Muchas cosas se dicen sobre Elon Musk. Que es la persona más rica del planeta (según los datos de Forbes, al momento de escribir esta nota, su patrimonio está valuado en unos trescientos mil millones de dólares).
Que fue el precoz fundador de Paypal y hoy, a sus cincuenta y tres años, es el dueño de Tesla y SpaceX, dos empresas exitosísimas dedicadas a los autos eléctricos y a la fabricación aeroespacial, respectivamente.
Que compró y rebautizó Twitter, condensando su nombre en la sigla “X”. Que hasta hoy ocupa el cargo de consejero superior y administrador del Departamento de Eficiencia Gubernamental del presidente estadounidense Donald Trump. Que durante el acto de investidura presidencial apuntó el brazo hacia arriba en un gesto muy parecido (se podría decir idéntico) al saludo nazi.
Que se crió en Sudáfrica y ha tenido en total catorce hijos con mujeres diferentes. Y que su gran sueño, el propósito máximo de su vida, es llegar a colonizar Marte. Su futuro es el infinito y más allá, pero su pasado empezó como el de cualquiera de nosotros.
Infancia Ciber
A sus nueve años, en un viaje a los Estados Unidos, la luz de una máquina de videojuegos lo iluminó mostrándole el futuro. Sutil presagio de aquello a lo que iba a dedicar su vida: las innovaciones tecnológicas, el norte global. Nunca había visto algo como eso.
Pero recién a los once se encontraría con una computadora. Ante las negativas de sus padres de regalarle una, ahorró dinero para comprarla por su cuenta (cuesta creerlo, pero así se lo cuenta él a su biógrafo Walter Isaacson).

Su relación con ese viejo modelo Commodore VIC-20 fue la excusa para que le permitieran asistir a un seminario de informática para adultos y, con once años, aprendió a programar. A los trece, Elon Musk ya había creado su primer videojuego. Le puso de nombre Blastar.
Más adelante, en la Universidad de Pensilvania, donde se graduó en Física y Economía, empezó a hablar de sus deseos de fabricar cohetes que pudieran llegar a Marte. En aquel momento no lo tomaron en serio. Pero tenía metas más cercanas: en 1995, a sus veinticuatro años, fundó Zip2, una especie de pre Google Maps.
Ascendencia Musk
Su padre, Errol, es un ingeniero que asegura haber cosechado su fortuna con una mina de esmeraldas en Zambia (Elon, en cambio, niega la existencia de dicho proyecto). Su madre, una modelo y experta en dietas con quien mantiene una relación aparentemente más cercana, cada tanto lo acompaña en premios y alfombras rojas.
Tiene, además, dos hermanos menores: Kimbal y Tosca. Pero quizás el personaje más relevante del linaje muskiano sea Joshua Norman Haldeman, el abuelo materno de Elon Musk. Un quiropráctico aficionado a la aviación que sentó las bases ideológicas de lo que sería el futuro legado de su nieto.
A sus nueve años, en un viaje a los Estados Unidos, la luz de una máquina de videojuegos lo iluminó mostrándole el futuro. Sutil presagio de aquello a lo que iba a dedicar su vida: las innovaciones tecnológicas
Fue un ferviente seguidor del movimiento “tecnocrático” de los años treinta, que profesaba un sistema de gobierno por el cual los expertos en ciencia y tecnología tendrían poder para tomar decisiones políticas. Movido por su amor hacia la aventura (y según cuentan distintos testimonios, entre ellos el del padre de Elon, por su afinidad con el nazismo), Joshua decidió mudarse a Sudáfrica durante el apartheid. Ahí se conocieron sus padres, y ahí nacería Elon.
De su infancia en Pretoria, capital sudafricana, lo que más recuerda es la violencia.
Un colegio exclusivo para blancos donde era común terminar con la cara deformada por los golpes de sus compañeros. La rutina del campamento veldskool (especie de escuela rural) al que asistía: allí los niños debían enfrentarse físicamente unos con otros (dice que, cada pocos años, había algún caso de muerte infantil). El charco de sangre que manchó sus zapatillas cuando él y su hermano iban en camino a un concierto contra el apartheid. Y un padre que forjó su educación bajo el mismo régimen de tradiciones violentas.
Con poca facilidad para hacer sociales (y una falta de conexión con el entorno que él mismo postula como cierto grado de Asperger), Musk buscó refugio en las enciclopedias de la biblioteca de su padre, las novelas de ciencia ficción de Isaac Asimov y los videojuegos.
Macho Alfa, Héroe Nerd
“Mide 1.85m, pero cualquiera que lo conozca dirá que aparenta ser mucho más alto. Es increíblemente ancho de hombros, robusto y fornido. Se podría pensar que saca partido de ese porte y se pavonea como un macho alfa; pero, en realidad, siempre parece como si estuviera avergonzado”, dice sobre él Ashlee Vance, otra de sus biógrafas.

Un niño recluido socialmente, adicto a los videojuegos y a los datos científicos, víctima del rechazo de sus pares y de un padre severo, crece para convertirse en un adulto multimillonario que, aún así, se siente incómodo con su cuerpo.
La épica de la venganza incel (lo que acá llamamos “virgo”, el soltero involuntario) lo convirtió en un héroe para otros hombres de todo el mundo que se identifican con él. Cualquiera que viva en la Argentina puede reconocer los ecos de esta historia personal en la de Javier Milei, que asegura haber sido víctima de violencia familiar, que en pleno verano se oculta debajo de camperas de cuero y reivindica la cultura de los tecnonerds.
En febrero, durante la última edición de la CPAC, el foro conservador más antiguo de los Estados Unidos, Milei le ofrendó a su héroe tecnológico su propia versión de artesanía local: una motosierra pintada de dorado que Musk enarboló enardecido ante el público.
Degeneración X
La letra “X” se suele asociar con el misterio, con la ciencia ficción (The X Files, X-Men), con el contenido pornográfico, con aquello que es ambiguo. En nuestro idioma es la letra que se usa para evadir las distinciones de género, para los cristianos es abreviatura de la palabra Cristo, y es la incógnita en los problemas matemáticos.
Esa multiplicidad de sentidos de la “X” parecen haber seducido a Elon Musk, que la elige para bautizar sus proyectos desde temprana edad. A sus veintiocho años, tras haber vendido su primera empresa Zip2, creó un banco online bajo el dominio “X.com” (el nombre no tuvo éxito porque los usuarios lo asociaban con el porno, y el sitio web se convertiría en PayPal).
Era 2001 cuando Elon descubrió, azorado, que la NASA no tenía ningún plan para llegar a Marte en el futuro cercano. Apenas un año más tarde fundó su propia empresa de fabricación aeroespacial para hacerse cargo del proyecto por sí mismo. La llamó Space Exploration Technologies Corp, pero fuera de su campo de desempeño es difícil que se la reconozca por ese nombre. La fama mundial se la ganó la abreviatura propuesta por su fundador, que suena como un elemento extraído de un viejo cómic retrofuturista: SpaceX.
La épica de la venganza incel (lo que acá llamamos “virgo”, el soltero involuntario) lo convirtió en un héroe para otros hombres de todo el mundo que se identifican con él.
Tras comprar Twitter en 2022, la rebautizó sólo X, lo mismo que su empresa gemela de Inteligencia Artificial, xAI (ambas hoy están fusionadas).
La “X” volvió a aparecer en 2020, con el nacimiento de su séptimo hijo. Producto de su relación con la cantante canadiense Grimes (alias de Claire Elise Boucher), lo presentaron como X, aunque su nombre completo es X Æ A-12. Según la madre, la “X” representa una variable desconocida, mientras que “Æ” es una ligadura derivada del latín y del inglés que, pronunciada “ash”, le recuerda a las siglas “AI” (inteligencia artificial en inglés). El A-12, aporte de Musk, rinde homenaje a un avión de la CIA que se usó durante la guerra de Vietnam.

En sus inicios, Grimes fue conocida por hablar de feminismo y marxismo, pero eliminó silenciosamente la frase “anti-imperialista” de su perfil de Twitter cuando profundizó el romance con Elon. Pero esta relación le costó su imagen de ícono alternativo del pop, una especie de Björk norteamericana. Aunque ya no están juntos, durante los últimos años ella respaldó el accionar de Musk con explicaciones como “puedo respetar a un capitalista si se dedica a llevar al humano al espacio”. Una defensa que duró hasta el año pasado, cuando entraron en una batalla legal por la custodia de sus hijos.

Hay quienes juran no entender por qué alguien como ella se enamoraría de un multimillonario conservador. Alguien como ella: que comparte con él su afición por las noches en vela jugando a un videogame ultraviolento como Elden Ring, que construye su figura pública como si se tratara de la antiheroína de una novela distópica, que está obsesionada con los avances tecnológicos y “el lado oscuro” de la humanidad desde un punto de vista “misantrópico”, que es fácil catalogar de infantil, que se viste de elfa y le canta a los nuevos dioses de la era digital. Para comprender su relación con Elon Musk basta con imaginarla en las inmediaciones de SpaceX, viendo extasiada los cohetes despegar.
Coches y cohetes
Un auto rojo da vueltas alrededor del Sol. Sí, literal: esto pasa. Convertido en un satélite artificial, en basura galáctica, el coche es pilotado por un maniquí vestido de astronauta desde 2018. Se llama Roadster, el primer modelo producido por Tesla, la empresa automovilística de Musk cuyo mayor orgullo es promover la energía sustentable con sus autos eléctricos. La paradoja: el proceso de minado de bitcoin, cuyo uso Elon ha popularizado, consume la energía promedio de muchos países en su totalidad, según los datos del Bitcoin Electricity Consumption Index de la Universidad de Cambridge.
Desde 2018, cuando SpaceX lo lanzó al espacio, el auto deambula por el cosmos, habiendo confundido recientemente a astrónomos que creyeron detectar un asteroide. Un año antes de que el cohete Falcon Heavy propulsara a este auto hacia su nueva vida errante, Musk hizo el anuncio en su cuenta de Twitter: “El destino es la órbita de Marte. Estará en el espacio profundo durante más o menos mil millones de años, si no explota al ascender”. Dijo, además, que se trataba de su auto personal, y que durante el lanzamiento el equipo de audio estaría reproduciendo Space Oddity, la canción de David Bowie. Según los datos del sitio The Sky Live, el Roadster hoy se encuentra en la constelación de Piscis.

Un poco más lejos, en el planeta Tierra, modelos más recientes de Tesla arden en llamas. Durante las últimas semanas, en distintas ciudades estadounidenses y europeas, estos autos eléctricos -símbolos de riqueza y estatus social- aparecen marcados por símbolos nazis, grafiteados con inscripciones del tipo NO MUSK, destruidos o prendidos fuego en sus concesionarias. Entre los grafitis también hay mensajes que atentan contra Trump, el presidente de ultraderecha que el 11 de marzo usó la Casa Blanca para promocionar los autos de Tesla.
Descendencia Musk
Como si se tratara de Zeus, el rey de los dioses griegos que cada día arrojaba al mundo puñados de hijos provenientes de sus relaciones con mujeres mortales, diosas o cisnes, es casi imposible trazar una cronología clara de los hijos de Elon Musk.
Férreo defensor del aumento de la tasa de natalidad, considera que es la salvación de la vida humana. Las madres y los herederos, muchos de ellos nacidos vía vientre subrogado, se superponen en las líneas de tiempo de esta historia de maneras que parecen imposibles, sacrílegas, distópicas.
Los primeros tres hijos los tuvo con Justine Musk. Después de Nevada, una bebé que murió por muerte súbita a sus diez meses, vinieron los gemelos Jenna y Griffin y una serie de trillizos: Kai, Damian y Vivian. Ésta es una chica trans de veinte años, que odia a Elon por sus ideas de ultraderecha y que le ha reclamado, en diversas ocasiones, su ausencia como padre. El la da públicamente “por muerta”.
Grimes es la siguiente progenitora en continuar este linaje, con quien tuvo primero al famoso X Æ A-12 (de todos los hijos es el más expuesto mediáticamente, no sin objeciones de su madre). Después vinieron dos bebés más de una mujer distinta: Shivon Zilis, la directora de operaciones de Neuralink (la empresa de tecnología cerebral de Elon) que dio a luz a dos gemelos muskianos, Strider y Azure, por fertilización in vitro. Este embarazo se superpuso con un nuevo proyecto secreto junto a Grimes: el nacimiento de Exa Dark Sideræl, una bebé a quien apodan “Y”, nacida por vientre subrogado.

Este ida y vuelta finaliza -por ahora- con otro hijo de Grimes, Tau Techno Mechanicus (sic), y un par más del lado de Zilis: Seldon Lycurgus y Arcadia, cuya existencia revelaron el 28 de febrero en su primer cumpleaños.
Poco antes de la noticia, el 14 de febrero, apareció un personaje nuevo en esta caótica telaraña de nacimientos. Ashley St. Clair, una influencer ultraconservadora de veintiséis años, reveló que es la madre de un bebé que Musk le ha pedido mantener en secreto.
Según las fuentes de The New York Times, uno de los próximos planes de Elon Musk es comprar una casa en Texas para vivir con varios de sus hijos y al menos tres de sus madres. Aún no ha anunciado a cuáles seleccionaría.
Quiero mi ciudad (propia)
Ante la incapacidad del cohete Falcon Heavy para trasladar a la humanidad hacia otros planetas, en septiembre de 2017 Musk anunció que desarrollaría uno nuevo, “el más grande y más potente jamás construido”. El Starship, diseñado para, algún día, llevar pasajeros a Marte en un ameno viaje espacial de nueve meses. Aunque hasta hace poco la sede de SpaceX estaba en California, durante los últimos años la empresa construyó una serie de instalaciones gigantescas en Boca Chica, al sur de Texas.
Ese centro de operaciones donde hoy se fabrican y lanzan todos los cohetes del sistema Starship, lleva el nombre de Starbase, y el plan de Musk es convertirlo en una ciudad en sí misma dentro de Texas (el mismo compartió la carta mediante la cual solicita su creación legal, y cualquiera puede leerla). Eddie Treviño, el juez del condado, sostuvo que el número de trabajadores implicados en Starbase es suficiente para incorporarla como ciudad, y aprobó la petición. Solo falta la votación de los residentes.
Fui hecho para Marte
Con la candidez -pero también el cinismo- de alguien que imaginaba el futuro en los años ‘50, Ray Bradbury escribió su libro Crónicas Marcianas pensando en la potencial llegada del ser humano a Marte.
Los relatos están segmentados por fecha -van de 1999 a 2026- y describen un planeta en el que los marcianos conviven con humanos colonizadores que llegan escapando de males terrestres como las guerras, la insatisfacción o las bombas atómicas. Bajo el efecto de cierto sopor de calma provinciana, los nuevos habitantes del planeta rojo, que han sepultado la cultura extraterrestre bajo costumbres yankees, hacen apreciaciones así: “Parecía a veces que un terremoto hubiera arrancado de raíz una ciudad de Iowa, y en un abrir y cerrar de ojos se hubiera llevado a Marte a toda la ciudad”.
Uno de los próximos planes de Elon Musk es comprar una casa en Texas para vivir con varios de sus hijos y al menos tres de sus madres. Aún no ha anunciado a cuáles seleccionaría.
De un modo similar al que, con tristeza, vaticinaba Bradbury, Musk dice que su principal motivación para llegar a Marte es garantizar la supervivencia humana en el caso de que la vida en la Tierra se vuelva imposible. Cuando logre cumplir su sueño máximo, ¿quién irá con él? O, mejor, dicho: ¿quién podrá pagar sus exclusivas colonias marcianas?
Un vistazo a la foto que muestra la primera fila de la asunción de Donald Trump, en la que Musk está sentado en primera fila junto a Jeff Bezos, dueño de Amazon, y Mark Zuckerberg, creador de Facebook, puede sugerir algunas ideas. Tecnocracia: la concentración del poder en manos de los expertos en tecnología. Colonias en Marte a las que la realeza de Silicon Valley podrá escapar tras la destrucción de la Tierra.
Pero quizás sea mejor imaginarse a ese hombre solo, sin acompañantes, encontrándose con su destino. Cuando Musk logre escapar, cuando pise por primera vez el suelo de su tierra prometida, ¿se sentirá satisfecho? ¿Encontrará por fin la tranquilidad que le faltó a su vida terrestre en esos cráteres, en su suelo rocoso, en ese color rojo oxidado? ¿Tendrá paz al fin?