Colombia vive días de enorme tensión política. El hundimiento en el Congreso de la República del proyecto de consulta popular es un duro golpe al Ejecutivo, pero no es la derrota de Petro, el fin del Gobierno, ni la definición anticipada de las elecciones del 2026. Sí es una demostración más de la decadencia del Congreso, con sus ritos subterráneos y sus pactos de élite, un desafío a los trabajadores y sectores sociales, y, sobre todo, un enorme reto de la oposición al primer Gobierno de izquierda en 200 años, que llegó al poder, precisamente, por saber interpretar el espíritu del estallido social que sacudió al país en la pasada Administración.
El hundimiento del mencionado proyecto es un fuerte aguacero más que sufre un Gobierno que ha tenido pocos días de sol y muchos de tormenta en el Congreso. Una derecha sin iniciativa política, se aferra al bloqueo legislativo, para frenar el ascenso en las encuestas del presidente Petro, que ha logrado crecer su imagen positiva hasta un 42%, según los últimos estudios de opinión, gracias a su acierto en identificar la defensa de los derechos laborales perdidos en los gobiernos de César Gaviria y Álvaro Uribe, como un tema que une a millones de colombianos.
El presidente Petro ha reaccionado a la oposición con toda la artillería política, usando X, antes Twitter, como su trinchera, en donde publica trinos que trazan la línea de acción popular, tratando de demostrar que la victoria de la oposición en el Congreso es pírrica, porque la calle se convertirá en el teatro donde el pueblo definirá la suerte de la democracia.
La misma noche del hundimiento de la consulta, el presidente hizo una de las alocuciones más breves de su Gobierno, pero más contundentes: “Llegó la hora del pueblo”, dijo, rodeado de los ministros que lo acompañan en su histórico periplo por China, que ha significado un rompimiento de la tradicional adhesión plena de Colombia a la política exterior norteamericana. La estrategia del mandatario es que el pueblo se autoconvoque en cabildos abiertos y decida qué ruta debe iniciar Colombia para garantizar la transformación que bloquea el Congreso.
“La movilización generalizada de la sociedad puede incluso lograr, apelando a la buena conciencia, que siempre existe en los humanos, que se apruebe la reforma laboral y avance la reforma a la salud. Ojalá el espíritu de la Constitución del 91 alumbre a la Corte y salve a millones de viejos de su tristeza y soledad, y recobre instituciones que se han colocado en contra de la Constitución”, escribió el jefe de Estado en X. Su obsesión es que el pueblo asuma su rol de poder constituido y actúe.
“Estaré dispuesto a cumplir la voluntad del pueblo”, sentenció desde China, abriendo un mar de interpretaciones a esa frase, precisamente luego de que el Primero de mayo pasado, ante los trabajadores, indígenas y campesinos reunidos en Bogotá, desenvainara la espada de Bolívar, izara la bandera de “guerra a muerte”, y radicara las 12 preguntas de la consulta popular que el Congreso hundió en una votación marcada por los señalamientos de fraude.
Y un día después a esa votación trinó en X: “Qué tan profunda debe ser esa movilización popular, está por verse. La consulta solo quería aprobar unas normas laborales dignas. Creo que lo sucedido nos lleva a una consulta mayor, pero ya no para hacer aprobar una ley. Ahora, el pueblo de Colombia debe pasar a ser constituyente primario. No para reelegirme, que es lo que espanta a los cacaos y sus medios, ni para cambiar la Constitución del 91, sino para cambiar las leyes que hizo el paramilitarismo mafioso y la corrupción. Al que no quiere una taza se le dan dos tazas. Las asambleas en los municipios deben establecer el plan de movilización. ¿Hacia dónde? Hacia donde está el poder explotando la fuerza de trabajo”.
Petro invitó, además, a una huelga general promovida desde el Gobierno. Una idea que sacude el tablero político nacional y pone al presidente a la cabeza de una movilización ciudadana sin antecedentes, a tan solo un año de las elecciones presidenciales de 2026. Y, como jefe de las Fuerzas Militares, ha ordenado respetar la protesta social, que debe ser pacífica. Aún están en la retina de los colombianos las imágenes del estallido social, que sacudió el país entre 2019 y 2021, protagonizado por los jóvenes que protestaron contra las reformas económicas y la crisis de la salud generada por el covid, en el gobierno de Iván Duque.
El estallido social significó un punto de inflexión en la gobernabilidad de Duque, demoliendo su escasa popularidad, que llegó a mínimos históricos. Un nuevo estallido social, esta vez contra la clase política tradicional y el Congreso de la República, a solo pocos meses de las elecciones, sería una situación inédita en la historia de Colombia.
La huelga nacional convocada por los partidos liberal y conservador significó el fin de la dictadura de Rojas Pinilla, el 10 de mayo de 1957. El presidente Petro está convocando una huelga nacional para revocar en las urnas, en las elecciones de 2026, a los congresistas de oposición que cerraron las puertas a la consulta y, de paso, elegir a su sucesor cuyo nombre aún sigue siendo un acertijo.
Esta movilización ciudadana organizada desde el Ejecutivo comenzará el próximo lunes en Barranquilla, con el primer Cabildo Abierto, que presidirá el propio presidente. Desde la tierra de la poderosa familia Char, Petro ratificará que es un líder político que no encaja en ningún molde y cada derrota la ha transformado en victoria política. Tras más de 1.000 días de gestión, el mandatario se ha reafirmado en su ideología, rompiendo los manuales de manejo de las relaciones con el Congreso, los grupos económicos y los medios. La adhesión de Colombia a la Nueva Ruta de la Seda y a los BRICS, la poderosa alianza de países con economías emergentes, que integran Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, así como el ingreso al Nuevo Banco de Desarrollo, NBD, que dirige la expresidenta de Brasil, Dilma Rousseff, es la respuesta de Petro a las amenazas desde Washington a la autonomía nacional.
El suyo no ha sido un Gobierno de transición, sino de confrontación al statu quo. Por ello, no ha existido, ni lo ha buscado, una luna de miel con los medios de comunicación tradicionales, los grandes capitales, ni las castas electorales. Petro ha apelado a una campaña permanente, cara a cara, en los territorios, con los campesinos, indígenas y trabajadores. A pesar de la extenuante crisis fiscal, ha seducido a los sectores populares con ambiciosas políticas sociales, subsidios, la reforma agraria, mayor presupuesto al sector educativo, trenes, infraestructura. Ha ampliado, además, sus horizontes electorales en las redes sociales, donde tiene millones de seguidores. Solo así ha podido crecer en las encuestas y conectarse otra vez con los jóvenes y los estratos menos favorecidos. Con su decisión, el Congreso le ha dado una bandera para salir a la calle y crecerse.
Mientras cae la lluvia pertinaz en los alrededores del Congreso, muchos presienten, como en el famoso cuento de García Márquez, que algo muy grave va a pasar en este pueblo. Macondo arde y Petro no está hablando chino.