Cuando los vecinos lanzan la alerta: la ciencia ciudadana ayuda a prevenir desastres en Perú | América Futura

Cuando los vecinos lanzan la alerta: la ciencia ciudadana ayuda a prevenir desastres en Perú | América Futura


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Mientras unos perros ladran con furia en el interior de su patio, la señora Vicky Gallego recuerda el 14 de marzo de 2023, cuando cerca de las 10 de la noche su hija menor le avisó que una pared de su casa se había venido abajo. “Yo estaba cerca, conversando en una esquina. Entonces corrí y vi que estaba colapsada”. La fuerza erosiva del vecino río Rímac tumbó una parte de su propiedad, a unos 25 metros de la ribera. Dos años después, con un pluviómetro artesanal en la mano, Gallego explica por qué es importante que, en esta parte del distrito limeño de Chosica, la gente aprenda a medir la lluvia por cuenta propia.

“Hacemos reportes del agua que cae de 6:00 a 9:00 de la mañana y de 6:00 a 9:00 de la noche”, afirma, mientras se escucha el rumor intenso del Rímac, que en estos días luce cargado. En todo el país, desde que inició la época de lluvias en diciembre, se han registrado al menos 89 fallecidos y 49.896 damnificados, según el Centro de Operaciones de Emergencia Nacional (COEN).

“Si el pluviómetro marca más de cinco milímetros varios días seguidos, se puede cargar una quebrada”, continúa Gallego. “El aparato está hecho con un salsero de plástico, de los que se usan en restaurantes, y tiene pegada una regla que mide hasta 40 milímetros de precipitaciones (cada milímetro de lluvia es igual a un litro de agua por metro cuadrado). Encima, lleva un embudo y en el fondo piedras que le dan estabilidad. La suficiente para pulsear los chubascos.

La herramienta se pone en un lugar al aire libre y puede ser sumamente útil. El pasado 14 de marzo, a las 3:00 de la tarde, debido a la impronta tormentosa del ‘ciclón Yaku’ —un inusual sistema de baja presión— la quebrada La Ronda se activó y echó lodo por las calles.

Gallego recuerda que, advertida por los pluviómetros manuales, apretó en su casa un botón que hace sonar una sirena y que forma parte del Sistema de Alerta Temprana (SAT) coordinado con el Servicio Nacional de Meteorología e Hidrología del Perú (Senamhi) y los municipios. “Cuando suena, la gente ya sabe que tiene que subirse a los techos o poner costales en la puerta de sus viviendas”.

En la cuenca media del río Rímac, que tiene un curso total de 145 kilómetros, desde el 2017 existen 65 pluviómetros manuales manejados por ciudadanos en ocho distritos, incluyendo a Chosica. Sus usuarios están conectados por WhatsApp a la Red de Monitoreo Participativo (Red Mop), en donde dos veces por día registran los datos de lluvia que estos marcan.

El Senamhi y los municipios de la zona pueden meterse al grupo de WhatsApp para intercambiar información. Según el geógrafo Abel Cisneros, de Practical Action, una ONG que apoya esta iniciativa, esto permite “tener registros de lluvia más precisos” y, por ejemplo, identificar lluvias concentradas, que caen en lugares muy pequeños, y que antes no se registraban con los pluviómetros convencionales.

Prevención de desastres Latinoamérica

Franja de supervivencia

Las lluvias concentradas pueden propiciar que se genere un huaico, una avalancha de lodo producida por la acumulación de agua en una quebrada, en una parte alta de la cuenca, que amenace a poblaciones de la parte baja. Con la red de pluviómetros manuales, sí se detectan, como comprobó Raquel Izarra, dirigente del barrio Santa Inés en el distrito de Chaclacayo.

En febrero de 2019, dice, su pluviómetro llegó a medir 20 milímetros de lluvia. De inmediato, lanzó la alerta porque estaba a punto de cargarse la vecina quebrada de Los Cóndores. Felizmente, ese huaico no tuvo consecuencias desastrosas, a pesar de que el Senamhi no había detectado tal anomalía con los pluviómetros modernos que tiene en la zona.

“Esto es ciencia ciudadana, algo relativamente nuevo”, apunta Izarra, quien a la vez sabe que el cambio climático está alterando el régimen habitual de lluvias. “Cada año hay registros distintos, información nueva que se va acumulando”, sostiene. Por eso, si ve que el agua sube en los pluviómetros, inmediatamente se reporta. No espera a que el Estado le diga qué tiene que hacer.

Pero ella y sus compañeros de Santa Inés también dialogan con las autoridades para asumir su ciudadanía ambiental, como la llama el geógrafo Cisneros. En 2019, tras varias negociaciones con la Autoridad Nacional del Agua (ANA) y el municipio de Chaclacayo, los habitantes de este barrio acordaron desplazar sus viviendas y ponerlas fuera de la ‘faja marginal’ del Rímac. Se trata del espacio que debe haber entre la ribera de un río y la zona habitada y, que según la ANA, debe ser mínimo de cuatro metros. La decisión de moverse por parte de los ciudadanos fue crucial para evitar futuros desastres causados por asentarse en zonas inundables.

En otras partes del país, sucede lo contrario. Incluso candidatos a la alcaldía de algunos distritos alientan la ocupación de tierras en quebradas o riberas de ríos con el fin de captar votos, algo que ha ocurrido más de una vez en Chosica. En Chaclacayo, por el contrario, durante la gestión del alcalde anterior, Manuel Campos, se revirtió tal costumbre al persuadir a la población para que no se ponga demasiado cerca del río Rímac.

“Había casas de dos o tres pisos dentro de la faja, pero fueron tumbadas por ellos mismos para ponerse fuera”, manifiesta Edwar Recabarren, ex secretario del Comité de Defensa Civil de la gestión municipal de Campos, quien impulsó la negociación. El desplazamiento, muy difícil de conseguir en otros lugares donde las resistencias son durísimas, fue posible después de que los vecinos de Santa Inés cambiaran la visión del entorno y respetaran los espacios dispuestos por la ANA, explica.

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La conciencia del riesgo

Cisneros considera que fue muy importante que “ya existiera una organización social” y los incentivos: quienes se movían a lugares fuera de la franja, adquirían el título de propiedad de sus terrenos. Hoy, en Santa Inés, existen hitos de color azul, en forma de cono y puestos por la ANA, que marcan a partir de dónde se puede construir.

Dentro de la faja marginal, aún hay vestigios de las casas que estuvieron cerca de las riberas y del desastre. Para evitar que nuevamente se vuelva a asentar gente dentro de ella, se ha construido una de calle de cemento y, al lado, una vía de tierra que aspira a convertirse en ciclovía. “También hemos reforestado porque las plantas evitan la erosión”, resalta Izarra.

En el distrito limeño de Independencia, la ONG Predes ha demostrado, con la creación del Parque Forestal Ecoturístico ‘Boca de Sapo’, que la presencia de plantas también evita que el agua se salga de control. De acuerdo con Pedro Ferradas, especialista en prevención de desastres, “la organización comunitaria es esencial. A veces la población sabe más que los técnicos”.

“Hasta se mide el clima a partir del conocimiento ancestral”, añade. En los años 2015, 2017 y 2023 el agua y el lodo causaron notables daños en Chosica. Pero lo peor ocurrió el 9 de marzo de 1987, cuando por las quebradas de Quirio, Pedregal y Corrales cayeron aluviones que dejaron más de 100 muertos y dañaron 1.052 viviendas, según cálculos del geógrafo César Abad. También quedaron sepultados dos pozos de agua, afectando a cerca de 30.000 pobladores que se quedaron sin agua por una semana. Fue una tragedia producto del error fatal de ponerse en el curso de las riadas, sin el mínimo sentido preventivo. Algo que, como demuestra la experiencia de Santa Inés, puede mitigar la organización social.