Según la Real Academia Española, la palabra adolescencia deriva del latín “adolesco-adolescere”, que significa adolecer y se traduce en la práctica como “crecer a pesar de todo, con dificutlades”. En Días de estreno (Rosa Iceberg), Manuela Martínez la explora desde distintos personajes y si bien las historias de sus cuentos son variadas, todos tienen un hilo conductor: la importancia de la amistad para vivir esta etapa única de la existencia.
“El foco siempre está en ese momento en el que las fantasías están a punto de romperse, o justo después de que se rompan”, dice Manuela Martínez sobre su segundo libro, aunque aclara que ya está trabajando en el tercero.
–¿Por qué elegiste el paso de la niñez a la adolescencia para ambientar el libro?
–Me interesan los pasajes en general, cuando se deja atrás un momento y empieza otro. Ese galope en el pecho, ese vértigo que viene con las sensaciones nuevas. Y hay algo de esa magia, de ese asombro, que se va perdiendo a medida que crecemos. Me interesó capturar esos momentos, en distintos ámbitos de la vida. En distintas edades también. En general, salvo el primer y el último cuento, las protagonistas son adolescentes o jóvenes en su transición a la adultez. Pero el foco siempre está en ese momento en el que las fantasías están a punto de romperse, o justo después de que se rompan.
–Justo está en tema la adolescencia por la serie inglesa que lleva ese título, ¿sentís que los adolescentes de hoy están más solos que antes?
–No. Creo que los padres tenemos muchísimas herramientas de control pero no tenemos idea de cómo usarlas. Antes los chicos tenían mucha más independencia. Salían y jugaban solos por la calle, y estaban más solos con sus emociones. No había un espacio contenido para que se expresen, se hacía silencio en la mesa, se aprendía a los golpes y si llorabas a la noche te dejaban hasta que te dormías. También estaban expuestos a más peligros, pero los padres quizás no eran tan conscientes de esos riesgos. Hoy hay peligros nuevos, tenemos la ilusión de que encerrados en su cuarto están más protegidos que en la calle, y eso no es necesariamente así. Pienso que, así como los llevamos de la mano cuando caminamos por la calle, hay que encontrar la forma de acompañarlos también en el universo virtual. Y para eso deberíamos conocerlo.
–¿Cómo está siendo y fue tomado el libro?
–La verdad, súper bien. Está recién salido del horno, pero estoy muy contenta con las devoluciones que me fueron llegando.
–¿Por qué creés que la amistad es fundamental para afrontar esos cambios, los primeros desamores y la vida en general?
–Las amigas son una compañía fundamental. Son parte de la familia que vamos construyendo cuando crecemos, sobre todo a esas edades en las que empezamos a alejarnos del núcleo del que venimos pero todavía no planeamos formar otra familia por nuestra cuenta. Y las amigas son también los espejos de lo que son –o pueden ser– las otras mujeres. Yo siempre fui de mirar mucho a otras primero para ver qué hicieron, qué pensaron, qué sintieron ellas. En las amigas hay un modelo mucho más par que en la madre, y sin embargo no dejamos de encontrar sabiduría. A veces hasta nos conocen mejor que nosotras mismas. En ese sentido, las palabras de las amigas cumplen una función central en el libro. Son una especie de oráculo. No porque siempre tengan razón, si no por el lugar desde el que se las escucha. Como si fuesen mágicas.
–¿En qué estás trabajando ahora?
–Ahora estoy escribiendo una novela sobre maternidad. Aunque en realidad no está tan centrada en la maternidad en sí, sino en el deseo de hacerlo, y en el miedo y las expectativas que vienen con él.
Días de estreno, de Manuela Martínez (Rosa Iceberg).