¿Alguien puede imaginar cómo sería la vida sin celulares, inodoros o electricidad? Bueno, algo así ocurre también con el lenguaje”, escribe Bård Borch Michalsen, especialista noruego en estudios del lenguaje.
Aprender a hablar nos hizo evolucionar más rápido como especie. Luego, el alfabeto, y finalmente, los signos de puntuación.
En Signos de civilización, cómo la puntuación cambió la historia (publicado por la editorial argentina Godot en 2022), Michalsen afirma que el registro de estos signos se remonta a 2.000 años atrás, y su función más importante fue ordenar la escritura, hacer que el mensaje llegue al lector de forma más clara y rápida.
Primero con la tinta y el papel. Luego con la imprenta. Hoy con las redes sociales.
Pero en la era digital no solo se escribe a través de las redes sociales, sino de múltiples plataformas (mails, buscadores como Google, mensajes de texto, WhatsApp, etc.).
¿Qué lugar ocupan la ortografía y los signos de puntuación en los tiempos que corren? ¿Deberíamos insistir en el correcto uso de los acentos y el lugar de una coma, el derecho al punto para terminar una frase (sin que eso se interprete como “cortante”), cuando escribimos en el mundo digital? ¿Vale la pena seguir luchando?
“Por supuesto, seguir luchando y con pasión”, contesta Alicia María Zorrilla (lingüista argentina y eminencia en normativa de la lengua española) a Viva.
“La palabra luchar procede del latín y, etimológicamente, denota ‘esforzarse’. Lo que falta hoy, precisamente, es realizar el esfuerzo de tomar conciencia de lo que decimos, cómo lo decimos y a quiénes lo decimos.
La vida es una maravillosa lucha cotidiana para construir por el bien de todos, pero algunos no la entienden así y no reparan en fatigar la lengua. Al decir que hablamos español, estamos definiendo nuestra identidad.
Si se llegara a comprender el altísimo valor que guarda cada palabra y su enlace con otras para comunicar un mensaje que exprese verdad, se pondría más atención al escribir. Las palabras, como las personas, necesitan ternura, no golpes que las dañen.”
“Sin dudas, ‘escribir mal’ ralentiza la lectura. Y si bien la lengua conlleva un montón de ambigüedad inherente, ‘escribir bien’ disminuye esa ambigüedad. Vale la pena aprender y esforzarse por escribir bien”, responde Silvia Ramírez Gelbes, doctora en Lingüística, licenciada en Letras por la UBA y directora de la colección Comunicación y Lenguajes de la editorial argentina Ampersand.
Las pocas ganas de esforzarse, traducida en apatía a la hora de aprender, es un factor que Gonzalo Santos, escritor y profesor de profesores en institutos estatales de formación docente, percibe cada vez más en sus alumnos.
“En principio, noto que a veces hay mucho desdén, falta de ganas y esfuerzo. Creo que es una generación que no está acostumbrada a hacer esfuerzos, que quiere todo rápido, fácil, digerible.”
En el secundario, dice, tampoco los obligan a hacer ese esfuerzo. Él tiene 40 y recuerda que, cuando hizo la secundaria (hace más de 20 años), si no hacía un esfuerzo, no aprobaba.
Nuevos códigos, viejos líos
Quizás la pregunta sea si la nueva forma en la que nos acostumbramos a escribir por las redes, acortando palabras o usando emojis, supone un peligro para nuestra lengua, si el digital sapiens en el que nos hemos convertido puede destruir esa evolución alfabética que nos llevó miles de años construir.
“La verdad es que nunca se puede predecir el futuro, pero lo cierto es que las personas somos capaces de manejar distintos códigos sin problemas”, opina Gelbes.
“Es decir, se puede escribir de un modo en un soporte o en una plataforma, por ejemplo, y de otro modo en otro lugar y habitualmente lo hacemos.”
Como Directora de la Maestría en Periodismo de la Universidad de San Andrés y profesora en universidades nacionales y extranjeras, no cree que sea culpa de la digitalización cómo escribe la gente.
“Con respecto a los ‘errores’ que suelen notarse ahora, debo decir que antes también existían y yo los detectaba como profesora: pero no existía la comunicación escrita entre conocidos o familiares -como ocurre hoy en WhatsApp- y por teléfono no se nota si hay faltas de ortografía.”
Gonzalo Santos también ve faltas ortográficas en sus alumnos, pero podría decirse que ése es el menor de los problemas con los que se encuentra en el aula. A la hora de componer un texto, los alumnos tienen dificultades más graves, solo que ni siquiera las ven.
En su periplo escolar, nunca nadie se las marcó. “Están muy acostumbrados también a las nuevas tecnologías, a expresarse de manera muy lacónica, muy breve, les cuesta desarrollar, les cuesta componer un texto. Por supuesto hay muchos errores de todo tipo.”
Más allá de los ortográficos, hay: de expresión, sintaxis (construir oraciones extensas les cuesta), claridad, coherencia. A veces lo siente como una “tarea titánica”.
También hay una cuestión de atención, que le cuesta encontrar en sus alumnos: después de 10 o 15 minutos, ya sabe que, si no deja de hablar y hace algo diferente, los pierde.
Tampoco le parece realista pedirle a la gente que escriba en todos los lugares donde cotidianamente escribe, de la misma forma. La era digital hizo surgir usos de la escritura que no existían y el problema, según Santos, es cuando esos usos se empiezan a mezclar con otros preexistentes: “Mientras uno tenga conciencia de que una cosa es el WhatsApp y otra cosa es escribir una monografía, me parece que está todo bien”. El tema, dice, es que, muchas veces, hasta esa conciencia ya se perdió.
El modo en que escribimos en las plataformas digitales, ¿puede poner en peligro el futuro de la ortografía y la gramática? “Nada las pone en peligro si, fuera de las redes sociales, los usuarios aprenden formal y sistemáticamente las normas ortográficas y gramaticales, las elaboran con reflexión y las ponen en práctica en sus respectivos trabajos”, opina Zorrilla.
“Pero, para que ocurra eso, debe existir la sabia voluntad de estudiar siempre, de perseguir el hábito de la excelencia, a fin de escribir con la claridad y la corrección que merecen los lectores. Desde mi punto de vista, cada texto que escribimos tiene valor didáctico: enseñamos con cada palabra que usamos y ordenamos sintácticamente las oraciones si logramos encontrar qué lugar tiene que ocupar cada una de ellas. Somos responsables, entonces, de que los demás nos entiendan, de compartir generosamente los significados sin tergiversarlos. Sería muy meritorio que, en las redes sociales, los hablantes demostraran también su empeño en escribir con cierto decoro -no hay economía verbal que justifique cometer errores- para que los demás perfeccionen su escritura.”
El cambio, la única constante
Esto no implica aprender todas las palabras, todas las reglas de una vez y desentenderse de los cambios: la academia también va registrando periódicamente qué palabras nuevas se agregan a las aceptadas por los diccionarios oficiales, y qué reglas ortográficas caen en desuso. Quizás el caso más conocido sea el de la palabra “solo” (sin acento) y “sólo” (con tilde).
Escribir mal ralentiza la lectura. Y si bien la lengua conlleva un montón de ambigüedad inherente, escribir bien disminuye esa ambigüedad
Silvia Ramírez GelbesDoctora en Língüística
“Por dar un ejemplo, el adverbio ‘solo’, que llevaba tilde en caso de anfibología (ambigüedad) como en “Solo lo hizo” (¿solamente lo hizo?, ¿lo hizo solito?), dejó de llevar tilde porque la Real Academia consideró que quien lee es competente para interpretar de forma correcta gracias al contexto”, explica Gelbes, quien también suele sacar notas sobre escritura y usos del lenguaje en medios importantes. “Puedo decir que los medios hicieron caso omiso del asunto y le siguen poniendo tilde al adverbio ‘solo’.”
A veces también sucede que la RAE propone y los hablantes disponen, y eso fue lo que terminó pasando con la regla de “solo”. Parece que, como a la gente le seguía gustando usar el tilde en “solo”, o tal vez nadie se terminaba de acostumbrar a sacarlo, que en 2023 la RAE tuvo que dar marcha atrás y aceptar finalmente que los dos usos son correctos.
“Como las normas lingüísticas nacen del uso, las Academias están atentas y trabajan para actualizar las obras que las contienen.”, dice Zorrilla.
Esta lingüista siempre tuvo un vínculo especial con las palabras. “Las palabras me parecían ‘seres’ mágicos que podía poseer a través de la lectura, y mi imaginación jugaba con ellas cuando escribía. Era un juego gozoso y sigue siéndolo.”
Alicia María Zorrilla adora la lengua española con una fe casi mística, que mantiene prácticamente intacta desde los diez años cuando decidió su carrera.
Cuenta que este año se publicó un libro muy esperado: la segunda edición del Diccionario panhispánico de dudas, ampliada y actualizada. Y que dentro de poco saldrá la segunda edición de la Nueva gramática de la lengua española (dos volúmenes), donde el lector podrá aprender sobre todas las variedades del español.
“Los hablantes tendrán que consultar estas obras para no quedarse con dudas y estudiar las actualizaciones”, aconseja. Habrá que seguir esforzándose.
Palabras justas
La lingüista Alicia María Zorrilla comenta algunas novedades sobre nuestra lengua.
En 2010 -y, aunque ya no es una novedad, la repetición es siempre didáctica-, la ch y la ll dejaron de pertenecer al alfabeto español. Ahora son dígrafos, es decir, son secuencias de dos letras que representan un solo sonido. Por eso, en lugar de 29 letras, el alfabeto tiene hoy 27.
A lo lejos, el márquetin
El superlativo del adverbio lejos es lejísimos, pero en la Argentina, por ejemplo, suele usarse lejísimo y no es erróneo.
El plural de márquetin (así se españolizó la voz inglesa marketing) es los márquetin o márquetins. Y el de tóner (se españolizó con tilde la voz inglesa toner) es tóneres o tóners.
La palabra módem, del inglés modem, se adaptó al español con tilde, y su plural es módems. Se escribe con tilde en singular y en plural.
La voz inglesa WhatsApp o whatsapp se adaptó al español con dos formas: wasap (plural wasaps) y guasap (plural guasaps). En los dos casos, se pronuncian como agudas. De estos dos sustantivos surgieron, además, los verbos wasapear y guasapear. Muy usados en estos tiempos de redes. Y correctos, aunque se lean como extraños.
La última grafía española de la voz inglesa whisky es wiski (plural wiskis). También se considera válida, aunque es menos usada, güisqui (cuyo plural es güisquis).
El género masculino de azafata es azafato, y el género femenino de sastre es sastra o también puede formarse con el artículo: la sastre. El sustantivo modista es masculino y femenino: el modista / la modista, pero ya se extendió mucho en el uso para el género masculino el modisto, aunque también es correcto.
Es correcto decir “Tiene miedo a los truenos” y también lo es “Tiene miedo de los truenos”. Lo mismo para “Habló sobre el derecho a transitar libremente” o “de transitar libremente”.