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Berta Cuchallo, mujer quechua de 40 años, llega más de una hora tarde a la reunión de la Red de Mujeres Plomeras en Arani, en el interior de Cochabamba, Bolivia. Cargando a su hijo de menos de un año —el menor de siete— a sus espaldas en su aguayo, justifica su retraso por los 65 kilómetros que tuvo que recorrer desde Sacaba, municipio del eje metropolitano. Se mudó hace unos años para estar más cerca de la universidad donde estudia su hija. Pero, para Cuchallo, es importante asistir, porque aquí, en el taller gratuito de plomería, ve una oportunidad de ingreso económico para ayudar a pagar los estudios privados de su hija.
“A veces no te alcanza el tiempo, el cuerpo mismo se cansa”, se queja Cuchallo. Su esposo es chófer de camiones, por lo que pasa la mayor parte del tiempo en la carretera, y el cuidado de los siete hijos y del hogar recae en el ama de casa. Es una de las 76 mujeres plomeras que fueron formadas entre septiembre de 2024 y marzo de este año en Arani gracias a una iniciativa de la ONG Water for People, en alianza con la Embajada de Canadá en Perú y Bolivia. Recibieron un título entregado por el Instituto Nacional de Formación y Capacitación Laboral (Infocal) en un acto realizado el pasado 14 de marzo. Y el sábado 29 fueron visitadas por estudiantes de la carrera de Administración de Empresas de la Universidad Franz Tamayo, quienes les informaron sobre el mercado laboral, cómo gestionar sus finanzas y la elaboración de presupuestos.
En el curso no solo aprendieron cuestiones técnicas como la instalación de sanitarios en baños, de mangueras y de sistemas de riego, sino también materias sociales como liderazgo, empoderamiento o masculinidades. Palabras nuevas para Cuchallo, pero cuyos significados conoce muy bien. “Para mí no es algo extraño trabajar con material de hombre. En el campo, se hace mucho trabajo físico cuando se riega o se siembra. Siempre hice el trabajo de casa y también el de hombre”, cuenta quien comienza su día a las 05.30 para preparar el desayuno a sus hijos y termina a las 22.00 lavando los platos de la cena.
En América Latina, más del 60 % de la fuerza laboral en el sector de servicios está compuesta por mujeres, según datos del Banco Mundial que cita Water for People. En el área rural boliviana, donde prevalecen los roles tradicionales de género, la situación se intensifica con mayores cargas laborales y domésticas no remuneradas para ellas. Esta última es considerada una responsabilidad exclusiva de las mujeres del hogar. Para desbaratar esas nociones y sembrar una semilla en las nuevas generaciones, los organizadores visitaron colegios para anunciar el taller. Como resultado, surgió un nutrido grupo de jóvenes plomeras de 16 y 17 años. Dos de ellas son las amigas Jhosselin García y Janeth Coca.
“No hay muchos plomeros en el pueblo”
La primera empujó a la segunda para entrar al taller. Jhosselin es ambiciosa, quiere dedicarse al trading, la compra y venta de activos financieros, un término que conoció por TikTok, y que cree que es un “buen negocio”. Mientras tanto, la plomería se presenta como una buena alternativa: “No hay muchos plomeros en el pueblo, es difícil encontrar. Además, plomería solo se estudia en la ciudad y se necesita plata, por eso dije que era mi oportunidad para aprender gratis”. En el área rural de Bolivia, el 47% de las mujeres ha sufrido violencia económica, entendida esta como un abuso a través del control de sus recursos para mantenerlas en una situación de dependencia. Es una de las cuatro agresiones que más sufren las mujeres en el campo, según el Banco Interamericano de Desarrollo, junto a la violencia sexual (53,6%), física (73%) y psicológica (95%).
La joven Jhosselin vive desde hace ocho años con su hermana de 24 años, su cuñado y sus dos sobrinos. Su madre enfermó y se quedó a vivir con su padre en el campo. Sin embargo, siente a su nueva familia como sus segundos padres. Su compañera Janeth repite en la entrevista varias palabras como autoestima, empoderamiento y confianza. ¿Qué es para ella una mujer empoderada? “Alguien que logra sus objetivos, no se detiene por nada y que sabe la capacidad que tiene. Siempre escuchaba que me decían ‘Tú eres mujer, no puedes’, pero aquí me enseñaron que una mujer sí puede hacer cosas de hombre, como la plomería. Eso te sube la autoestima”.
Dice que su inspiración es su mamá, una madre soltera, que se levanta de lunes a viernes a las 04.00 para hervir jugo de linaza y venderlo en el mercado del pueblo. “Valió por dos y nos ha sacado adelante a sus cuatro hijos”. Jhosselin y Janeth son dos de las cuatro mujeres que hay en su curso: la tasa de alfabetismo rural en Bolivia alcanza el 83% entre mujeres, inferior al 97% que registran los hombres.
“Tengo fuerza todavía”
Al otro extremo de edad de la Red de Mujeres Plomeras está Antonia Paraguayo, de 67 años. Ella no entró por una vocación económica o de empoderamiento femenino, sino para encontrar compañía. Después de la muerte de su esposo hace unos meses, y con sus hijos viviendo en el eje metropolitano, se quedó sola en el rancho de su comunidad. “Antes estaba sola, cada día llorando, desesperada. Con el taller y las clases me he sentido más fortalecida, más acompañada y más atareada”, cuenta. Por ello, no se incomodaba en caminar todos los sábados la hora y media que le tomaba recorrer los cinco kilómetros hasta Arani.
Paraguayo sobrevive comerciando los productos de su cultivo: papa, choclo, tuna, durazno o manzana. Cada jueves busca un auto que le dé un aventón al mercado del pueblo para vender su cosecha. Los fines de semana suele visitar a sus cuatro hijos que viven en el municipio urbano de Quillacollo. Los organizadores la presentan como un vivo ejemplo del segundo objetivo del taller: garantizar la sostenibilidad de los servicios de agua a nivel comunitario. El primero es fortalecer la autonomía económica de las mujeres rurales. “Allá en la comunidad no hay acceso a un plomero. Si se arruina un grifo o una tubería, hay que venir hasta el pueblo para pedir ayuda”, cuenta la mujer de 67 años. “El otro día justo se arruinó la llave de paso de la lavandería y la pude arreglar. Tengo fuerza todavía”.

Después de conversar con América Futura, Paraguayo se une a la última actividad de la tarde del sábado, que realizan los estudiantes universitarios con las mujeres plomeras. Están en la casa de una de ellas, todas de pie comentando sus experiencias del día y sus percepciones a futuro. Una de ellas, Silvia Ayala, remata las intervenciones: “Algunas empezaron tan tímidas. Muchas decían que sus maridos no les dejaban venir, que iban a perder el tiempo. Pero aquí nos enseñaron que para las carreras no hay género. Siendo mujeres podemos hacer el trabajo de varones, somos capaces”. Todas están listas para la segunda versión del taller sobre sistemas de riego.