Como algo que brota naturalmente de la memoria, Diego Cano dice que cuando descubrió a César Aira se le rompieron todos los esquemas de la literatura. Leyó una novela tras otra y vio que los estereotipos se hacían trizas y que había un autor dispuesto a repensar la literatura por completo con una libertad creativa sin ningún tipo de parangón. “Es el mayor escritor de la literatura argentina”, exclama, sin temor a polemizar con lo inevitable: Jorge Luis Borges.
Tanto Diego Cano, escritor, ensayista y administrador de la página de Facebook “Todo Aira”, como Germán Coppolecchia, médico, coleccionista y experto en libros descatalogados de editoriales argentinas del siglo XX, son coleccionistas e investigadores de la obra de Aira, y los curadores de la muestra César Aira: medio siglo de literatura, que acaba de inaugurarse en las salas 2 y 3 del Centro Cultural Recoleta y permanecerá abierta hasta julio.
“La idea de la exposición fue hacer un estricto registro de todas las primeras ediciones de sus títulos, que incluye el último que saldrá en mayo de este año. Son 124 títulos que incluyen novelas y ensayos”, explica Cano y se expande: “Es la oportunidad para un público en general de poder ver el listado de su obra completa, algo que hasta hoy no existía de esa forma ordenada y actualizada”.
En el recorrido hay libros exhibidos en algunas burbujas de exposición, sistematizados de manera cronológica, “que ante el lector es una experiencia que contagia por esa capacidad infinita de creación y de innovación, la de un autor total y admirado en todo el mundo”, agrega Diego Cano.
Entre ellos, algunas joyas inconseguibles que conllevaron un minucioso trabajo de investigación y catalogación. La muestra tiene entrada libre y sin costo para residentes argentinos.
El director del Recoleta, Maximiliano Tomás, se refirió a la celebración del primer libro de Aira, Moreira, su primera novela a casi cincuenta años de su edición, hoy casi inhallable –jamás volvió a editarse– y que, en caso de encontrarla, se vende a precios exorbitantes.
“Yo no tengo primera novela por un salto en el tiempo, porque la primera novela mía que se imprimió fue Moreira, en el año 75 o 76. Y mi editor, mi recordado y querido amigo Horacio Achával, no pudo terminar de ponerle la tapa, y la novela –ya impresa– quedó en un sótano hasta el año 82, después de haberse publicado Ema, la cautiva”, había ironizado el propio César Aira en una charla pública.
Nacido en Pringles en 1949 y vecino de Flores desde que tiene 18 años, sus obras son editadas en más de 30 países, de varios continentes, y ha recibido distinciones y reconocimientos prestigiosos como el Premio Formentor. Figura esquiva y discreta del campo literario argentino –hace tiempo no da entrevistas a medios argentinos, y ocasionalmente a extranjeros–, a la vez que uno de los que colecciona más papers, análisis y tesis, el prolífico escritor acaba de cumplir en febrero 76 años y es el único que aparece como firme candidato al Premio Nobel de Literatura. Considerado por críticos y escritores como autor imprescindible de la literatura argentina, alguien que habilita “el contra realismo, el desvío y la desobediencia”, como explicó alguna vez la escritora Fernanda García Lao.

Para algunos, tener las novelas originales de César Aira es como coleccionar estampillas. Así lo saben desde el Museo de Flores, que conserva la colección más importante del autor en el mundo, con varias de ellas exhibidas y en muchos casos siendo primeras ediciones o tiradas muy cortas.
Patti Smith, que reseñó para The New York Times la colección de relatos El cerebro musical, dijo que Aira tiene una “mente improvisadora” y un “ojo cubista que ve las cosas desde muchos ángulos al mismo tiempo”.
Un ojo cubista que permanece lejos de los circuitos literarios, tal vez desde que dejó de trabajar como traductor, uno de sus largos oficios. No escribe contratapas, no presenta libros ni da conferencias, y en su última entrevista para un medio español, tras ganar el Premio Finestres de narrativa en castellano, dijo que en el último tiempo había dejado de escribir.
El jurado, integrado por escritores como Mariana Enríquez y Carlos Zanón, argumentó: “El lúdico placer de fabular del autor, la profunda ligereza y la aparente sencillez de una prosa y una estructura de una novela que viene a sumarse a un proyecto literario monumental”.
“Me gusta su manera de no pertenecer al mundito literario. No es una pose, le creo de verdad. Que le dé la espalda a toda la parafernalia de actividades que los escritores hacemos de manera gratuita, invirtiendo tiempo a cambio de casi nada, un poco de publicidad, me inspira mucho respeto”, dijo alguna vez la escritora Selva Almada, y agregó: “También lo envidio por vivir con Liliana Ponce, una de nuestras poetas más exquisitas”.
Raúl Veroni, amigo y editor de Aira en su sello Urania, uno de esas pequeñas editoriales donde suele publicar, dice que pudo hacerlo gracias a su confianza y generosidad.
“Las de Urania son ediciones limitadas, a veces de 50 ejemplares, y en el total no representan el 5% de su obra. Es probable que, entre los potenciales libros que publiquemos de él en el futuro, sumados a su prolífica creatividad, nos mantengamos en ese porcentaje que para mí ya es una fuente de placer. Especialmente cuando con Gustavo Ibarra, el diseñador, nos juntamos con Aira para numerar y firmar las ediciones como un motivo de celebración”.

“Si hay algo de la gracia en su literatura que se pueda identificar en algún tipo de espíritu es su manera de mantenerse en la niñez”, define el escritor Juan José Becerra, para quien la totalidad se encuentra en cualquier fragmento de su obra.
Becerra considera a Aira un autor que esbozó un estado de libertad mental que escapa a cualquier catálogo, muestra o caracterización de su desbordante imaginario, nutrido por los ready mades de Duchamp, los métodos de Raymond Roussel, la idea del “continuo” formulada hasta el aburrimiento, la fascinación por la idea de movimiento perpetuo, lo que él llama “la fuga hacia adelante”, y de cómo rehúye a la corrección, el perfeccionismo y la clausura, desbordándose en digresiones, giros absurdos y resoluciones inesperadas, reconociendo la influencia de su maestro Osvaldo Lamborghini como las distintas cepas del surrealismo y la aparición ficcional de Coronel Pringles, el pueblo donde creció.
“La muestra no es sólo un homenaje al autor, sino también una celebración de los objetos-libro, que han sido, en sus manos, tanto vehículo como símbolo de su aventura literaria. El diseño de muchas de estas tapas (muchas de ellas con editoriales independientes) también es reflejo del espíritu experimental y fuera de los circuitos tradicionales que caracteriza su obra”, explicaron los curadores.
Y recordaron que la mayor parte de su obra está compuesta por novelas cortas, entre las que figuran El congreso de literatura, Las curas milagrosas del Doctor Aira, Cómo me hice monja, Cómo me reí, El cerebro musical, Cumpleaños y Las conversaciones, entre otras, a las que Aira supo definir como “cuentos de hadas dadaístas”, “realismo delirante” o ”juguetes literarios para adultos”.
“Los aportes de Aira son inmensos y supongo que los terminaremos de dimensionar dentro de un par de décadas –analizó en una entrevista el crítico y escritor Mauro Libertella–. Es evidente, por lo pronto, que le sacó solemnidad al asunto y eso siempre se agradece. No fue el primero en hacerlo, es verdad; el suyo es un combo explosivo de líneas de sentido que vienen de Puig a Gombrowicz, de Borges a Osvaldo Lamborghini”.

Libertella reconoció que su influjo fue duramente criticado “por unos –los que dicen que banalizó la literatura, que hizo que cualquier pavada sea un libro– y largamente ponderado por otros –los que dicen que modernizó nuestra tradición, que abrió la puerta del siglo XXI para la literatura argentina–. Él se mantiene en silencio, saca cuatro libros por año, y así abona o destroza las tesis de unos y de otros”.
“En sus más de cincuenta años de trayectoria, la literatura de César Aira es un ejercicio constante de exploración y ruptura. Aira ha construido un universo propio donde el sentido se diluye en favor de la improvisación y la invención. Su narrativa no busca explicar el mundo, sino reinventarlo, deslizarse sobre sus márgenes”, afirman los curadores.

Como un tapiz de la obra, cada portada se convierte así en un pequeño manifiesto del espíritu del ocasional libro, un punto de entrada al imaginario inagotable del escritor argentino.
“Esta exposición es también un convite a transitar el camino de la escritura como un acto de libertad sin restricciones. En cada tapa, en cada título, en cada línea, César Aira nos recuerda que escribir no es tanto resolver problemas como crearlos, que el arte de contar historias puede ser también el arte de reinventar el mundo”, sintetiza Diego Cano e invita a expertos y neófitos, propios y extraños, a recorrer las salas donde nadie podrá quedar ajeno a la irradiante conjura del mundo Aira.
Entre otras actividades, hoy a las 18 en el auditorio de cine, se anuncia la charla 50 años de aventuras literarios: Por qué leer a Aira, en la que participarán Laura Estrin, Francisco Garamona, Alberto Giordano, María Belén Riveiro y Raúl Veroni. Allí los ejes serán tanto el análisis de la obra de Aira como de sus ediciones, en un abanico de anécdotas personales, curaduría y experiencias literarias.
César Aira: medio siglo de literatura, en el Centro Cultural Recoleta ( Junín 1930) de martes a viernes de 12 a 21, sábados, domingos y feriados de 11 a 21.