“Nos interesa cuando las cosas no son lo que parecen”

“Nos interesa cuando las cosas no son lo que parecen”

Rebecca Lenkiewicz, dramaturga y guionista británica, reconocida por títulos como She Said, Disobedience y la ganadora del Oscar Ida, da un paso decisivo con su ópera prima como directora: Hot Milk, disponible en MUBI. Basada en la novela homónima de Deborah Levy, publicada en 2016, la historia sigue a Sofía (Emma Mackey), una joven de 25 años que ha dejado sus estudios y su vida en pausa para acompañar a su madre, Rose (Fiona Shaw), aquejada por una misteriosa enfermedad, a una clínica en la costa española. Allí, en un verano marcado por el calor sofocante, los paisajes industriales y las playas, Sofía se enfrenta a la codependencia con su madre, explora un romance con Ingrid (Vicky Krieps) y atraviesa un proceso de autodescubrimiento que combina sensualidad, incomodidad y símbolos persistentes: medusas, perros encadenados, serpientes y caballos. Con un enfoque visual íntimo y una carga emocional elevada, Lenkiewicz y Mackey conversan con PERFIL sobre cómo trasladaron este universo a la pantalla, las sorpresas del rodaje y lo que esperan que la película despierte en el espectador.

—¿Cuál fue el primer desafío que pensaste al abordar esta historia?

—Rebecca Lenkiewicz: Bueno, la novela es en gran parte narrativa en primera persona, así que me preguntaba: ¿es una película que quiere una especie de voz en off? Esa fue la primera discusión mental: novela versus cine. Y sentí bastante claramente que no quería voz en off, que la película me decía: “No, vamos a mirar a Sofía en lugar de oírla”. De ese modo se vuelve más enredada, más ambigua, en lugar de que te digan exactamente cómo se siente. Porque la novela es bellamente psicológica, y el reto era cómo traducir eso al cine, cómo trasladar los símbolos. Así que esas fueron las preguntas iniciales. La novela ya era fílmica y los personajes eran increíbles. Había tanto tesoro para explorar, pero la clave fue realmente la adaptación.

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—¿Fue personal de algún modo?

— L: Creo que todo lo que escribo se vuelve personal. Es casi como que lees algo y piensas: “Aquí están estos personajes”, y cuando profundizas más en ellos… me di cuenta solo cuando fui a ver a Fiona Shaw para hablar sobre el guion. Le pedí que participara y dijo que sí, lo cual me encantó y me sorprendió, así que fui a hablarle de Rose, la madre, y me di cuenta de que había mucho de mi padre en ella. No me había dado cuenta mientras escribía, pero ahí entendí por qué había una conexión tan fuerte. Sí, trata sobre tres mujeres increíbles, pero también interroga una relación que fue problemática para mí.

—¿Cuándo supiste que querías dirigirla?

— L: Christine Langan, la productora, me invitó a una reunión y me dijo: “Es un libro precioso, ¿quieres adaptarlo?”. Lo leí y volví bastante rápido a decirle: “Quiero adaptarlo si puedo dirigirlo, pero no de otra forma”. Christine fue valiente y dijo: “Hagámoslo”. No había leído a Deborah Levy antes, pero desde entonces sí. Y quería dirigirla porque me parecía tan femenina, interesante y con músculo. Llevaba tiempo sintiendo tristeza al entregar guiones; pasaba un año y medio escribiendo, sintiéndolo, llorándolo, sudándolo… y después se iba con “otro padre”. Me parecía una pérdida, y pensé que sería maravilloso ir de principio a fin con una historia.

—¿Hubo algo que no esperabas y te sorprendió en el proceso?

— L: Absolutamente. No esperaba que mi relación con Christopher Blauvelt, el director de fotografía, fuera tan profunda. Pensaba que él filmaría y yo dirigiría, como algo separado, y en realidad hubo una fluidez enorme. Lo mismo con el diseñador de producción: trajo sus ideas y se generó una sinergia maravillosa que me daba combustible cada día. Pensé que sería técnico y que yo tendría que proteger mi lado artístico, pero no había líneas divisorias: todos estábamos en esta especie de fluido amniótico, de útero creativo. Y los actores… siempre inspiradores. En la escena del primer beso entre Ingrid y Sofía, no sabía qué pasaría; hay una dirección mínima en el guion, pero lo que hicieron Vicky y Emma fue puro vuelo. Me dio escalofríos. No tuve que decir “haz esto” o “haz aquello”: simplemente ocurrió. Y así muchas veces.

—En lo visual, ¿hubo influencias claras?

— L: Con Christopher acordamos que el punto de vista se quedara con las personas: nada de drones, nada de alejarse. Así se siente más auténtico. Compartimos referencias: Fear Eats the Soul, que me fascina por cómo retrata el amor prohibido; Betty Blue, que de adolescente me parecía idealista y ahora veo con tristeza; y La vida invisible, que es preciosa en su retrato de dos mujeres. Quería que se sintiera como una fiebre: alta temperatura, sensualidad.

—¿Cuál dirías que es el alma de la película?

— L: Es sobre si, después de haber sido heridos, podemos amar. Y la esperanza de que sí, que pueda haber reparación, que donde hay trauma pueda entrar la luz. Que el espectador admire a estas mujeres, con sus defectos y su resiliencia.

—Emma, ¿cómo viviste el estreno en Berlín?

— Emma Mackey: Fue la segunda vez que veía la película, pero en Berlín, en un festival y con sala llena, fue distinto. Estaba con Rebecca a mi izquierda y Vicky a mi derecha; ella no la había visto y terminó llorando. Fue hermoso compartir ese momento y sentir que ya estaba en el mundo, sobre todo para Rebecca, que llevaba tanto tiempo con ella. Empecé el rodaje sola, con todas las escenas donde Sofía está sola. Es incómodo y raro marcar el tono así, pero me ayudó a explorarla: caminaba por la playa, iba al mercado de pescado, tocaba las piedras… Luego llegó Fiona, después Vicky y Vincent, y todo se fue sumando. Rodar por capítulos fue extraño pero enriquecedor.

—La película alterna playas y escenarios industriales. ¿Dónde encontrás el romanticismo?

—M: Es muy elemental. Ingrid llega a caballo en plena playa y sol: parece un sueño. Y los elementos naturales son constantes: calor, sal, medusas, viento fuerte. Todo eso se imprime en la piel, y la sensualidad viene de ahí. Es quitarse algo, sentir el calor, el agua, la incomodidad… ver la piel y entender sin palabras. Leí primero el guion y luego el libro. Rebecca me advirtió que eran distintos, así que pude abordarlo como algo propio. Me atrajo porque era muy diferente a lo que había hecho y porque el guion era poético, preciso, lo leí de una sentada.

—¿Qué significa para vos contar historias?

—M: Es universal: todos crecemos oyendo historias, canciones, cuentos. Es infinito. Me interesa cómo quienes cuentan bien saben adaptarse, aprender, elegir con quién trabajar. En esta industria, como en muchas, eso es vital.

Empatizo con todos los personajes. Rose puede ser encantadora y manipuladora a la vez; Fiona es magnética.

Ingrid es libre pero se protege. Sofía está perdida. Ninguno es perfecto y eso es lo que los hace reales. No creo que haya que juzgarlos.