De ser refugio para aquellas lágrimas a un final lleno de broncas e insultos. La fugaz historia de amor (y odio) entre Lionel Messi y el Paris Saint-Germain, que duró dos años pero pareció un suspiro, tendrá un nuevo capítulo este domingo desde las 13.00 (DAZN y DSports), hora argentina.
En términos deportivos no hay equivalencias y los europeos son amplios favoritos, por algo hace menos un mes conquistaron la ansiada Champions League logrando una paliza histórica de 5-0 en la final, ante el Inter italiano. Pero será un reencuentro que no estaba en los planes de nadie y que promete ser espectacular, más allá del resultado.
El lugar es Atlanta, ciudad donde todavía no se ven muchas camisetas pero ya se huele en el aire la batalla que se viene, y la ocasión es suprema: los octavos de final de la primera edición de un Mundial de Clubes que se torna cada día más emocionante. Un partido a todo o nada y lleno de morbo. El mejor del mundo contra el campeón de la Champions, una leyenda en retirada y un equipo de jóvenes que quiere convertirse en dinastía. Dos que se odian.
Nadie tiene razón y todos tienen razón en este despecho mutuo. El club financiado por fondos qataríes contuvo a Leo en el momento más complicado de su carrera: lo hizo pagándole un contrato que Barcelona ya no podía, o no quería, y la marca PSG se terminó de hacer famosa en todo el planeta. El flechazo de la capital francesa incluyó otorgarle a Leo su octavo Balón de Oro, en octubre de 2023.
En la capital de Georgia se espera que Messi será local porque son muchos los fanáticos que viajan desde distintos puntos de los Estados Unidos, México y Centroamérica para verlo a él, al PSG y al Inter Miami, en ese orden. Eso si las tormentas eléctricas lo permiten: este sábado tuvieron que evacuar la torre de control del aeropuerto de Atlanta y la línea Delta desvió al menos 90 vuelos, provocando más de 1.000 retrasos y 170 cancelaciones. Acá las cosas son siempre en tamaño extragrande.
A pesar de los pronósticos agoreros, es la previa del 4 de julio y en plenas vacaciones de verano se ven muchos turistas recorriendo el museo de Coca Cola pero el béisbol domina todo: esta noche juegan los Braves ante los Phillies de Filadelfia. El Mercedes Benz Stadium espera en silencio por el soccer: será la primera vez de Leo contra un equipo para el que jugó, por más que esa etapa sea un mal recuerdo.
Pero Messi la pasó mal en París, otro país, otro idioma, con una idiosincracia distinta a la que mamó desde chiquito en Catalunya. El 10 que nunca dejó de ser rosarino en España, era sapo de otro pozo en ese mundo de glamour, exposición, cenas lujosas, Wanda e Icardi, presentes y en pareja en esos tiempos.
Dentro de la cancha también le costó adaptarse. Si hasta le tocó ponerse la 30 porque su número lo tenía su amigo Neymar Jr., otro actor protagónico en la guerra de egos inevitable que giraba alrededor del favorito de la casa, Kylian Mbappé. El 7 también se fue del PSG, se escapó al Real Madrid y está haciéndoles juicio: pero los franceses eligieron no enojarse con un francés y depositaron todo su rencor en el argentino.
La ilusión fue inmensa, la decepción también. Fueron tres títulos locales y un gran aporte personal en esas dos temporadas, con 32 goles y 34 asistencias en 75 partidos. Pero lo que marcó su paso a los pies de la Torre Eiffel fueron las dos frustraciones en los octavos de final de la Liga de Campeones: no se le dio con un entrenador “cercano” como Mauricio Pochettino y tampoco con otro “mano dura” como el local Christophe Galtier. C’est la vie, es el fútbol.
Y en el medio pasaron cosas. Porque Messi dejó de ser jugador de Barcelona y de inmediato destrabó su maldición con la Selección. En ese julio de 2021 llegó la primera Copa América y el nacimiento de la Scaloneta. La tortilla (o el croissant) se dio vuelta porque Leo empezó a ganar todo con la Selección y en París se preguntaban por qué con ellos no. Tiempo después tendría que llegar Luis Enrique para hacerles entender la importancia de formar un equipo.
La final del mundo contra Francia fue el último puñal en el corazón de los parisinos, por algo PSG no lo felicitó como sí les pasó al resto de los jugadores argentinos. Tras la gloria en Qatar y el recibimiento en las calles de Buenos Aires, Leo se resintió de una lesión y estiró sus vacaciones en Rosario. Volvió a París y su equipo quedó fuera de la Champions, otra vez.
De ahí el “hijo de puta” con que lo despidieron los ultras antes de su partida a la MLS, donde es Dios. Por eso las palabras correctas pero frías de Leo tras la ruptura. “En París la familia estuvo bien pero no me sentí cómodo en el día a día y en los entrenamientos”, confesó hace poco. También dijo que no fue feliz allí y que su deseo siempre había sido no salir de Barcelona. Esa sinceridad no cayó bien en el PSG. “Le tengo un gran respeto pero no está bien que alguien hable mal del club después de su salida. No es un mal chico, pero eso no me gusta, no es nuestro estilo”, comentó Nasser Al Khelaifi, el magnate dueño del PSG y poco acostumbrado a los desaires.
La relación entre ellos en realidad se rompió cuando el argentino faltó a un entrenamiento para viajar a Arabia Saudita por un compromiso comercial. Iban a tener el día libre pero una derrota cambió los planes. Leo pegó el faltazo igual y la directiva no lo perdonó: le dieron dos semanas de suspensión en los que no pudo jugar y se entrenaba aparte. Como si fuera un chico pero a punto de cumplir 36 años, y tuvo que pedir perdón en un video.
“No todo está perdonado”, tituló L’Equipe en su tapa, envalentonado con la chance de humillar al 10. Sus ex compañeros Achraf Hakimi y Gianluigi Donnarumma le tiraron buena onda y esperan darle un abrazo. Luis Enrique lo disfrutó en Barcelona, donde tuvieron sus chispazos, pero siempre lo destaca como el mejor de todos. ¿Y el hincha qué piensa? El exfutbolista Jerome Rothen, defensor del PSG entre los años 2004 y 2009 y comentarista de TV, fue concreto: “Él no respetó a nadie y menos a los franceses. Su llegada fue una mala inversión. Y sus partidos eran una mierda, el tipo es un genio pero caminaba la cancha cuando no tenía la pelota”.
Lo dicho, el Mundial de Clubes se prepara para vivir un partido en Atlanta que promete ser inolvidable, no importa de qué lado caiga la moneda.