Vicente Borrero parece un soldado de vuelta del campo de batalla. Con la piel curtida, el esmoquin agujereado, una gorra vieja y sucia, el pantalón corto y desteñido, y los ojos siempre mirando a otro lado, siempre a punto de llorar. Luce como el último sobreviviente del poblado de Jicotea, en Santiago de Cuba, un hombre de postguerra que lo vio todo, y lo vivió todo. En su casa de techo de zinc y paredes de tabla, por donde puede colarse cualquier torrencial, Vicente ha estado esperando por alguien desde hace mucho tiempo. El día que Yasser Sosa recorrió más de 150 kilómetros para encontrarlo, Vicente no se lo podía creer. Lo miró, le dijo que probablemente él era como los otros, que habían pasado por ahí hace años, que prometieron ayudarlo. Vicente no lo sabe aún, pero en unos días tendrá una nueva casa, abandonará el espacio donde ha vivido por 77 años para irse no muy lejos, a una vivienda de cemento, pintada de azul, con un jardín y un portal delantero.
Vicente no camina como los otros. A causa de una malformación congénita, aprendió a desplazarse de manera ágil con la fuerza compartida entre sus brazos y sus pies, por los caminos pedregosos que transita a diario. Hace unos días, alguien lo vio arrastrarse por un parque local y le avisó a Guillermo Rodríguez, un periodista de 34 años de Ciego de Ávila que, desde hace al menos tres, recauda dinero entre cubanos de dentro y fuera de la isla para comprar viviendas a personas sin hogar. El país tiene hoy un déficit de 862.000 inmuebles, según datos de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), pero cifras extraoficiales hablan de unos 1,2 millones de cubanos sin vivienda y miles más que permanecen hacinados, o en condiciones casi marginales.
Rodríguez le pidió a Sosa, su mano derecha en Santiago de Cuba, que localizara a Vicente de inmediato. Tras dar con él, se dirigió a sus seguidores de Facebook y les dijo de quién se trataba: un señor discapacitado que tuvo una silla de ruedas hace más de diez años, que nunca tuvo hijos, ni se casó, y cuyos padres —su único soporte— murieron hace ya tiempo. Vive de una pensión de 1.500 pesos cubanos (poco más de cinco dólares) que le da el Estado mes a mes, con lo que podría comer una noche y el resto acostarse sin nada en la panza.
Bastaron tres días para recaudar 210.000 pesos cubanos (583 dólares), de los cuales destinaron 180.000 pesos (500 dólares) a la compra de la casa; con el resto, la amueblarán con equipos electrodomésticos que Vicente nunca ha tenido. Rodríguez hizo lo mismo hace más de un mes con Benito, un padre soltero que vivía en el centro de la isla en una casa de tablas y piso de tierra junto a su bebé de apenas 10 meses de nacido. Con 1,6 millones de pesos acumulados (más de 4.400 dólares), adquirieron una vivienda de dos pisos y todo lo que necesitaba el padre para empezar de nuevo. Hay días en los que Rodríguez busca medicamentos a una madre asustada por su hija con escabiosis, una silla de ruedas a un enfermo, o una olla arrocera a un ama de casa. Luego son ellos los que se aparecen con un jabón o un paquete de espaguetis para regalar, o se prestan para cargar un colchón donado a un anciano que no tenía dónde dormir.
Es un silencioso tráfico de solidaridad. “Una cadena de favores”, define Rodríguez. “Ayer dos personas fueron a buscar nebulizadores donados para sus niños con asma, y llegaron con medicinas para brindarle a alguien en caso de que lo necesiten. La cantidad de personas vulnerables, abandonadas, son muchas, y en Cuba se ha creado una red de ayuda, de empatía, en un país tan devastado, que la gente se aferra a eso. En Cuba solamente el vecino puede ayudar al vecino”.
Hace ya varios años que los cubanos no esperan por su Gobierno, como si el Estado los hubiese dejado huérfanos, desprovistos de todo. Algunos dicen sentirse traicionados, como si les hubieran dado la espalda. Quienes reciben remesas del exterior, se libran de depender de los cada vez más escasos alimentos racionados que apenas garantiza el Gobierno. Los que se agencian algún negocio, sortean la escasez de todo tipo, en un país con una economía colapsada, dependiente, que cerró el 2024 con una inflación en el 24,88 %, con un turismo cada vez más deprimido ante la poca afluencia de viajeros, con un sector privado al que le impiden crecer, y donde el 89% de las familias vive en extrema pobreza, según dicen los estudios realizados. En muchos casos, son los activistas, o la sociedad civil, quienes se encargan de los cada vez mayores vacíos del Gobierno. Después, casi todos terminan en el blanco de la policía política, o forzados a abandonar el trabajo que hacen.
“Mis ayudas son denuncias al sistema”
“Necesito Clonazepam para mi niña”, dice en el grupo de Whatsapp Manos a la obra una madre desesperada por la falta del medicamento. Al rato, alguien se ofrece a compartir los suyos. Cada vez más, afloran los grupos de este tipo en redes sociales, sitios online donde la gente, por ejemplo, reparte, distribuye, intercambia medicinas, en un país donde escasean más de 460 medicamentos en las farmacias estatales, según ha reconocido el propio Gobierno. Hay quien, ante la posibilidad de la muerte por la ausencia de tratamiento o una intervención quirúrgica, impulsa campañas de GoFundMe para solicitar visas humanitarias o el dinero que pueda costear la salida de un paciente hacia algún hospital fuera de la isla.
La historiadora del Arte y activista Yamilka Lafita, quien ha ayudado a empujar algunas de las campañas más visibles de los últimos años en Cuba, asegura que, sin saber cómo ni desde cuándo, es la sociedad civil cubana la que se ha unido para subsistir. “En Cuba hoy no existen los insumos, los tratamientos, los reactivos, ni siquiera los médicos para operar. Y estas campañas son una manera de denunciar al sistema de Salud Pública, que es una rueda más en el andamiaje de este Estado fallido”, afirma esta mujer que ha ayudado a trasladar niños enfermos de cáncer o necesitados de trasplantes para ser intervenidos en hospitales de España o Estados Unidos. “Hay gente que me dice: ‘Tú pones curitas a la dictadura’. Pero yo no pongo curitas, porque mis ayudas son denuncias al sistema. Cada aporte que uno haga, no importa si es una visa humanitaria o regalar dos jeringuillas, es un cubano que estás ayudando a que sobreviva en la miseria”.
Hay cubanos que atestiguan que se trata de la mayor crisis de todos los tiempos, incluso peor a la del llamado Periodo Especial. Se basan en la falta de esperanza que tiene la gente en un cambio inmediato, pero mayormente en lo que se ve a pie de calle: una emigración de casi dos millones de cubanos en unos tres años; las personas que mueren sin asistencia médica; los jubilados a quienes no les alcanzan las pensiones; o las personas que se divisan durmiendo en las calles, algo que, según dicen, no se veía en los 90. Las autoridades cubanas hablan de unas 3.690 personas “con conducta deambulante”, pero se cree que es un subregistro. José Daniel Ferrer, el reconocido líder político del oriente de la isla, lo sabe de primera mano. Desde que fuera excarcelado a inicios de año, tras negociaciones entre el Gobierno cubano y El Vaticano, ha estado alimentando a cientos de personas que llegan a su casa en busca de comida cada día. Con ayuda que recibe del exterior, Ferrer y su familia han llegado a repartir hasta más de mil comidas calientes en una tarde a gente a las que el Estado no se lo garantiza. La diferencia, según el líder opositor, es que Cuba hoy es un lugar donde sí hay comida para el que tiene dinero.
“En los primeros años de los 90 la situación era tal que, aunque tuvieses dinero, no podías conseguir casi nada, no te podías mover de un lugar a otro porque las carreteras estaban desiertas, apenas había vehículos en movimiento”, cuenta. “Ahora, si tienes dinero, no te acuestas sin comer, porque hay productos en dólares, carísimos, hay Mipymes. Pero, para esos ancianos que viven con mil y tantos pesos de jubilación, el hambre es tan terrible y hasta mayor que la que pasamos en el Periodo Especial. Dependen de lo que llega a la bodega, y casi nunca llega nada. Entonces hay quien la está pasando peor”.

En Cuba también se habla de los “nuevos ricos”, en contraste con lo que, por años, el Gobierno cubano negó: las clases sociales en un país donde todos eran aparentemente “iguales”. Se trata de personas que entran y salen de la isla, que tienen negocios. A muchos de ellos se les ve en los cada vez más comunes autos de lujo tipo Mercedes-Benz, Audi, Mazda o Chevrolet que ruedan por las calles habaneras. De lo que no se libra nadie, lo que afecta a todos de modo transversal, son los apagones, los casi diarios cortes de luz eléctrica en todo el país ante la falta de mantenimiento a las viejas termoeléctricas y la reducción del combustible que llega de naciones aliadas.
Y esto es algo en lo que también los cubanos han tratado de tomar las riendas: a falta de un Estado que resuelva la crisis energética agravada desde el pasado año, algunos envían desde el exterior generadores de luz, pequeños paneles solares, algún tipo de velas y linternas. Pero lo cierto es que eso también se agota, y la vida se pone oscura para todos por igual. En este caso, es el Gobierno cubano el que ha buscado ayuda afuera, y una vez más confía en que Rusia finalmente saque al país de su gran crisis energética. Pero eso, según los economistas, no basta, mientras el Gobierno se empeñe en su modelo económico centralizado.
“Los cubanos se han quedado estancados en la visión de la Guerra Fría en las relaciones comerciales. Creen que Rusia, China y otros deben ayudarlos porque ellos se enfrentan a Estados Unidos, y son una pieza importante para las grandes potencias”, dice el economista Ricardo Torres, ex investigador del Centro de Estudios de la Economía Cubana y profesor en la American University de Washington. “No estoy seguro de que los rusos lo ven así. Para Cuba sería muy importante ese apoyo, pero nunca ha estado interesada en hacer lo que necesita con su modelo económico para ser una contraparte más fiable”.
Más de seis décadas después del triunfo de la Revolución cubana, parece claro que no será Rusia quien salve al país, ni los activistas quienes sanen a todos los enfermos, ni den casa a todos los cubanos sin hogar. Es el Estado, según la Constitución cubana, el responsable de garantizar el bienestar de su gente. Pero la gente cree que hay algo de lo que el Gobierno, que dejó de encargarse de casi todo, sí se encarga a la perfección: del control, de la represión que mantiene y a la que destina todo tipo de refuerzos. Un país imposibilitado de garantizar comida, luz o asistencia médica, mantiene en sus cárceles a más de 1000 presos políticos. “En Cuba, si una persona sufre una emergencia médica, es probable que la ambulancia tarde horas, si es que llega”, dice la activista Carolina Barrero. “Pero si esa misma persona grita en la calle ‘¡Abajo Raúl Castro!‘, en minutos aparecerán patrullas policiales y agentes de la Seguridad del Estado para detenerla e interrogarla. Eso demuestra que la incapacidad del régimen para ofrecer servicios básicos no se debe a la escasez simplemente, sino a una voluntad política deliberada. El castrismo siempre ha estado en manos de una élite extractiva más interesada en sostener su fachada internacional que en el bienestar del pueblo”.