Astbury no canta, conjura. Cuando The Cult emergió de la neblina post-punk de Gran Bretaña en los ‘80, Ian Astbury ya era un profeta en su propia religión. Primero como Sout-hern Death Cult, luego como Death Cult (hasta llegar a la brevedad del nombre The Cult), su voz se elevó como una tormenta eléctrica sobre guitarras afiladas y tambores de guerra.
Con primeros discos como Dreamtime (1984), Love (1985), Electric (1987) y Sonic Temple (1989), marcó su destino: una combinación salvaje de psicodelia, rock de estadio y misticismo tribal. El resto ya es historia.
Nació en la bruma de Heswall, Inglaterra, pero su alma se forjó en el eco reverberante de los Estados Unidos, donde los paisajes de la contracultura y la espiritualidad indígena tejieron su mitología personal. Fue en Canadá donde el rock lo encontró y lo poseyó. Allí los aullidos de Jim Morrison de The Doors (gran influencia) y las sombras del poeta-rocker neoyorquino Jim Carroll despertaron en él un llamado ancestral. Hoy vive en Los Ángeles.
Ángeles y demonios
Astbury define LA como “un oasis, un territorio esotérico”. Y la llama “la ciudad de los ángeles”. Se explica: “Es el destino de muchos ocultistas, personas que no se suscribieron a la orientación impuesta, o de europeos que vinieron a ser libres… Los teosofistas, la escritora Helena Blavatsky, el científico Jack Parsons, artistas como Marjorie Cameron, todos ocultistas”.
Destaca a uno de esos “ángeles”: Christopher Isherwood. “Él viene a Los Ángeles desde Inglaterra a escribir Un hombre soltero, él, un hombre gay. Gran influencia de David Bowie. Traduce la Bhagavad Gita del sánscrito al inglés… En mi barrio hay laboratorios de propulsión de aviones, están haciendo misiones a Marte. Vivió el escritor Ron Hubbard, el que comenzó la Iglesia de la Cienciología. Esto es Los Ángeles. El Ashram Vedanta, centro de filosofía hindú justo al lado de la autopista, está allí desde 1920: es el ashram más antiguo. El Dalai Lama viene a LA siempre, la monja budista Pema Chodron también y los tibetanos nos visitan. Hay templos budistas, zen, sinagogas. También hay anglicanos, masones. Se practica yoga. Es un sitio esotérico. Por algo, Aldous Huxley vino a vivir acá.”
Por otro lado, cuando Astbury define Los Ángeles como “un vórtice de exploración espiritual”, no se olvida de que la manifestación de Los Ángeles se realiza a través del cine: Hollywood. “Pensemos en el nombre: Holly-wood, o sea, el árbol sagrado”, advierte.
“La simbología del árbol sagrado está en que, por encima y por debajo, el árbol lleva oxígeno, lo procesa, y va hacia el suelo. Esto es muy importante. Los Ángeles es una ciudad psicodélica que fue construida por visionarios y psicodélicos. Sabemos que en las escuelas místicas hay evidencia de sustancias psicoactivas. Hay evidencia de cultura mesoamericana y de culturas psicoactivas en el mundo indígena.”
La libre mixtura de religiones y creencias termina de definir la decisión de Astbury de vivir en LA. “En mi barrio hay latinos, gente de Tailandia, India… Hay un templo sikh (una religión monoteísta del Indostán) al lado de mi casa, justo después, un templo budista tibetano de meditación Kadampa. ¡Bam! Por eso vivo en LA. Pero tampoco es el paraíso ni el jardín de la vida. Es violento, caótico, hay terremotos. La naturaleza es poderosa con sus coyotes, gatos salvajes. Existen lagunas y montañas en medio de nuestras calles.”
-¿Cómo te afectaron los incendios del mes de enero?
-Tuvimos que salir, nos evacuamos. Se incendió un parque cercano. Creo que el director Werner Herzog lo describió cuando hablaba en su Fitzcarraldo sobre la naturaleza. Dijo que la naturaleza no es un paraíso donde todo es ecuanimidad. No, la naturaleza es brutal y violenta. Como lo femenino no es suave y bonito. ¿Pueden ver que la entidad más peligrosa en la naturaleza es una mujer que protege a su bebé? ¿Acaso creen que los hombres son fuertes? ¿Ven cómo la hembra protege a su cría? Te comerá vivo, si te acercás. Más aún: te comerá la aldea.
La fuerza femenina
Para el cantante, la fuerza femenina en la naturaleza es un latido primigenio, un flujo que recorre la tierra, el agua y el viento con su hálito ancestral, una semilla que duerme en el vientre oscuro de la tierra, la luna que guía las mareas, una energía por igual sutil y arrolladora, que sostiene la vida en ciclo perpetuo de nacimiento, crecimiento y renacimiento. También, de muerte.
“Agarrá la navaja para afeitarte el pelo/Quemá el vestido que odiás usar/Ya no tenés que llorar/Ya no tenés que esconderte/¿Soñás en color?/¿Creés en los demás?/Hay un demonio en tu boca/Pero un ángel en tu corazón/Todas las cosas que dijiste/Destrozaron este mundo”, canta este hombre en Devil’s Mouth, material de su disco solista SpiritLightSpeed.
“Siento que de muchas formas la fuerza es siempre femenina”, subraya Astbury. “Los indios lo estudiaron por milenios: nuestra relación con el universo externo y el universo interno, en el centro de esto hay esta dinámica masculino-femenina, pero no están separadas, tienen aspectos diferentes y se mezclan.”
-¿Cuál es el lugar de los hombres en esta forma de ver el mundo?
-Hoy estamos en un lugar en el que los hombres están extraviados. Tradicionalmente, los hombres han sido educados para trabajar en fábricas, y ahora están completamente perdidos. No tienen liderazgo. La industria se ha ido. Así que tenemos esta masculinidad que es inesperada, y que se ha metastizado de una manera muy cancerosa. Las mujeres, con su fuerza interna y su inteligencia emocional, se están moviendo muy rápidamente a través de todos los puntos de datos y están liderando. La mayor parte de mi información viene de las mujeres.
-¿Y no creés que quizás eso siempre sucedió, pero ahora lo impusimos a fuerza de lucha?
-Estamos en eso. Y no importa si es Lady Gaga o si es Mariana Enriquez, u otras menos conocidas como Michelle Amo o Elizabeth Owens. Las mujeres levantaron la antorcha. Son ustedes quienes ahora muestran el camino, y no es que antes no lo hicieran, sino que ahora, por fin, tenemos ojos para verlo.
-A menudo hacés referencia a la cultura nativa americana o al post-punk británico, incluso a las influencias cinematográficas. ¿Creés que los músicos de rock deberían estar más conscientes sobre narrativas culturales más allá de la música? ¿No te parece que falta eso?
-Sí, hay una falta, por supuesto. Pero esto también es debido a dos aspectos: uno es el modo en que los artistas son alimentados por las instituciones. Las instituciones simbolizan que ellos tienen el camino. Los premios de la Academia, el Rock and roll Hall of Fame, los Grammy: “Nosotros les daremos el premio”, “Éste es el laureado”. Eso no es “la verdad”. Importa la relación entre la información y el proceso de ella que se pone en el trabajo que hacés. Ahora estamos en este momento de resurgimiento. Todo es cuántico, y utilizado conscientemente, puede ser increíblemente efectivo. Pero utilizado inconscientemente puede dar resultados disociados. Terminemos con tanta pretensión.
Su paso por Buenos Aires
A principios de marzo, The Cult se volvió a presentar en el estadio Obras de Buenos Aires, como lo había hecho en 1991, la primera de muchas visitas a nuestro país. Estos últimos dos shows que hizo aquí, más un agregado a último momento en Vorterix, lo confirmaron: la presencia de Astbury en el escenario forma parte de un ritual.

Canta, o mejor, invoca. No se mueve, se entrega. Es el médium de una energía antigua que transforma el aire en fuego, que convierte cada concierto en una ceremonia. Sus letras hablan de amor y de muerte, de dioses olvidados y ciudades en llamas, de viajes interiores, mujeres de fuego y paraísos perdidos.
-Días pasados, en el show, ¿terminaste con una oración budista?
-Practico muchas cosas diferentes. Tomé esas palabras de Los Cuatro Grandes Votos del Bodhisattva, de los practicantes en las tradiciones budistas Mahayana. Y muchos se sumaron. Fue espontáneo.
Las mujeres, con su fuerza interna y su inteligencia emocional, se están moviendo muy rápidamente a través de todos los puntos de datos y están liderando. Mi información viene de ellas.
Ian Astbury, líder de The Cult.
-Estabas feliz el otro día, ¿verdad?
-Estaba muy feliz. Cuando vi esa respuesta, pensé: “Bien, aquí está la verdad. Algo está pasando. Sé que está pasando algo, lo siento, me transporta. Y ellos lo saben también. Somos animales, podemos sentirlo”. Hablo del instinto, claro. Podemos oírlo. Tenemos la misma estructura molecular, un gran conductor de energía.
Para Astbury, Buenos Aires emite una energía muy especial. Así lo cuenta: “Esta región específica tiene algo único, muy único. Uno de mis mejores amigos es de Buenos Aires. Es arquitecto, tiene una empresa tecnológica y hace películas, un polímata. Pregunto: ¿Qué es eso? Buenos Aires, los argentinos. Bueno, algo que está pasando aquí. La mezcla de europeos e indígenas, algo muy sabio, intuitivo, artístico. Definitivamente, hay lugares como éste que son una reunión de místicos, intelectuales, personas que están explorando su autonomía corporal”.
Astbury dice esto y mucho más. Volvió a ser padre por tercera vez, cuenta que lee a Borges, que está abocado a un trabajo ensayístico que tomará formas inmersivas, un tipo espiritual, y a la vez, físico.
Hoy sigue en la carretera con una voz intacta y mirada de visionario y entrega inquebrantable. Astbury es un viajero entre mundos, un animal nocturno que sigue buscando la respuesta en la furia de una canción. O un mantra. Un verdadero hechicero. Porque algunos nacen para cantar y otros para invocar el trueno.