Por favor, dejen de dar el espectáculo | Televisión

Por favor, dejen de dar el espectáculo | Televisión

Soy lo suficientemente mayor como para recordar Veredicto, lo suficientemente joven como para no haber visto Tribunal popular, y he estado lo suficientemente ocupada de 2009 a 2014 como para no haberle prestado mucha atención a De buena ley. Han sido estos los tres court shows más populares de la televisión española. Que me perdone Álex Grijelmo el anglicismo, pero usarlo me parece la manera más útil de adscribirlos a un género de larga tradición anglosajona, el de las dramatizaciones judiciales. Tanta que fueron radiofónicas antes que televisivas. No es ave de mi corral este tipo de programa espectáculo, prefiero la ficción judicial, más elaborada y mejor interpretada. Si lo traigo a colación es porque últimamente ha resurgido con fuerza en España una variante, igual de tosca y vulgar, con la salvedad de que de dramatización, en sentido estricto, no tiene nada.

Escuchamos en enero al juez Adolfo Carretero interrogar a Elisa Mouliáa con un tono inquisidor y zafio más propio de la barra de un bar que de un tribunal. Después reconoció que si hubiera sabido que lo iba a ver toda España, habría tratado de rebajar el tono de voz e interrogar de forma más pausada. Y ahora hemos escuchado al juez Carlos Valle, pero antes de entrar en su minuto de oro, merece la pena explicar el contexto. Hace unos meses, en su programa, el cómico Héctor de Miguel mencionó que La SER lo había felicitado por cerrar la temporada sin haber recibido ninguna querella y él, decepcionado, declaró que quería aprovechar un último recurso infalible: Abogados Cristianos. Fue entonces cuando bromeó sobre dinamitar el Valle de los Caídos, con el único fin de provocar a quienes tienen la mecha corta, como así ha ocurrido. El caso es que en un contexto muy diferente, esto es, en sede judicial, Carlos Valle le preguntó a De Miguel su opinión si alguien bromeara con dinamitar la Plaza de Pedro Zerolo. Ojo a la lógica: si a alguien le parece mal bromear con dinamitar el homenaje a un activista por los derechos LGBTQ+, también se lo tiene que parecer bromear con destruir el mayor símbolo franquista de España. Por un momento, se intercambiaron los roles: el juez quiso ejercer de cómico y le pidió al cómico que juzgara. El intrusismo en la judicatura está llegando a cotas tan altas que desde la tele podríamos hacerles una petición muy seria a sus señorías: por favor, dejen de dar el espectáculo.