Durante las pasadas fiestas, en el barrio entre las barriadas de El Rafal y Son Gibert de Palma de Mallorca, los vecinos se despertaron al grito de “¡Satanás, sal de ese cuerpo!”, a eso de las 4.30 de la madrugada. En la zona se estaba practicando un presunto exorcismo a deshora y con un micrófono, que se conoce que así el Maligno toma nota mucho mejor. Los vecinos se arremolinaban en torno a la casa porque, claro, no podían dormir. Los moradores del piso en cuestión le dijeron a la policía que estaban celebrando un cumpleaños. Al día siguiente, unas cámaras se acercaron al lugar y abrió una mujer de mediana edad en bata, con poca pinta de haber alojado la noche anterior una jarana de juventud, y les dio con la puerta en las narices. No he logrado averiguar si aquello fue exorcismo o cumpleaños y, de ser el primer caso, si era exorcismo católico o evangélico. Me da a mí que iba a ser lo segundo. Gabriele Amorth (difunto exorcista jefe del Vaticano) nada menciona en sus libros del uso de micrófonos y altavoces. He buscado en Google “exorcismo en Palma de Mallorca” y me sale una noticia de 2018, en la que se da cuenta de los 25 exorcismos anuales que se realizan en esa ciudad de menos de medio millón de habitantes. Muchos exorcismos me parecen.
En el vídeo más difundido, se escucha a un vecino decir “me tienen hasta los cojones”, y en ese comprensible improperio se encuentra la naturaleza del español: quitarle la épica a todo, hasta al mismo diablo. Ese exabrupto fuera de cámara me explica quiénes somos y por qué no nos podemos tomar nada en serio. El mismo pueblo que monta un 15-M y que a las dos semanas lo ha convertido en una chirigota. Los que encuentran un vídeo de un islamista celebrando un atentado y se empiezan a pitorrear de él porque le llaman “el hijo de la Tomasa”, y es que no te puedes tomar en serio a un tío al que se conoce como el hijo de la Tomasa aunque te amenace de muerte. Somos un poco Puerto Hurraco, un poco Bruguera y un poco un poema de Machado. Somos un cuadro, sí, pero esto de no tomarnos nada en serio es lo que, quizás, nos protege de que las cosas vayan a mayores.