Amely, de solo 25 días, está en la incubadora. El agua sube rápidamente hasta las rodillas de Sonia. Sin luz, solo alumbradas con la linterna del celular de una enfermera, Sonia sostiene el aparato de presión de Amely mientras la mira. Están en una sala de neonatología que se inunda, que se desmorona, pero en esa imagen solo existen ellas dos y una promesa que se hace palpable en los ojos de Sonia. Amely sabe que no está sola y que, como hicieron antes tantas veces, van a salir de esa juntas.
“Es una historia linda”, resume Sonia Scardapane en conversación con Clarín, mientras sonríe con emoción. Parece que pasaron años y a la vez minutos de aquella foto inolvidable del Hospital Interzonal General de Agudos Dr. José Penna que recorrió todo el país.
Sonia, médica neonatóloga con más de 20 años de trabajo en esa institución, recuerda que estaba de guardia desde el jueves y que ese viernes se iba temprano a su casa en Punta Alta, localidad vecina de Bahía Blanca. Tenía que esperar al cambio de turno de las 6, pero las lluvias comenzaron a las 4 y para cuando llegó la hora de irse el agua subió.
El sector de neonatología, tanto como el de terapia, guardia y laboratorio, se ubican en un nivel bajo del hospital. Esa mañana había 16 bebés en neo, lo cual facilitó los trabajos para sacarlos ya que habitualmente suele haber 30.
“Nosotros sabíamos que iba a haber alerta. Le prestamos más atención a los cortes de luz por el tema de que hay bebés que usan respirador. Pero en ese momento por suerte no había ningún bebé con respirador, aunque sí había algunos como Amely con otros dispositivos más o menos complejos, con la CPAP (NdR: aparato de presión positiva continua en la vía respiratoria)”, rememora Sonia.
La luz no se cortó hasta las 6 de la mañana, cuando llegaban las enfermeras del siguiente turno. Todas atentas esperaron a que comenzara a funcionar el generador, y al rato lo hizo. Después, a los minutos, se cortó el generador. Todo quedó a oscuras.
Sonia no tiene noción de los tiempos que pasaron entre una y otra cosa, pero sabe que lo que siguió fue la distribución de enfermeras entre los bebés y la aparición lenta de una agua clarita en el suelo. A los cinco minutos empezó a ingresar agua sucia.
“Repartimos a las enfermeras, que están sectorizadas, y salimos desparramadas. Había mamás en el primer piso, donde hay una residencia con habitaciones. Una de las enfermeras les avisó a las mamás que bajaran. Cada mamá fue con su bebé. Y los bebés que no tenían a sus mamás quedaban con las enfermeras. Entonces yo me quedé con Amely, una bebé de un kilo que es la de la foto. La más complicada era esta niña, la más chiquitita. No entendíamos de dónde venía tanta agua, pero no teníamos tiempo para pensar”, cuenta la médica.

Desde el momento en que Sonia tomó la incubadora de Amely el objetivo estuvo claro: había que sacarla de la sala de neo cuanto antes. Sin luz y con el agua hasta las rodillas, Sonia la ayudaba a darle presión con una mascarilla mientras empujaba lentamente la incubadora hacia la salida.
“Amely es una bebé que nació con 900 gramos, prematura. Tuvo muchas complicaciones por eso y la verdad que la peleó, la pelea, porque pasó mil cosas. Yo le dije a Amely: ‘A ver, pasamos tantas, tantas Amely, vamos a pasar esta otra vez’. Yo tenía que sacarla, pero sola no podía. Una de las enfermeras me iluminó con su celular y ahí habrá sacado la foto. Al ratito, las chicas se fueron desocupando. Yo me quedé. Y mi compañera se la llevó a Amely a pediatría”, narra Sonia.

“Había que hacer otras cosas que uno solo no puede. Si hay algún héroe en esto son esos bebés, esos bebés que la pelean. Ustedes los tienen que ver. Son maravillosos. Tan chiquitos y tan fuertes”, enfatiza.
Sonia subió a chequear que los bebés estuvieran bien y luego volvió a bajar para ver si podía rescatar algo, pero ya no había nada qué hacer.
Amely quedó protegida por el calor del cuerpo de Luciana Marrero, una enfermera. “Los bebés necesitan calor para poder mantener su temperatura. Sin la incubadora, no pueden regular ellos solitos la temperatura. Y en pediatría no hay incubadora. Son las enfermeras, son ellas. Tenemos un equipo de enfermería increíble”, destaca Scardapane.

La mamá de Amely llegó más tarde, desesperada por su beba, y pronto le informaron que la habían trasladado al centro de OSECAC.
El resto de los bebés que estaban en el sector de neonatología esa mañana fueron distribuidos entre el Hospital Italiano Regional del Sur y el OSECAC de Bahía Blanca. El Hospital Penna se convirtió en uno de los puntos más vulnerables y afectados por las inundaciones, y hasta el momento no pudo volver a ponerse operativo.
El viernes 7 de marzo, Sonia no llegó a su casa hasta la medianoche, porque los caminos a Punta Alta estaban imposibilitados. Su odisea, de todos modos, valió cada segundo.

Desde ese día ella no volvió al Penna, dice que quiere hacerlo cuando esté en funcionamiento nuevamente. Confiesa que todavía le cuesta dormir a la noche. Su vida profesional se forjó en esos pasillos, desde la residencia hasta ahora que tiene 50 años. Actualmente sigue asistiendo a los bebés de neonatología en los otros institutos donde trabaja.
“Nos repartimos para ayudar. En ese momento estábamos todos con el chip puesto para la emergencia. Después, al ver las imágenes y todo es como que empecé a caer. En el momento era como, bueno, vamos a lo que hay que hacer”, añade.

Y concluye: “El esfuerzo de tener todas las cosas para atender al prematuro, respiradores de última generación, por ejemplo, y de repente ver que todo eso se perdió. Todavía hay que revisar, ver lo que quedó, pero es muy triste. Por eso saber que los bebés están bien, que están todos cuidados, es lo más lindo que hay”.