Hay un tango con letra del poeta Héctor Negro que se llama Vieja Costanera. La poesía extraña los tiempos en los que el vínculo con el Río de la Plata era pleno: el pueblo, en días de verano, disfrutaba de sus aguas.
“¿Dónde está mi orilla de agua limpia sin tapial? / ¿Dónde aquellas aves que planeaban al pasar? / Esas noches tibias con la brisa / y aquel sol de tu sonrisa. / Todo aquello, ¿dónde está?… / Ayer, parece que fue ayer, nomás… /Tu voz, nombrándome y qué más.
/Allí estábamos nosotros dos. /El río y vos…, /el cielo y yo, mirándonos sin preguntar. /Después, el tiempo y un adiós. / Después el río fue un fantasma más / Después… ¡Mirá…!”, reza la letra del tango.
A comienzos del siglo XX, Buenos Aires detentaba un balneario municipal muy coqueto en la zona de la Costanera Sur. Miles de personas asistían allí en las temporadas de calor para refrescarse, entretenerse y descansar.
La periodista y escritora Daniela Pasik, en su artículo Cuando las aguas del Río de la Plata eran próximas, escribió que “la Costanera Sur fue la primera pieza urbana dirigida a los sectores populares, un lugar hermoso y práctico. No era maquillaje ni puesta en valor, tampoco un paisaje para contemplar. Era un lugar vivo, para usarlo, protagonizarlo activamente. (…)
El 11 de diciembre de 1918, la Costanera Sur de la Ciudad de Buenos Aires estaba viva y coleando, incluido su esplendoroso Balneario Municipal, que inauguró días antes del inicio oficial de aquel verano Joaquín Llambías, intendente nombrado por el presidente Hipólito Yrigoyen.
Cientos de personas usaban gratis el espigón rodeado de agua color dulce de leche, a donde se podían bañar sin riesgo de infecciones. Eso era justo ahí donde ahora está la Reserva Ecológica y el sol arrasa casi sin río a la vista”.
En 1934 la Cruz Roja Argentina estrena su Escuela de Salvamento. Comienza el entrenamiento de guardavidas. Mucho tenía que ver aquella costumbre multitudinaria de disfrutar de los balnearios del Río de la Plata.
Aquellos bañistas porteños o bonaerenses no tenían ningún tipo de socorro si aparecían inconvenientes. En la temporada estival de 1932/33 hubo unos quinientos accidentados.
En el verano que siguió, cuando empezaban a trabajar los primeros muchachos entrenados en la Escuela de Salvamento, 1.183 bañistas fueron atendidos por la Cruz Roja.
Llegaron a organizarse puestos de socorro, primero en los balnearios de la zona norte hasta San Fernando. En lugares como Los Ángeles, Olivos, Barrancas, Las Toscas, los bañistas empezaron a distinguir la casilla a donde debía acudirse en caso de peligro.
Se armaron unas diez casillas, en las que en 1934/35 se atendió a 1.361 veraneantes. La actividad se sofisticó a tal punto que se incorporaron dos pequeñas embarcaciones que recorrían el río continuamente.
Unos años después, la actividad se desplegó en sus auxilios en las playas de mar.
Las playas marinas de la provincia de Buenos Aires, que poco a poco pudieron tener visitas masivas, contaron entonces con la presencia de guardavidas profesionales que muy a menudo habían sido preparados por la Cruz Roja, pero que no dependían de la institución.
En el Río de la Plata fue, poco a poco, mermando la presencia de gente. Y de esa merma se pasó a la ausencia plena cuando se declaró que las aguas estaban contaminadas. Pero antes de que esa ausencia fuera completa, la declinación sucedió porque se pudieron elegir nuevos destinos.
Es posible que muchos porteños no sólo abandonaran las costas del Río de la Plata porque empezaban a contaminarse, sino porque ahora podían conocer el mar.