El mito veraniego de la ciudad vacía: ¿bochorno y soledad o encuentros inesperados? | ICON

El mito veraniego de la ciudad vacía: ¿bochorno y soledad o encuentros inesperados? | ICON


La primera escena de Caro Diario (1993), la película más celebrada de Nanni Moretti, presenta a su protagonista, que es el propio director, paseando en Vespa por una Roma desierta. Apenas hay tráfico o viandantes, los edificios vacíos acaparan los planos y Moretti habla de que, en su ciudad, durante el verano, los cines cierran o proyectan lo que nunca exhibirían durante el resto del año (pornografía o cine italiano). Caro Diario comienza durante el Ferragosto, una fiesta de origen pagano que se celebra en Italia cada 15 de agosto. Ese día, y los que lo rodean, muchos de los habitantes de las grandes ciudades se trasladan a la playa o a la montaña y las calles de Roma o Milán que suelen estar atascadas se convierten en decorados solitarios. Muchas otras películas, como Il Sorpasso (una aventura estival coescrita y dirigida por Dino Risi en 1962), han recogido ese momento durante el que, según el tópico, todo un país se va de vacaciones de manera sincronizada.

En España, el 15 de agosto también es festivo nacional y se organizan verbenas en cientos de pueblos y ciudades. Los católicos celebran la Asunción de la Virgen, pero no es necesario ser creyente para notar que sucede algo especial: si un conocido poema de Roberto Juarroz afirma que “en el centro de la fiesta hay otra fiesta”, el puente de la “Virgen de agosto” es casi un verano en el centro del verano. Es posible que en nuestro país el éxodo urbano durante estas fechas no esté tan incorporado a la cultura popular como en Italia, pero mitos veraniegos como el del rodríguez incluyen la idea de que algo excepcional sucede en las ciudades mientras los demás veranean lejos de ellas. De hecho, La Virgen de agosto de Jonás Trueba (2019), también explora —aunque de un modo muy distinto al de las españoladas— la intuición de que quedarse en Madrid en agosto produce un estado de ánimo especial y genera encuentros insólitos, como si el azar fuera el principal ingrediente de un verano en la ciudad.

En 'La escapada' ('Il sorpasso', 1962), Jean-Louis Trintignant vive un sinfín de encuentros durante un tórrido Ferragosto.

Pero no todos los veranos urbanos son felices o están llenos de descubrimientos, ni siquiera en la ficción. Los pájaros de Baden-Baden es un relato de Ignacio Aldecoa escrito en 1965. En el cuento, Elisa debe acabar su tesis en un Madrid desierto. La doctoranda se siente sola, añora el mar y, en los momentos de mayor desesperación, cree verlo desde la terraza en el Paseo de Rosales en la que suele instalarse para escribir y beber cerveza tibia. Eso sí, argumentos como este y escenas como las de las películas italianas requieren que la actividad urbana se haya detenido casi por completo y que todo haya “cerrado por vacaciones”, y es posible que esto ya no esté sucediendo. Ahora, aquel tiempo colectivo que hacía sonar las sirenas de las fábricas o que empujaba a las masas hacia la “operación salida” se ha quebrado y los teletrabajadores, los turistas y los autónomos viven bajo horarios y calendarios muy distintos entre sí. En un mundo cada vez menos sincronizado, cabe preguntarse si siguen vaciándose las ciudades de interior durante agosto. Y si es así, al menos en parte: ¿hay alguna verdad de la ciudad que se revele, precisamente, cuando está vacía? ¿Surgen relaciones excepcionales o amores de verano entre solitarios que se encuentran? ¿Forman, quienes se quedan, una especie de resistencia?

Dos ciudadanos se resguardan del calor con un paraguas este verano en Madrid.

El vacío va por barrios

De año en año, el Ayuntamiento de Madrid confirma que el 15 de agosto es el día que menos tráfico registra la M30. En general, durante este mes el tráfico en la capital desciende alrededor de un 33% (o un tercio respecto a la media). En la ciudad de Murcia no es necesario ningún dato municipal para comprobar algo evidente: como las playas más cercanas (las del Mar Menor o las de Torre de la Horadada) se encuentran a unos cincuenta kilómetros o cuarenta minutos en coche, durante el verano sobra aparcamiento y, en el ferragosto apenas se mueven por las calles algunos riders exhaustos y quienes mantienen en marcha servicios mínimos como las ambulancias. También las personas en situación de calle, que resisten el calor gracias a unas pocas fuentes. La cuestión de clase, de nuevo, es fundamental para entender lo que sucede en las ciudades, también durante estos días. “Es verdad que hay ciertos barrios que sí que se vacían en agosto. Aquí se nota mucho la diferencia de clase, porque si vas por Argüelles, Chamberí o el Barrio de Salamanca ves muchas plazas de aparcamiento. Pero si vas por Carabanchel, por Delicias o por Lavapiés, el vacío no es tan grande”, comenta la periodista Paloma Rando desde Madrid. “A mí me pasa que, como tengo que trabajar, porque no es que esté de vacaciones en la ciudad, sino que me voy después, pues noto la escasez de ciertos servicios públicos. Esos servicios disminuyen porque hay menos gente durante el verano, pero no aplican esa diferencia por zonas”, continúa.

En 2017, el cineasta y arquitecto Emilio Tomé dirigió Sinfonía de verano: retrato de una ciudad, una película que quiso ser “una mirada poética, como alucinada” sobre el verano en el centro de una gran ciudad y que se estrenó durante el festival Veranos de la Villa de aquel año. Tomé recuerda que su material era una ciudad que “al llegar el calor se vaciaba, con los habitantes que quedaban en ella teniendo que resistir unas condiciones adversas y duras de calor y de sopor, de dificultad en el movimiento de los cuerpos, de encierros, de búsqueda de la sombra”. Para Tomé, quienes permanecen en verano en cualquier gran ciudad sin costa viven “una especie de desertificación de lo real, algo que dispara una especie de estado de semiconsciencia”. “De alguna manera, la ciudad se transforma porque los que se quedan lo hacen con una especie de falta: se produce un estado de excepción en sus vidas”, afirma el cineasta. Pero no todo lo que refleja la película es negativo. De nuevo en palabras de Tomé: “Como durante el día no se puede hacer nada, los tiempos cambian así que el deseo de lo extraordinario aparece más tarde”. Si la secuencia de las siestas veraniegas formaba casi una pesadilla llena de “sudor, bichos, ventiladores y ruidos extraños”, luego, al caer el sol “había una liberación, con la gente saliendo a la calle y buscando los encuentros”. “Nuestra película fue inevitablemente un retrato de los espacios públicos, y ahí nos encontramos cuestiones de clase: la gente que no tiene una urbanización con piscina o un chalé, al final está lanzada a la calle, a esa intemperie, buscando el agua, las sombras, el encuentro con los otros, buscando las risas, que las noches se alarguen y que el tiempo se disparate”, afirma el cineasta.

Ciudadanos refrescándose en la fuente de Rockefeller Plaza en Nueva York.

Romantizarlo o no

La periodista Lucía Tolosa publicó hace un año un tuit en el que decía que “solo hay dos tipos de individuos que pasan agosto en Madrid: quienes idealizan y romantizan su situación, como si fueran protagonistas de una película de Jonás Trueba; y los que se quieren pegar un tiro en el pie sabiendo que están en un horno soporífero y abyecto”. “Yo creo que la ciudad, realmente, no cambia, que esa idea de la apertura especial es muy cinematográfica, pero también un mito. Lo que sí que cambia es la mirada de la gente: depende de tu momento vital, de si estás más receptivo o más alegre; también depende de tu carácter, si eres de romantizar o más realista… Todo eso influye más que la ciudad en sí; porque Jonás Trueba hizo mucho daño (también mucho bien) con aquella película”, comenta hoy Tolosa.

Pero el entusiasmo por una ciudad donde la actividad y la fiesta se concentran en unos pocos barrios y verbenas populares no es nuevo. La Nardo es una novela escrita por Ramón Gómez de la Serna en 1930 cuya protagonista, una mujer con un puesto de “porcelanas, muebles, cacharros y ropas” en el Rastro, vive su último verano apasionado. En la novela, la amenaza de un cometa que está a punto de estrellarse contra la Tierra hace que las fiestas se celebren con más intensidad y excitación que nunca. Precisamente por eso, La Nardo es una obra que la poeta Irene Domínguez siempre relee por estas fechas, y es que le parece que es “bastante representativa de ese hedonismo que practicas cuando sabes que todo se cae a trozos”.

Dos parisinos sin vacaciones toman el sol frente a la Torre Eiffel.

La propia Domínguez ha vivido varios agostos intensos en la ciudad de Madrid, tal y como recuerda: “Soy de un pueblo de Toledo al igual que mis cuatro abuelos, y no tenemos piso en la playa ni conozco familia fuera. La mayoría de veranos mi única opción para pasar una larga temporada es La Mancha profunda, donde hace el mismo o más calor y hay menos planes, por lo que llevo los años que he vivido en Madrid quedándome aquí durante este mes”. “Ahora hay mucho debate con eso de si está bien o mal romantizar cada cosa que haces”, continúa la escritora. “En este caso me parece bien romantizar que tu vida se base en estar con el aire condicionado (si tienes) dentro de casa en una ola de calor, o en unas fiestas hasta arriba de cerveza y con el abanico. Prefiero hacerlo y decir que el tiempo pasa más lento porque es más fácil llegar en metro a todas partes, porque está medio vacío, y porque al no haber tantos turistas parece que la gente de aquí vive de un modo más distendido y es más fácil hacer amigos que estén durante el resto del año en Madrid y que sean más fáciles de mantener”. ¿Y qué hay del mito del amor de verano? ¿También puede aparecer lejos del mar? “Entre mis amigos solteros tenemos un poco la coña de que si algún idilio amoroso comienza en agosto es porque es un amor de verano caduco, difícilmente llega a más cuando comienza el septiembre frenético de volver a los trabajos presencialmente y la gente por todas partes”, responde Domínguez.

Tom Ewell y Marilyn Monroe en una escena de 'La tentación vive arriba', una de las grandes películas sobre el verano en la ciudad.

Eso sí, como todos los fenómenos, el del verano en la gran ciudad (en el caso de Madrid, con sus verbenas), también es susceptible de ponerse de moda o de sufrir un proceso de gentrificación. Domínguez cree que algo así ya estaría ocurriendo y que lo que antes era casi un último recurso para quien estaba necesitado de entretenimiento y compañía, se está convirtiendo en el primer plan de muchas personas: “Este año se ha visto el subidón de gente en las verbenas por esa crisis del turismo de la que hablan, y los amigos que nos solemos quedar en agosto todos los años ya hasta tenemos como una especie de celos al ver que de repente se gentrifican”.

En cualquier caso, tantas películas y novelas no pueden estar equivocadas. Todavía existe cierta excepcionalidad veraniega en las grandes ciudades, tanto para bien como para mal. Como concluye Emilio Tomé: “En esa deriva de salir a las calles me parece que hay un retrato muy bonito de una vida posible que solo aparece cuando las condiciones parecen ir a la contra. Hay en algo en el verano que transforma la ciudad en pueblo y que trae una bonita conexión con la infancia y sus sensaciones”. No todos los veranos de interior tienen que ser como el de Barrio (1998), aquella película de Fernando León de Aranoa cuyo cartel (una moto de agua enganchada a una farola) se convirtió en icono.