El algoritmo es humano y pelirrojo: Ed Sheeran mece a 70.000 personas en Madrid | Cultura

El algoritmo es humano y pelirrojo: Ed Sheeran mece a 70.000 personas en Madrid | Cultura


Hay que reconocer que Ed Sheeran hace magia. Miren esta imagen de anoche: él con una guitarra acústica en el escenario cantando una historia sobre un amor adolescente. Solo él, su voz melosa y unos rasgueos a unas cuerdas para producir una canción premeditadamente meliflua. Quizá la interpretación apenas sirviera para entretener una sentada en un parque a la fresca, si es que esa temperatura se podía encontrar anoche en algún lugar del sofocante Madrid. Pero la respuesta a esta economía de recursos creativa fue inmensa: 70.000 personas rendidas al terciopelo que salía por los altavoces. ¿Lo ven? Este hombre es un mago.

Ed Sheeran cumplió su primera noche en el Metropolitano de Madrid y hoy sábado repite. 140.000 personas en las dos citas, según la organización, a una media de 100 euros la entrada. Los datos, eso que tanto obsesiona al músico inglés de 34 años, dicen que lo que sucedió ayer en el estadio del Atlético de Madrid supuso un rotundo éxito. Aconteció ante un público que no dio pistas estéticas sobre sus inclinaciones musicales, más allá del cantante británico. El habitual desfile de camisetas de bandas que se aprecia en estos conciertos masivos se limitaba a alguna del Eras Tour de Taylor Swift. Gente joven, también maduros, padres con hijos… Buen rollo y mucho selfie para subir a las redes sociales.

Salió al escenario Sheeran con pantalones negros y una camiseta del mismo color con las letras impresas en colores con la palabra Madrid. Una camiseta de esas que venden en las tiendas de suvenirs de la capital. Un detalle para alicatar la imagen de tipo honesto y cercano que le encanta dar. Y entonces corrió unos metros, se tropezó y cayó al suelo. Ya decimos que le gusta ser uno más.

Empezó con Castle on The Hill, o eso intuimos, porque el sonido era horrendo. Luego mejoró, pero, al menos en las gradas altas, no hubo forma de librarse de un eco que sería un verdadero reto para los expertos en acústica poder eliminarlo. El Metropolitano va a ser el nuevo centro de la música en directo en Madrid. Es penoso que nos tengamos que acostumbrar a este sonido criminal con el dineral que hay que aflojar para comprar las entradas.

La configuración escénica consistió en una plataforma circular no muy grande en el centro del césped, lo que llaman en la industria concierteril una visión 360. Cinco torres que se alzaban hasta el techo del estadio proyectaban luces chirriantes. Ademas, encima del escenario se desplegaba otra plataforma móvil que también escupía colorines e imágenes. Visto desde la grada, aquello relucía tanto que quizá debiera tomar nota el alcalde de Vigo, Abel Caballero, de cara a pillar ideas para su festín de luces navideñas.

El cantante se tropezó nada más salir al escenario.

Otra de las sorpresas fue que a Sheeran no le acompañaron músicos en el escenario. Aparecieron de vez en cuando en unas carpas a 200 metros de la tarima principal. En una el batería, en otra el teclista, en la de más allá el bajista… Seguro que mucha gente se fue a casa con al sensación de que no comparecieron instrumentistas. Igual debió pensar el bueno de Sheeran: para qué tener demasiado tiempo por aquí a seres humanos sudando su instrumento con lo mal que suena el estadio. Nos saturaron, eso sí, con llamaradas y explosiones, muchas, y muy innecesarias. Caray, con el calor que hacía lo que queríamos era agua fresquita, no fuego.

Sheeran tuvo como mejor compañero a un aparatejo a sus pies que presionaba con la zapatilla para crear sonidos. Una vez generado este, incluso podía dejar la guitarra en el suelo y cantar sobre la base ya grabada. El espíritu de Eurovisión en el Metropolitano. Hubo otro efecto que solo se puede calificar como pelín ridículo. Resulta que la parte exterior del círculo-escenario era una cinta (como esas de los gimnasios) que daba vueltecitas, como un carrusel. En esa situación cantó muchas de sus canciones Sheeran, gira que te gira. No entendemos cómo no se desplomó mareado con tanta rondita.

Fue un espectáculo untuoso, amable, en algunas fases empalagoso con tendencia a lo pringoso si le añadimos lo sofocante de la temperatura ambiente en la capital, azuzada por miles de cuerpos bastante próximos entre sí. Sheeran es un proyecto fabricado para lo que sucedió anoche: reunir a miles de personas con la misión de corear sus sencillas tonadas. A él que no le vengan los músicos quejicas que lloriquean porque les llegan dos céntimos de Spotify. Porque Ed Sheeran es Spotify: suma 90 millones de seguidores en la aplicación de streaming sueca, seis millones más que Bad Bunny y ocho por encima de Taylor Swift. Y con esa pinta de chico despistado.

Imagen donde se ve parte de la estructura del montaje.

El concierto suministró una ristra de grandes éxitos de sus siete álbumes: Blow, The A Team, Eyes Closed, Give Me Love, Thinking Out Loud… Canciones que suman millones de escuchas en plataformas y que fueron coreadas a garganta crujida. Con esa desnudez instrumental en muchos de los temas, Sheeran lo fió todo al estado de su voz. Y aguantó sin percances. Se mantuvo con un tono grave vibrante en las piezas más bailables y desplegó su timbre tenue y su falseto agudo en las baladas.

El músico británico no engaña a nadie: compone canciones que apelan al lado más epidérmico de los sentimientos. Practica todo tipo de estilos siempre que sean altamente comerciales: balada folk, hip hop suave, algo de ritmos latinos, soul de radiofórmula… Demostró en su recital de la capital que el algoritmo es él y es humano y pelirrojo. Hizo cantar al público en varias ocasiones los eficaces “oooooooo”, estrenó una canción que editará en breve, subió al escenario a Tori Kelly para entre los dos interpretar I Was Made for Loving You y anduvo dicharachero en los discursos. Encarando el tramo final se quitó la camiseta de Madrid y se puso la de (sí, lo han adivinado) la selección española se fútbol.

La gente se fue feliz a sus casas: cantaron, se abrazaron, probablemente lloraron, bailaron, subieron tropecientos mil vídeos a Instagram y, en alguna fase, igual reconocen que se aburrieron.

El concierto acabó siendo un resumen de lo mucho que habría que mejorar para salvaguardar este inmenso arte que es la música: recintos con mejor sonido, canciones menos estandarizadas y sangre en el escenario en lugar de fuego.