a bordo del barco de Enrique Piñeyro al rescate de migrantes cerca de la muerte

a bordo del barco de Enrique Piñeyro al rescate de migrantes cerca de la muerte


«Nos está siguiendo la policía. Si quieren que los rescaten tírense al agua ya. O van a tener que volver a Libia”, grita un traficante de personas desde el timón de una lancha en medio del Mediterráneo. El hombre, encapuchado, apunta con un arma a 60 jóvenes, la mayoría egipcios, que embarcaron hace tres horas en Surman (una pequeña ciudad libia al noroeste de ese país) para escapar de la pobreza africana y pelear por una vida mejor en Europa.

Huyen de amenazas, violaciones, abusos, torturas. Ahora, deben decidir en segundos. Al agua o a Libia. Volver implica, de mínima, ser detenidos en condiciones inhumanas. En un país donde prácticamente se vive en guerra civil desde 2011, cuando cayó Muammar Kadafi. La mayoría elige saltar al agua, que a las cuatro de la mañana es oscura e impredecible. No saben si alguna vez tocarán tierra.

A 60 millas, un grillo canta sin parar en la proa del Solidaire, el barco de la ONG que irá a rescatarlos. El reflejo de la luna ilumina toda la cubierta a babor y las estrellas brillan como bichos de luz en un campo. Está húmedo, hace calor. Una auténtica noche de verano. El mar está manso. Un grupo de rescatistas y voluntarios duerme de a ratos -lo hacen desde hace cuatro días- turnándose con los binoculares.

En el interior del buque hay un playroom donde un televisor pasa el partido de cuartos de final entre el Real Madrid y el Borussia Dortmund por el Mundial de Clubes. Un hombre toca su guitarra mientras observa cómo los madrileños festejan el triunfo. Viste un jean azul, una remera color petróleo y unos zuecos de cuero negro. Tiene 69 años. No canta, conversa sobre el juego, que mucho no le importa. Su concentración pasa en estos momentos más por las cuerdas de su guitarra, por distraerse del nerviosismo de la misión. Su nombre es Enrique Piñeyro, es el dueño del barco y está por vivir una aventura sin precedentes, incluso para la suya, que ha sido una vida agitada.

Enrique Piñeyro observa con binoculares desde el punte de su buque. Foto: Rocio Carrasco

Acostumbrado a lucir varias facetas, Piñeyro es médico, piloto de aviones, cineasta, cocinero, actor y ahora, un activista solidario. Para él, el mundo es un lugar lleno de injusticias y hace cinco años que las toma como propias. Ya realizó más de 40 misiones humanitarias a conflictos bélicos con su Boeing 787. Fue a Ucrania, a Sudán, a Pakistán, a la India, a Etiopía, a Senegal. Pero es la primera vez que se sube a este barco -su barco- para un rescate de migrantes en el Mediterráneo.

Como esta cronista, toma nota de las advertencias que pronuncia la tripulación sobre los pasos a seguir en caso de una emergencia durante el rescate.

Piñeyro no está acostumbrado a estar de este lado del mostrador. Suele ser el capitán de sus travesías. Ahora está en una misión desconocida que no puede controlar por completo. Y que va a marcarlo para siempre. Hoy es uno más y tendrá que ayudar a salvar la vida de decenas de personas.

De pronto, suena un anuncio por los altoparlantes. Es Alex, el primer oficial a bordo. Los 30 tripulantes (entre rescatistas, marineros y voluntarios) se despiertan ya en alerta. Una llamada advirtió la presencia de una embarcación con varios migrantes en la cercanía. Es la hora de actuar. De rescatar.

Todos corren a vestirse con sus trajes de goma, sus cascos y sus botas para subirse a dos lanchas, Mare I y Mare II, y salir a buscarlos. Se respira y se siente máxima tensión en el Solidaire: cualquier paso en falso significa el fracaso de la misión. O lo que es peor: la muerte de los que salieron al mar con la esperanza de llegar a Europa.

Desesperados por sobrevivir

La primera escena es de terror. Hay una veintena de personas flotando. Llorando. Gritando. No saben si se van a ahogar. No saben si alguien les va a disparar. Ni siquiera saben quiénes somos nosotros, si una ayuda o una amenaza más.

Fleur y Bernard, dos rescatistas, les gritan con un megáfono, les hacen señas y les tiran chalecos salvavidas. Se escucha un coro de voces que, se entiende aunque lo digan en idiomas que jamás hemos escuchado, piden auxilio. Es la desesperación por sobrevivir en su máxima expresión.

Los migrantes siendo rescatados por Solidaire. Foto: Rocio CarrascoLos migrantes siendo rescatados por Solidaire. Foto: Rocio Carrasco

De los 60 que viajaban con el misterioso hombre libio, solo 26 lograron ser rescatados. De los otros 34 no se sabe nada. Tal vez no se animaron a saltar. Tal vez lo hicieron y murieron ahogados en el mar. A lo lejos, sobre el horizonte, se observan columnas de fuego provenientes de plataformas que extraen petróleo cerca de la costa libia. Es un telón de fondo cinematográfico para una película que acaba de suceder, un drama difícil de contar. Las llamaradas tiñen de amarillo el mar e iluminan el fin del rescate en medio de la noche oscura. Alguno podría decir que se parecen al infierno del que escaparon.

Ellos, los sobrevivientes, no duermen desde hace días y sus cuerpos no responden. Apenas pueden levantar los brazos para pedir socorro sin desvanecerse. Tienen las caras cansadas, las miradas perdidas y vomitan el agua que tragaron.

Migrantes logran ser rescatados y asistidos por la tripulación. Foto: Rocio CarrascoMigrantes logran ser rescatados y asistidos por la tripulación. Foto: Rocio Carrasco

Tratan de comunicarse con gestos. Lo primero que preguntan es si van a ser llevados de vuelta a Libia. No confían aún en la tripulación. Es entendible después de los peligros que pasaron. Literalmente están vivos de milagro. Son apenas 26 de los 11.129 migrantes interceptados en el mar y devueltos a Libia que contabilizó la ONU en los primeros seis meses de 2025.

El rescate de los refugiados en medio de la madrugada y sin visibilidad. Foto: Rocío CarrascoEl rescate de los refugiados en medio de la madrugada y sin visibilidad. Foto: Rocío Carrasco

Alma de médico

Los rescatistas dividen a los rescatados en dos grupos; por un lado aquellos en mayor riesgo, “yellow case”, y por otro los “green case”, los sanos. Los casos más urgentes son cuatro. Uno, por la cantidad de agua salada tragada, está al borde de la muerte (de hecho, una lancha italiana lo trasladará a un hospital en un rato). Los otros son casos agudos de hipotermia y tuberculosis. Son atendidos por Adrián, el médico de a bordo, y por Rebeca y Zara, las enfermeras. También participa del operativo el propio Piñeyro, que observa la escena con atención, preocupación y asombro.

Enrique tenía 17 años cuando decidió estudiar medicina. Si bien tenía la certeza de que quería ser piloto de avión, un viaje al norte argentino cambió su perspectiva. Visitó Formosa y Salta, recorrió algunos hospitales y conoció a la comunidad Wachique. Atendió niños y volvió inspirado y convencido de que la educación y la salud pública eran necesarias para que el país progresara. “Todos deberían tener garantizado techo, salud, educación y nutrición en la infancia”, dice.

Su convencimiento de que las cosas pueden estar siempre mejor lo empujaron a anotarse en Medicina en la UBA. Ahora, 50 años después y en medio del mar, aplica lo aprendido.

“Toda la vida cotidiana es establecer rutinas y genera melancolía cuando ya armaste una rutina, una cotidianidad y ni hablar cuando generaste vínculos fuertes”, dirá luego de siete días conviviendo con 30 desconocidos.

La noche ya es larga pero todavía no termina. Al rescate dramático y la incertidumbre por el resto de los migrantes, se les suma el miedo por seis lanchas con libios encapuchados y armados con ametralladoras. Buscan intimidar a los rescatistas.

Mafias libias rodean las embarcaciones con migrantes en el Mediterráneo. Foto: Rocío CarrascoMafias libias rodean las embarcaciones con migrantes en el Mediterráneo. Foto: Rocío Carrasco

El negocio de los traficantes empieza así: a la persona que quiera escapar de su país hacia Europa le piden el equivalente de lo que paga un turista para ir en avión a alguna bella isla del Mediterráneo. Los interesados se anotan en un mail que se autodestruye y hacen una transferencia. A cambio, los tirarán al agua cerca de un buque rescatista.

¿Atacarán ahora el barco? Nadie sabe. Hay más preguntas que respuestas. Piñeyro, los oficiales de a bordo y el capitán observan con los binoculares desde el puente. Mientras las lanchas se acercan, los rescatistas siguen trabajando con los rescatados. Perdón por el lugar común: es conmovedor. Del otro lado del puente asoma el amanecer. Un sol naranja, fuerte, que invade las olas y las tiñe del mismo color que está pintado el barco. Ante la luz, los libios eligen irse. Por primera vez en varias horas, todos respiramos un poco más tranquilos.

Inteligente, provocador, rebelde e inquieto, Piñeyro contempla la escena sin alarmarse y con una confianza envidiable. El Tano, como lo apodaron sus amigos del colegio escocés San Andrés -del bajo San Isidro-, nació un 9 de diciembre en medio de un parto prolongado y caótico en una clínica de Génova, Italia.

Es un xeneize con todas las letras: apasionado y con el frustrado sueño de vestir la 9 de Boca. Al igual que ser una estrella de rock o astronauta, quizás más factibles. El Tano vivió muchas vidas en una. Ahora conversa con Francisco, el coordinador de Solidaire, sobre la súper lancha que tienen los traficantes. La imagina valuada en medio millón de dólares por sus tres motores. Consulta si es necesario adquirir algo así para el buque. Como de costumbre, pone sus recursos a disposición. Pregunta una y otra vez si falta algo o qué se puede comprar para mejorar los rescates. Por momentos parece frío, muy frío. Pero solidario.

Su sangre materna es Rocca, una de las familias más ricas del país. Le heredaron en vida una importante fortuna que invirtió sabiamente en la Bolsa. Quintuplicó la plata de su abuelo Enrique. “No pongas todos los huevos en una misma canasta”, fue la fórmula. Es precisamente esa fortuna el motivo de reiteradas críticas que le realizan sectores de izquierda. “Tampoco heredé tanto, eh”, sostiene.

Recuerda sin culpa que una tarde de 2004 estaba paseando por Manhattan cuando se cruzó con un hombre que escuchaba música desde un Ipod. Pensó que se trataba de un aparato completamente innovador que podría revolucionar la industria de la música y apostó a las acciones de Apple, que años más tarde se convertiría en la empresa más valorada de la historia.

Acostumbrado a tener siempre un plan de acción seguro a la hora de volar, con su plata hizo lo mismo. Estudió y se asesoró con los mejores fondos de inversión del mundo. “Nadie te enseña a hacer plata, ni el colegio ni tus padres”, remata.

Al heredero no parecen molestarle los comentarios negativos que recibe, en algunos casos por lo que hace y en otros por lo que no hace. “El dinero no compra nada, no compra lo inadmisible. Solo es una herramienta para conseguir algo”, desafía. Además, jura que no acepta donaciones ni públicas ni privadas en su ONG.

Explica que si hiciera lo que hace en Ucrania, Sudán o el Mediterráneo en, por ejemplo, el Chaco o el Gran Buenos Aires, lo involucrarían en política. Y no quiere: “La falta de empatía nos va a llevar a la disolución como humanidad. Tenemos que hacernos cargo de los olvidados de la tierra”.

“Es mi yate de lujo”, bromea Enrique sobre su buque solidario y rescatista. De origen noruego, tiene 66 metros de largo y 50 metros de alto, distribuidos en cuatro plantas. Pintado de naranja y azul para ser reconocido fácilmente a larga distancia, está ploteado con olas que parecen reales y frases dignas de su dueño: “Los europeos fueron ilegales e inmigrantes en África por siglos. Traficaron humanos, hicieron masacres y esta es la consecuencia”. Caben 300 pasajeros pero alberga a 600 en caso de emergencia. Por él ya pasaron más de 1.300 refugiados y migrantes.

Las jóvenes de Eritrea

Ahora son las seis y media de la mañana. El segundo rescate es más tranquilo que el primero. No hay gente ahogándose en el mar, que no es poco.

Los rescatados saltan de la barca a la lancha con sus chalecos puestos y sin riesgo de hundirse. Son 70 personas entre niños, jóvenes y mujeres adolescentes en una embarcación con capacidad para 20. No se sabe cuánto tiempo más hubiera resistido el peso.

Todos ellos son trasladados al Solidaire y recibidos por los primeros sobrevivientes, que aún permanecen en estado de shock por su traumático rescate. Provienen de Somalía, Bangladesh, Eritrea, Egipto, Sudán y Argelia. De a poco se empiezan a escuchar distintos idiomas y dialectos. Cada comunidad se agrupa según su origen para conversar.

Deberán convivir los 96 en armonía durante los próximos días, hasta que le asignen a la tripulación un puerto de llegada.

Los sobrevivientes no lo saben, pero hay enemigos invisibles que acechan su deseo de ser recibidos en Europa. Desde guardias costeras hasta barcos militares libios que, según cuenta la tripulación, son auspiciados por el gobierno italiano. Están dispuestos a cualquier cosa con tal de impedir su sueño. Contra ellos combate Piñeyro.

Una vez que los rescatados ingresan al buque, son identificados con precintos en sus muñecas y con un número de llegada escrito con fibrón negro. Les dan una bolsa de residuos negra para que puedan colocar ahí sus pertenencias. Casi todos traen sus celulares o cigarrillos y ropa en fundas impermeables. Los precintos azules son para los mayores de edad y los amarillos para los menores.

El buque de Solidaire tiene 55 metros de alto y 66 de largo. Puede albergar hasta 300 personas y 600 en caso de emergencia. Foto: Rocío CarrascoEl buque de Solidaire tiene 55 metros de alto y 66 de largo. Puede albergar hasta 300 personas y 600 en caso de emergencia. Foto: Rocío Carrasco

Aquellos que gozan de buena salud y ya no vomitan forman una fila para recibir su kit de bienvenida: ropa limpia, una barra proteica, toallas y un neceser personal. Luego, se preparan para ir al container que tiene duchas y baños para lavarse tranquilos, sacarse la sal del mar y la ropa húmeda.

Los “invitados”, como les gusta llamar a los refugiados el equipo de Solidaire, están ubicados en la popa, diseñada específicamente para su cuidado. Tiene piso de goma y un toldo de tela que cubre todo el techo, dos contenedores; uno con una cocina y otro con baños y duchas.

También hay lockers para guardar sus ropas y chalecos, un reloj, un mapa del Mediterráneo y hasta un aro de básquet para que puedan distenderse en los momentos en los que no duermen o no comen. Todos tienen un aislante a modo de “colchón” para dormir cubiertos con una manta. Si bien el clima es muy pesado por el verano y el calor humano en el ambiente, la brisa del mar a la noche puede darles frío.

Las mujeres, que en este caso fueron solo seis, son trasladadas a una sala especial dentro del barco que cuenta con baños, duchas y una guardería infantil por si vienen con bebés o chicos.

La sala de las mujeres está ubicada estratégicamente al lado del hospital del buque porque suelen ser las que más asistencia precisan. No es que reciban un trato especial por su género, pero muchas de ellas han sido víctimas de abusos y violaciones y necesitan tomar los recaudos necesarios. En esta travesía eran un grupo de amigas de Eritrea, uno de los países más pobres del mundo, ubicado en la costa noroeste de África.

Lejos de mostrarse angustiadas o impactadas por lo que acaban de vivir, no dejan de ser adolescentes. Su actitud hasta parece inapropiada para el contexto. Pero al mismo tiempo deslumbra. Hablan, discuten, se ríen y se pelean por sus pertenencias hasta que son entrevistadas por Viva. Una de ellas, Diana, lleva consigo un bolso trucho de Marc Jacobs y saca tres estampas distintas de María y Dios escritas en tahina, su idioma. Es católica, alegre y dulce. Reza todo el tiempo por ellas y por sus familiares.

Las jóvenes de Eirtrea conversan con Eslam, mediador cultural de la tripulación.Las jóvenes de Eirtrea conversan con Eslam, mediador cultural de la tripulación.

Otra se llama Maedn. Le confiesa a Viva que está embarazada de ocho semanas. Su marido libio se escapó hace 10 días por la misma ruta y ahora está en Bélgica esperándola. Nadie va a quitarle la esperanza de reunirse con él.

Antes de meterse en la ducha piden un cepillo de pelo. Es complejo imaginar que su preocupación en ese momento sea verse lindas, pero no dejan de ser jovencitas de 17 años que hace tres dejaron sus hogares. La odisea hasta encontrar esta paz duró mucho tiempo y mucho dinero; estiman que alrededor de cinco mil dólares, dinero que fueron recaudando a medida que trabajaban ilegalmente por África. Hay cosas que, por ahora, prefieren guardarse y no revelar.

Arnelle es la encargada de darles la bienvenida a los refugiados. Es francesa, tiene 33 años y maneja con destreza la situación. Habla árabe y con la ayuda de Eslam, un mediador cultural, se ocupa de dividirlos según su idioma y de traducirles las reglas de convivencia en el Solidaire.

Les comunican que están yendo a Italia y que por cuestión de seguridad no pueden prender la señal de sus celulares. Además, les indican que serán recibidos por la Cruz Roja Italiana y por Save The Children, una ONG que se ocupará de darles asilo y de ubicarlos en distintos centros de refugiados. Lejos de entristecerse, comienzan a saltar de alegría y hasta aplauden.

El sol comienza a desaparecer lentamente sobre el horizonte y su reflejo pega en la popa azul del barco. Son las seis de la tarde y ya pasaron doce horas desde que los invitados llegaron al buque. Algunos, más tranquilos, se divierten con juegos de mesa y otros duermen. Lógicamente, están cansados. Otros fuman en la terraza que tiene la parte final del buque mientras el resto mira con esperanza el recorrido del mar. Conversan, se divierten y planifican su futuro en Europa. Todos están curiosos por saber a dónde van.

Ya no se siente la sensación de drama ni el nerviosismo de la madrugada. Ahora reina un clima emotivo y festivo. Los sobrevivientes inician su propia metamorfosis: se atreven a sonreír y hasta a bailar música árabe para descontracturarse. El ambiente es invadido por el aroma de una salsa de tomate gestándose a fuego lento en la cocina ubicada en uno de los dos containers.

Apasionado de la comida, pocas cosas le gustan más a Piñeyro que la cocina. Fundó hace unos años Anchoíta, restaurante porteño que es furor entre foodies por sus recetas y porque no es fácil reservar una mesa. Podés tardar hasta un año en conseguir una. Ahora está lejos de casa y de los productos de alta calidad con los que está acostumbrado a lucirse. “El día que me puse a cocinar me di cuenta de que no había trabajado nunca en mi vida”, recuerda.

Enrique Piñeyro en su restaurante Anchoita.
Foto German Garcia AdrastiEnrique Piñeyro en su restaurante Anchoita.
Foto German Garcia Adrasti

Vegano desde el 1° de enero de este año, ya lleva más de seis meses sin comer ningún derivado de producto animal. El resultado está a la vista: luce más delgado y, según él, “más sano y con los mejores índices médicos de mi vida”.

Si tiene que probar alguna carne mientras cocina lo hace y después la escupe. Se volvió adicto al picante y a los sabores fuertes. No tiene problema en desayunar berenjenas en escabeche, por ejemplo. Su receta ahora consiste en comer cinco verduras y cinco frutas diarias.

Varias gotas de sudor le corren por la cara. Piñeyro tuvo que hacerse cargo de la cocina porque notó que David, el rescatista canario, está perdido y no tiene idea cómo cocinarles a tantas personas. El Tano lo ayuda. Por un lado preparan el arroz y, por otro, la salsa con el guiso para acompañar. Luego, sirven el arroz en bowls y le agregan la salsa. Los rescatados hacen una fila larga y serena para recibir la cena. Casi todos le agregan sal. Están acostumbrados a sabores fuertes y a la presencia desmedida del picante en sus comidas.

A medida que retiran sus platos se emocionan. Solo tienen palabras de agradecimiento y, si no saben cómo pronunciarlas, se ocupan de hacer señas para que los trabajadores de Solidaire las reciban. “Gracias, muchas gracias por todo esto”, y unen sus manos simbólicamente como un rezo.

Migrantes. Rescate en el Mediterraneo. Foto: Rocio CarrascoMigrantes. Rescate en el Mediterraneo. Foto: Rocio Carrasco

“La cena es una comida celestial, es el momento de compartir lo que pasó en el día” agrega Piñeyro, un enamorado de las sobremesas eternas y los vinos de postre. Se lo nota conmovido con tanto amor. Los que no lo conocen pueden decir que es un tipo frío, distante y que hay que hacer un enorme esfuerzo por escucharlo. Su tono de voz es suave y bajo.

Es observador y su presencia puede resultar intimidante al principio. Cuando está relajado se transforma en una persona divertida, ocurrente y que maneja con desenvoltura el sarcasmo y la ironía. Difícilmente pueda llamarle la atención alguien que no cuente con esas virtudes innatas.

Es dueño también de manías poco comunes, pero propias de una mente extravagante, como escribir sin acentos y sin las h. “No sirven para nada”, discute entre risas. Otra de sus obsesiones es el servido de café. Para el Tano, un buen ristretto debe ocupar 5/8 del pocillo. Culto como pocos, es en esencia un maestro: disfruta de corregir al otro, sobre todo en temas que conciernen a la comida, la aviación y a la formulación de oraciones.

Detesta con efervescencia la palabra avioneta (“es un invento, se llama avión pequeño”) y los premios, ya sea culinarios, académicos o cinematográficos. Desde ya, no sueña con un Oscar para alguno de sus filmes. También maldice, como muchas personas, los audios de WhatsApp reproducidos en 1.5. Por eso prefiere no tener esa aplicación de mensajería, utiliza la que viene con su celular.

El fondo de pantalla de su iPhone es una imagen de su mujer, Carla Calabrese, embarazada de Teo, el hijo que tienen en común, hoy de 22 años. Enamorados desde hace más de 30 y casados desde hace 27, se conocieron cuando él era piloto de LAPA y ella, azafata. Lo que al principio parecía un cliché de la profesión terminó de unirlos de por vida e incluso fundaron juntos Solidaire, la ONG con la que desafían a las injusticias del mundo. Además, comparten la misma pasión por la actuación y por el teatro.

Visionario, en mayo de 1999 escribió su primera denuncia pública y acusó a LAPA (Líneas Aéreas Privadas Argentinas) de no cumplir con las normas básicas de seguridad y de volar con demasiadas falencias. Lo ignoraron. Renunció a la empresa para no ser cómplice de alguna tragedia y les volvió a advertir que una alarma nunca puede ser desoída. Dos meses después, el 31 de agosto de 1999, un avión de esa aerolínea se estrelló luego de un frustrado despegue en Aeroparque. Murieron 65 personas.

Algunos llevan el drama en la sangre y otros la sangre en el drama. Piñeyro llevó ese experimento traumático al arte. Siempre había actuado. Su mujer es también directora de teatro. Lo ayudó y lo potenció. En 2005, estrenó Whisky, Romeo, Zulú, su primer filme, que recrea en clave de ficción los errores humanos y las alertas ignoradas que provocaron la tragedia de LAPA. Desde entonces, su perfil aumentó considerablemente. Hay varios Piñeyros: el actor, el multimillonario, el chef, el director o simplemente “el piloto”.

Ya es hora de ir a dormir. Son las doce de la noche y ya pasaron 20 horas de los rescates. Piñeyro disfrutó de una cena de cuatro horas, como las que le gustan a él con tópicos absurdos y con algunos pasajes de profundidad por lo vivido. Su sangre italiana reluce.

Un joven refugiado observa el mar. Fotos Rocio CarrascoUn joven refugiado observa el mar. Fotos Rocio Carrasco

En el buque hay ahora 93 personas -tres tuvieron que partir en una lancha de Italia por complicaciones en su estado de salud- que jamás van a olvidarse de su ONG, Solidaire. Personas que inmortalizaron su rostro, su poder y su voluntad de ayudar.

Él está pensando en su próxima misión. Comenzará en las próximas horas, apenas el buque atraque en Bari. Quiere ir a Islamabad, en Pakistán, a rescatar con su avión a unos 120 refugiados afganos del régimen talibán. Allá vamos.