Es una paradoja en el corazón de nuestra abundancia actual: nunca tuvimos tanto acceso a tantas canciones, libros, películas y series, pero rara vez sabemos por dónde empezar o qué vale la pena.
Estamos en una virtual dictadura de los algoritmos de recomendación, que nos acercan aquello que es parecido a lo que ya nos gustó, limitando nuestras experiencias y achatando la cultura. Es hora de revalorizar y rescatar a los curadores humanos.
Desde hace siglos, el rol de los curadores ha sido el de organizar y dar sentido a la cultura. Si bien es lo que paradigmáticamente vinculamos con museos y galerías, lo cierto es que siempre han existido quienes filtraban y estructuraban grandes cantidades de contenido en algo coherente y comprensible para más personas.
Para quienes vivieron el siglo XX, esa función también las cumplían los musicalizadores de las FM, los buenos libreros que conocían a sus clientes y recomendaban aquellos títulos que sabían que iban a gustar y quienes atendían en los viejos videoclubes de barrio y sugerían más allá de los estrenos del mes.
Hoy, la sobreabundancia de oferta de información y materiales hacen que esta guía sea más importante que nunca.
Esa es la tesis del periodista y escritor estadounidense Kyle Chayka, quien en su libro Filterworld argumenta que los algoritmos de recomendación están interfiriendo no sólo en la construcción del gusto personal, sino que podrían aplanar la cultura.
Ahora que pasamos más y más tiempo en plataformas como Tik-Tok, Spotify, Netflix e Instagram, la gran cantidad de contenido disponible muchas veces nos abruma y paraliza.
Es por eso que solemos caer en aquellas cosas que se nos presentan como “recomendaciones personales” y están determinadas en función de nuestro comportamiento en el pasado y los hábitos de otros usuarios semejantes a nosotros.
Además de empobrecer la experiencia personal con el arte, esta nueva forma de consumir cultura parece premiar la homogeneidad por encima de la novedad y la disrupción.
El gran volumen de series y canciones que hoy son exitosas simplemente porque repiten patrones que las vuelve fácilmente digeribles y muy atractivas, castiga formas de expresión cultural más desafiantes o dirigidas a un público de nicho.
Y no se trata sólo de títulos audiovisuales, ya que podemos decir lo mismo de las tendencias de decoración de interiores tiranizadas por tableros de Pinterest; prendas de fábricas de fast fashion creadas a partir de tendencias en TikTok y locales gastronómicos que no sólo están decorados pensando en redes sociales sino que también buscan platos con cierta estética en su aspecto.
Así, en un mundo sobrepoblado de contenidos y objetos diseñados para agradar, debemos regresar a la figura de los curadores humanos, que pueden encontrar las notas musicales entre el ruido, la singularidad entre las reglas algorítmicas y el rumbo en el caos de la abundancia.
No tienen que ser personas excepcionales, sino que pueden ser un nuevo y necesario tipo de influencer, que pueda reponer el contexto perdido, construir narrativas valiosas y resaltar aquello distinto y que vale la pena.