La deriva discursiva de los ataques de Milei: de “la casta” a “los mandriles”

La deriva discursiva de los ataques de Milei: de “la casta” a “los mandriles”


“Progres”, “zurdos”, “kukas” y todos los integrantes de “la casta” fueron el difuso enemigo político que Javier Milei declaró enfrentar para llegar al Gobierno. Aunque el intento de atacar con esos motes continúa, en el último tiempo el discurso del presidente argentino se ha ensañado en descalificar a sus rivales con una referencia que evita la política y conjuga animalización del adversario con alusiones a la violencia sexual: los que critican su gestión, en especial los economistas, dirigentes opositores y periodistas, son ahora “mandriles”.

“Lloren, mandriles inmundos”, se despachó Milei en sus redes sociales una decena de días atrás, para celebrar que había sido incluido por la revista Time entre las 100 personas más influyentes del año. Durante la última semana, siguió en el mismo tono al festejar datos positivos de su gestión: “Mandriles econochantas y micrófonos ensobrados pasen de largo”, apuntó. En otro posteo en redes, les aconsejó a los “mandriles” quedarse “tranquilos” porque “se está abriendo la importación de Adermicina ya que la producción local no da abasto”. Se refería a una crema medicinal usada para tratar irritaciones o lastimaduras de la piel.

Sus expresiones no se limitan a las redes sociales o a diálogos con periodistas afines. También las utiliza en actos oficiales: en el discurso de apertura sesiones parlamentarias, el 1 de marzo pasado, habló de “los éxitos en materia económica” de su Gobierno, “para decepción de políticos mezquinos y mandriles”. Si alguien tenía dudas sobre qué insinuaba con sus tropos, el presidente se ha ocupado de disiparlas: “Les dejamos el culo como un mandril, por eso están calientes“, dijo el año pasado, en una entrevista.

La insistencia de Milei con un repertorio retórico centrado en los animales —que ya estaba presente en su propia entronización como un león, o como un topo llamado a socavar el Estado desde adentro— contrasta con el discurso que lo llevó a ganar las elecciones en 2023. “Hay un desplazamiento en cuanto a la construcción de sus enemigos”, observa Natalia Aruguete, doctora en Ciencias Sociales, profesora e investigadora del Conicet. “Inicialmente, su retórica se centraba en ‘la casta’, un concepto que tenía resonancia social y política. Con el término ‘casta’, el espacio libertario remitía a la élite dirigente, la clase política enquistada en el poder y que, según su narrativa, actúa en contra del ‘pueblo’. En esa etapa, Milei logró condensar en ese concepto una serie de malestares difusos persistentes en el electorado, lo que le permitió interpelar tanto a votantes de derecha como a sectores sociales desilusionados con el progresismo”.

Calificar a los adversarios como mandriles o ratas “introduce un tipo de enemigo deshumanizado, caricaturizado, más vinculado a lo instintivo, lo irracional”, agrega Aruguete. “Este tipo de construcciones discursivas se inscribe en una estrategia históricamente usada para justificar formas extremas de exclusión o violencia simbólica. Esa deshumanización se entrelaza, además, con connotaciones de violencia sexual —como cuando se habla de la Adermicina o de la necesidad de ‘curar’ a los mandriles—, lo que eleva el tono del conflicto a una narrativa casi de guerra moral”.

Para la coautora de Fake news, trolls y otros encantos (2020), “mientras que la casta remite a un orden social y político, los mandriles son el ‘otro’ degradado, sin posibilidad de redención. Y esto va en línea con la propia autoconstrucción de Milei como ‘león’, una figura que no sólo representa liderazgo o fuerza, sino que también implica una jerarquía natural: el león domina, las ratas y los mandriles deben ser expulsados”. Como resultado, advierte, se “profundiza la polarización y desincentiva cualquier forma de deliberación democrática”.

Las dos voces

Entre su asunción en diciembre de 2023 y febrero pasado, Milei pronunció al menos 1.051 insultos, descalificaciones o ataques personales en discursos, entrevistas y mensajes de redes sociales. Un promedio de 2,4 agravios por día, mayormente dirigidos contra opositores políticos, periodistas y economistas críticos. El dato proviene de un informe de la ONG Chequeado.

“Milei tiene una doble voz”, dice el semiólogo José Luis Petris. “En las entrevistas, por ejemplo, hay preguntas que contesta en forma muy contenida, como tratando de repetir una respuesta prearmada y no salirse de ella, casi sin gestualidad. Pero hay momentos donde aparece una suerte de pasión exacerbada, en general dirigida a insultar a sus adversarios, a descalificar la palabra del otro”. Lo mismo sucede cuando, en los actos oficiales, lee sus discursos. “Durante la lectura se mantiene controlado, pero cuando hace pausas y digresiones ahí aparece él”.

Javier Milei en Oxon Hill, Maryland, el 22 de febrero de 2025.

Las figuras públicas hoy se construyen a partir de la suma de mensajes de los medios de comunicación —los nuevos y los tradicionales— y de las redes sociales. En el caso de Milei, de esa amalgama surgen distintas expresiones: “El hombre que se muestra con un saber técnico en economía, la persona contenida y la persona desaforada, el hombre que insulta… Si vemos la totalidad, lo que observamos es la construcción de un loco, para sus seguidores, o un inimputable, para sus opositores”, señala Petris. Milei mismo ha jugado con la idea de la locura y ha dicho, por ejemplo, que “la diferencia entre un genio y un loco es el éxito”.

Sobre esa base, el presidente ultra se afirma en una posición de fortaleza, sostiene el semiólogo y profesor de la Universidad de Buenos Aires. ¿Por qué? “Es una construcción compleja”, explica. “Milei aparece como una persona honesta y espontánea porque no se controla. Parece genuino en términos de su desmesura. En la palabra de Milei nunca hay invitación al diálogo, es una palabra de certeza. Sus contradicciones permanentes, la falta de coherencia interna que lo vuelve imprevisible hasta para sus seguidores y funcionarios, de alguna manera lo hacen más humano”. El riesgo es doble. Por un lado, la evidente incitación a la violencia y, por otro, alerta Petris, el silenciamiento del debate público: “Al loco o al inimputable no se le responde racionalmente y las debilidades de su discurso no se evidencian”.