internacional de bienestar, valores y principios democráticos, para lo que instigan la fragmentación de la Unión. Frente a eso, solo hay una respuesta activa: reforzar la integración económica y dar un salto para convertir a la Unión Europea en un sujeto político común, como proponen Draghi y Letta. Pero caminamos en sentido contrario, sin liderazgo, con cada país negociando por su cuenta y con una hoja de ruta marcada por la Comisión que van a hacer imposible los partidos extremistas antieuropeos, que, instigados desde fuera, pretenden regresar a una supuesta arcadia feliz nacional. Para pensar.
Y Biden, no Marx, ha dicho que hay “una nueva oligarquía con riqueza extrema, poder e influencia, que amenaza nuestra democracia, derechos y libertades”. Esto sí que es para pensar.
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías