“El Tano”, la historia del falsificador que vivía en un country y cometió más de 2.500 hechos

“El Tano”, la historia del falsificador que vivía en un country y cometió más de 2.500 hechos

El hallazgo de un documento de identidad falso en un operativo de rutina realizado en el estacionamiento del shopping Las Palmas de Pilar fue la punta de un iceberg para desarticular a una organización criminal dedicada a falsificar DNI y tarjetas de crédito.

Fue hace exactamente seis años. En mayo de 2019 personal de la comisaría 5ta de Pilar demoró a los dos ocupantes de un Renault Scenic, Marcelo Alejandro Domínguez y Raúl Eduardo Sanabria. El primero de ellos exhibió un documento a nombre de Néstor Adrián García, pero que llevaba su foto. Lo que en principio parecía un hecho menor de falsificación pasó a convertirse en una causa pesada que destapó una red que operaba en distintos puntos de la Provincia, con una estructura y una logística sorprendente.

Javier Alejandro Greco, alias “Tano” o “Viejo”, era el cabecilla. Vivía en un club de campo de Pilar como si fuera un exitoso empresario. En un juicio abreviado reciente, el Tribunal Oral en lo Criminal Federal N° 4 de San Martín lo condenó a la pena única de 8 años y seis meses de prisión por el delito de asociación ilícita en carácter de jefe de la organización, estafa, cometida mediante el uso de tarjetas de compra, crédito o débito falsificada, entre otros delitos.

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En la causa le endilgan 2.588 hechos consumados en una condena anterior. Así lo detalla: falsificación de documentos públicos (169 hechos), estafa por el uso de una tarjeta obtenida del legítimo emisor mediante ardid o engaño (1.221 hechos consumados y 51 tentados), estafa (7 hechos) encubrimiento (13 hechos) y tenencia ilegal de DNI (3 hechos), en concurso ideal con falsificación de documentos públicos y las estafas consumadas y en tentativa, y en concurso real entre sí; y coautor de falsificación de documentos públicos (370 hechos) en concurso ideal con estafa por el uso de tarjeta obtenida del legítimo emisor mediante ardid o engaño (805 hechos consumados y 33 tentados) en concurso real entre sí.

El “Tano” era el cerebro de todas las operaciones. Bajo su mando se tejía una estructura con roles bien definidos: desde quienes conseguían datos personales, pasando por falsificadores de DNI, hasta quienes ejecutaban las compras en tiendas o en línea.

Sergio Greco y Héctor Lusso eran los técnicos: confeccionaban los DNI apócrifos y embozaban tarjetas con datos falsos, utilizando dispositivos para imprimir y codificar los plásticos. Según los peritos, “Lusso tenía el dominio del ‘embozado’ y hacía que las tarjetas funcionaran para compras reales”.

Nicolás Ambao, en tanto, se desempeñaba como “carpetero”: armaba los perfiles falsos, captaba personas de bajos recursos y abría sociedades para usarlas como pantallas. Uno de los casos más paradigmáticos fue el de Nadia Apicella, utilizada para crear la empresa “Nadicam Electro SAS” con la cual se accedió a cuentas bancarias y productos financieros.

El modo de operar era claro. Con los datos obtenidos por diversas vías, la banda analizaba la capacidad crediticia de las víctimas a través del sistema Infoexperto. Luego se solicitaban tarjetas de crédito reales, que eran retiradas mediante documentación falsificada. Antes de ejecutar las compras, las tarjetas eran probadas en dispositivos propios (posnets), simulando operaciones para verificar el saldo.

Una vez validadas, los “compradores de calle” –terceros reclutados para concretar las adquisiciones– se presentaban en comercios como Easy o shoppings, compraban productos electrónicos de alta gama y los revendían a precios más bajos en el mercado informal.

“La maniobra consistía en suplantar la identidad de personas de alto poder adquisitivo, obtener sus tarjetas y agotar su límite con compras que después revendían”, describió el fallo.

El dinero en efectivo se canalizaba a través de giros a miembros de la organización o se usaba para adquirir bienes como vehículos de alta gama o inmuebles. En la casa del propio Javier Greco se encontraron un Mercedes Benz, un Audi Q3 y un Volkswagen Polo.

Las tareas se realizaban en lo que los propios imputados llamaban “la oficina”, ubicada en Ituzaingó, aunque también operaban desde una sede secundaria en San Miguel. Allí se producían los DNI falsos, se almacenaban productos y se recibían instrucciones. La banda utilizaba también casas y galpones como depósitos y lugares de retiro de tarjetas enviadas por correo.

La dimensión territorial de la organización era amplia: tenía ramificaciones en CABA, zona norte del GBA, Pinamar y la costa atlántica, donde Ambao coordinaba operativos autónomos.

El fallo del TOCF 4 fue contundente: Javier Greco fue condenado a una pena única de 8 años y 6 meses de prisión, por su rol como jefe de la asociación ilícita y coautor de más de 2.500 delitos.

Nicolás Ambao recibió una pena similar, de 8 años y 4 meses, casi igual que Héctor Lusso, quien fue sentenciado también a 8 años, pero con un mes menos de pena.

Sergio Greco, uno de los hijos de Javier, recibió 4 años y 11 meses, mientras que Raúl Villalba y Sabrina Greco (también hija del cabecilla) fueron condenados a 5 años y 2 meses.

Por último, Leonardo Scherdenovsky, uno de los hombres que se encargaba de retirar productos bancarios haciéndose pasar por terceros, realizaba compras defraudatorias por sí mismo y coordinaba a los “compradores de calle”, recibió 6 años de cárcel.

Todos fueron hallados responsables de delitos como falsificación de documentos públicos, estafas reiteradas, tenencia ilegítima de DNI y uso de documentación falsa.

“La organización tenía estructura, logística y personal especializado, como cualquier empresa”, resumió uno de los investigadores. Una empresa del delito que funcionó durante cuatro años hasta que la Justicia federal logró desarticularla.

Las escuchas: “¿qué onda el librito ese?”

L.N.

En una llamada del 11 de enero de 2020, entre el líder Javier Greco y Raúl Villalba, se hablaba abiertamente sobre la confección de un documento falso:

V: ¿Qué onda el librito ese?

JG: No, eso está muy bien. Eso es lo que va.

V: ¿Vos lo viste personal?

JG: Y, si yo saqué la foto esa… Tiene todo… olvidate.

V: ¿El plástico?

JG: Está hecho una prueba, no está terminado todavía… pero el pibe tiene el holograma original, la foto que va atrás. La tiene tal cual es.

Y en otra del 8 de mayo de 2020, también entre Greco y Villalba, afinaban los detalles de uso de identidades ficticias:

JG: ¿El importante ya lo tienen? El de Alfonso.

V: Sí, ya lo chequeamos.

JG: Más que nada, para que no quede pegada la piba.

V: Y, estoy por fijarme el que me dijiste… el del domicilio.

JG: Ese es de la sociedad que tengo con Nico, de las SAS… Es la mina, la firmante.

Estas conversaciones dejan en claro que Javier Greco controlaba con precisión los documentos, sabía quién los usaba, y se ocupaba de que no hubiese errores que comprometieran la maniobra.

También se menciona que usaban términos internos como “libros” para los DNI falsos y “tunning” para las tarjetas que utilizaban. Estas pruebas fueron centrales para demostrar el conocimiento técnico, la coordinación y el control sobre cada eslabón de la organización.