Si se puede afirmar que para Argentina tiene sentido conocer cifras internacionales de salud mental relacionadas a patologías que acá casi no se miden pero de las que se habla todo el tiempo, sin dudas vale la pena mirar el nuevo informe sobre autismo que publicó este martes la Red de Monitoreo del Autismo y las Discapacidades del Desarrollo (ADDM), dependiente de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) estadounidenses. En base a una encuesta hecha en 2022, ese reporte mostró que en dos años, la prevalencia de autismo en Estados Unidos pasó de 1 por cada 36 a 1 por cada 31.
La difusión de este informe ocurre en coincidencia con el polémico anuncio, hace sólo unos días, del secretario de Salud estadounidense, Robert F. Kennedy Jr., acerca de la puesta en marcha de un estudio a gran escala que pretende determinar las causas de la supuesta epidemia de autismo, cuyo resultado esperan difundir en septiembre, momento en el que se podrán “eliminar” las “exposiciones” al elemento causante en cuestión, aseguró el controversial funcionario, conocido mundialmente por su enfática posición antivacunas.
En ese marco, al tiempo que adelantaba los datos estadísticos de autismo ahora informados por los CDC, Kennedy afirmó que “es una estadística horrible” y que “tiene que haber algo artificial que esté causando esto”, una afirmación implícita pero sugerente. Vale remarcar que no sólo múltiples organizaciones públicas y privadas de salud salieron a cruzar este nuevo intento de la administración de Donald Trump de entrecruzar las vacunas y el autismo, sino que los propios CDC tienen publicaciones científicas en las que definitivamente rechazan cualquier vinculación. “Los estudios mostraron que no hay link entre recibir vacunas y desarrollar trastornos del espectro autista”, enfatizan los CDC en su sitio web.
Una de las mayores discusiones alrededor de lo que muchos llaman “epidemia mundial de autismo” es si hay más niños con trastorno del espectro autista (TEA) o, en cambio, la preocupación por este tema y los avances en materia de salud mental condujeron a mejoras en las herramientas de diagnóstico, de modo que ahora se ve con mayor nitidez lo que estaba invisibilizado. El informe de la red ADDM no sólo hace hincapié en ese aspecto sino que plantea diferencias muy interesantes entre las distintas regiones de Estados Unidos.
Las diferencias intraestatales en ese país son notables, enfatiza el informe: “En 2022, los hallazgos de los 16 centros de la red ADDM destacaron diferencias sustanciales en las prácticas comunitarias para la identificación del TEA. La prevalencia del TEA varió considerablemente, desde 9,7 por cada 1.000 niños de 8 años en Texas hasta 53,1 en California”. Esa diferencia es descomunal: 43,4 puntos porcentuales.
En la discusión del informe se subraya que no debe ser malentendida: “Las investigaciones no han demostrado que vivir en ciertas comunidades aumente el riesgo de que los niños desarrollen TEA. Las diferencias podrían deberse a las diferencias en la disponibilidad de servicios para la detección temprana, la evaluación y las prácticas de diagnóstico“, explica y destaca que California cuenta con una iniciativa de capacitación para que los pediatras puedan evaluar y derivar lo antes posible.
Además, sigue, “California cuenta con centros regionales en todo el estado que brindan evaluaciones y coordinación de servicios para personas con discapacidades y sus familias”, y menciona también que la mayor prevalencia podría deberse a que los chicos en cuestión tengan (o no) cobertura de salud para acceder a servicios de intervención temprana.
El análisis se hizo en 15 centros a lo largo de todo el país y sobre 8.613 chicos de 8 años que cumplían con la definición de caso de TEA. De ese total, “el 68,4% tenía un diagnóstico documentado de TEA, el 67,3 % tenía elegibilidad documentada para educación especial para el autismo y el 68,9 % tenía un código documentado de TEA según la CIE-9 o la CIE-10 (N. de la R.: el clasificador internacional de enfermedades). Los tres elementos de la definición de caso de TEA estaban presentes en el 34,6 % de los niños de 8 años con TEA”.
A la vez, de 5.292 chicos (o sea, el 61,4% del total) sobre los que los investigadores pudieron tener tanto el diagnóstico de TEA como información específica sobre su capacidad cognitiva, el 39,6% fueron clasificados como personas con discapacidad intelectual.
El trabajo despliega además grandes detalles sobre diferencias raciales en la prevalencia de autismo, con un patrón consistente de mayor prevalencia estimada entre “niños negros, hispanos y multirraciales que entre los niños blancos. Este patrón se observó por primera vez en niños de 8 años en 2020 y en niños de 4 años en 2018, y contrasta con hallazgos anteriores de ADDM que indicaron que la mayor prevalencia de TEA se encontraba entre los niños blancos en comparación con otros grupos”.
Si bien las diferencias raciales podrían generar una polémica paralela, sin dudas pueden invocar los distintos grados de vulnerabilidad social, según el contexto socioeconómico de cada comunidad. En las conclusiones, de hecho, el informe llama la atención sobre este punto, que excede la cuestión del componente genético que también cruza a las distintas variantes de TEA.
“Los aumentos continuos en la prevalencia y las mejoras en la identificación temprana del TEA podrían indicar una mayor necesidad de servicios”, cierra el informe, y suma: “Existen oportunidades para aprender de políticas, sistemas y prácticas exitosas en diferentes comunidades e implementar enfoques para la identificación equitativa o la elegibilidad de los servicios para ayudar a las familias o personas a recibir el apoyo que necesitan lo antes posible para mejorar los resultados para los niños con TEA”.