Nahuel Vecino celebra a los grandes maestros en un Palacio porteño

Nahuel Vecino celebra a los grandes maestros en un Palacio porteño


Puedo apostar a que Nahuel Vecino (Buenos Aires, 1977) y Matías Errázuriz (Santiago de Chile, 1866- Zapallar, 1953) hubieran sido grandes amigos si no fuera por el desajuste temporal que los separa. Los dos son vehementes apasionados de la historia del arte, uno lo demuestra en sus pinturas, el otro en la mansión neoclásica que le encargó al arquitecto René Sergent.

El gusto refinado del grand hôtel particulier de los Errázuriz Alvear perdura en un Gran Hall inspirado en el Renacimiento, un comedor al estilo de la sala Hércules del palacio de Versalles, un jardín de invierno o fumoir con líneas neoclásicas y un salón de baile con boiserie dorada, y espejos como los del palacete rococó de Rohan Soubise, en París. Los dibujos, pasteles y óleos de Nahuel Vecino apuntan su mirada Géricault, Goya, Delacroix, Fragonard, De Chirico y otros, y también a objetos cotidianos como la mochila roja de un delivery, vino de dudosa calidad, y la propia e íntima historia personal.

Nahuel Vecino

Un despliegue monumental de más de 70 obras se puede ver en las salas del Museo Nacional de Arte Decorativo, ex residencia Errázuriz Alvear, dispuestas según las directivas curatoriales de Patricio Orellana. El nombre de la muestra es Versalles, que refiere tanto a la ciudad que fuera capital del reino de Francia durante todo el siglo XVIII, como al barrio del oeste porteño famoso por la casa donde se filmó Esperando la carroza.

No es la primera vez que Vecino saca provecho de las ambigüedades de la toponimia, ya lo hizo con Pompeya, su muestra en el Centro Cultural Recoleta, 2008, bautizada así tanto por la ciudad destruida por la erupción del volcán Vesubio, como por el barrio porteño de tradición obrera y tanguera. La localidad de Londres, en la provincia de Catamarca, o la de Paris, en Texas (que inspiró la película de Wim Wenders) son ejemplos de esta geografía inusual.

El artista Nahuel Vecino, por Ezequiel Muñoz. El artista Nahuel Vecino, por Ezequiel Muñoz.

La obra que ocupa la tapa del catálogo, y a la vez da la bienvenida al espectador en el Gran Hall, es un óleo de una máscara africana llamada Malraux’s dream. De ella Vecino explica: “Es una obra que condensa mucho el sentido y el espíritu de toda la muestra, André Malraux era escritor, poeta, un entendido del arte, viajero y ministro de cultura de Charles De Gaulle, después de la Segunda Guerra Mundial. Entre otros libros escribió El museo imaginario, donde está presente esa idea enciclopédica del siglo XX, el relevamiento y ordenamiento de las grandes culturas, los grandes maestros, los grandes hombres, el arte africano, el arte americano, la antigüedad clásica, etcétera”.

Sigue Vecino: “Me siento fascinado por este viaje de ensueño, esos personajes subidos a tronos celestiales, me gusta ese develamiento de lo exótico desde una mirada europea, del aspecto desconocido, del paraíso perdido. Yo quiero revertir ese mecanismo, soy yo el que descubro desde un puerto sudamericano perdido y olvidado el sueño de Malraux, o que Malraux me descubre a mí, o que yo soy uno de esos grandes maestros, algo que hoy está agotado porque ya no existe ir a descubrir lo exótico, el mundo ya no tiene misterio porque la globalización hizo que todo sea igual. El otro movimiento, el horizontal, terrenal hacia lo espiritual, a un valor agregado que te iba a elevar tampoco existe más, ahora hay un algoritmo circular, repetitivo que te lleva al consumo de algo”.

Una naturaleza muerta, con cita contemporánea. Una naturaleza muerta, con cita contemporánea.

En el comedor del palacio cuelgan dos gigantescas pinturas con escenas de caza (la del ciervo y la del jabalí) de Alfred de Dreux, pintor francés a quien Théodore Géricault retrató cuando era niño, como se comprueba en la obra del Museo Metropolitano de Nueva York. No es casual que sean escenas de caza, desde la Edad Media era una actividad destinada solo a las clases altas y la nobleza, y prohibida a los campesinos, era para pocos comer carne de ciervo y jabalí.

En una obra de Vecino hay una cita al ciervo hostigado por un perro, junto a una cabeza esculpida sobre un pedestal, una bolsa de compras a rayas, y un libro con el retrato de Sergio De Loof, el multifacético artista de los 90. Al respecto aclara Vecino: “En este pastel yo invento un libro de De Loof; esa pintura se llama Los grandes maestros, hay una obra del siglo XIX francés, el libro de Sergio y una escultura decapitada de mi autoría, pues me cito a mí mismo. Sergio había sido para mí muy especial, porque yo me sentía en una situación muy antagónica con el arte contemporáneo, cuando lo conocí a él sentí que me habilitó esta cuestión de poder jugar a ser el monarca de mi propio palacio, poder jugar a ser Delacroix, a ser un pintor romántico del siglo XIX”.

Retrato de Nahuel Vecino. Retrato de Nahuel Vecino.

Y continúa: “De Loof vivía en una casa en la localidad de Alejandro Korn, me pidió que vaya a pintarle dos papagayos en un mueble, una especie de chinoiserie, él tenía una cama con baldaquino hecho con cajones de verdulería. Me recibió con la música de la película Todas las mañanas del mundo, la Marcha para la ceremonia de los turcos, de Jean Baptiste Lully. Sergio me enseñó a jugar a ser un rey, a jugar a ser un artista, que el palacio puede ser de oro pobre, pivotear entre la solemnidad y la risa”.

En efecto, la pintura de Vecino tiene algo de neo arcaísmo, escapa a las experimentaciones técnicas, muestra habilidad y amor por el oficio del pintor, tiene un fuerte sentido de la narrativa, conocimiento de la historia del arte y actualización de su iconografía. Vecino se define: “Soy un pintor que juega a ser otro pintor, miro los caballos de Géricault y quiero pintar como él, pero el resultado es un Nahuel Vecino, una obra mía”.

Vista de la sala con montaje inusual para sus más de 70 pinturas exhibidas. Vista de la sala con montaje inusual para sus más de 70 pinturas exhibidas.

Quien examine su trabajo puede percibir la inspiración en temas de grandes pintores, sin necesidad de precisar quién, algunos caballos pueden evocar a Géricault, y a la vez a la etapa clásica de De Chirico; el soldado herido acosado por un gran cisne tiene algo del mito griego de Leda, y también de los mutilados de los Desastres de la guerra de Goya, o la serie bélica de Otto Dix.

También hay un aire de poster de ángel de la guarda cuidando a los niños que cruzan el puente roto, una referencia al kitsch, pero sin ser kitsch; hay algo de belleza surrealista, sin ser surrealista, por la amistad de objetos que no son amigos, como un cacho de bananas y un libro de Fragonard, como la lámpara de Aladino en forma de concha que expulsa un genio mujer que mira su celular, una mariposa sobre un billete azul de dos pesos, o un joven cartonero rumbo a un palacio.

Vecino logra traer a los grandes maestros a la vida cotidiana, como si pudiera reubicar el palacio de Versalles en el barrio porteño de Versalles.

Versalles abre al público el 30 de abril a las 13, y se puede visitar de miércoles a domingo de 13 a 19, en el Museo Nacional de Arte Decorativo, Av. del Libertador 1902, CABA.