Fernando Caldeiro fue el primer astronauta argentino. Nació en Ituzaingó en 1958, donde cursó la primaria en la Escuela N°12 Paul Groussac, y vivió en Villa Las Naciones hasta 1974, cuando se mudó con su familia a los Estados Unidos.
Se recibió de ingeniero mecánico y en 1996 fue seleccionado como astronauta de la NASA. Aunque participó en varios lanzamientos, nunca llegó a volar al espacio y falleció temprano, a los 51 años.
Caldeiro es el emblema de cientos de argentinos y argentinas apasionados por la exploración espacial. En disciplinas tan diversas como la química, la geología y la física, destacan varios de ellos. Son apasionados que estudian el Universo desde el sur del continente.
Radio por el Universo
Juliana “Jota” Saponara tiene una mirada cálida pero siempre parece estar mirando más allá. O escuchando. Trabaja en el Instituto Argentino de Radioastronomía (IAR) dependiente de la Universidad Nacional de La Plata, ubicado en el Parque Pereyra Iraola.
Ella podría ser la musa que inspiró al personaje de la doctora Ellie Arroway, protagonista de la novela de Carl Sagan Contacto y que inmortalizó Jodie Foster en la versión cinematográfica, ya que ambas se dedican a la radioastronomía.
Pero Jota nació en La Plata y se recibió en la Universidad de esa ciudad varios años después de publicado el libro. Ambas, la ficticia doctora Arroway y la real doctora Saponara, escuchan el Universo.
“Las galaxias evolucionan dependiendo del ambiente en el que se encuentran -cuenta Saponara-. Yo estudio estas galaxias con varias antenas de radio para hacer lo que se llama interferometría.” Jota estudia el hidrógeno neutro, que es lo primero que pierde una galaxia cuando interactúa con otra.
Ella no observa el hidrógeno de forma directa. En realidad, las antenas detectan las ondas de radio emitidas por el hidrógeno. Estas ondas pueden medirse y representarse gráficamente. El análisis de la variación del hidrógeno en una galaxia habla de la evolución.
“La disponibilidad de hidrógeno en una galaxia, por ejemplo, da indicios de dónde se pueden formar estrellas”, dice.
“Las galaxias pueden estar solas, en grupos o en cúmulos -es decir muchas galaxias-. Lo sorprendente es que el gas que fue arrancado de las galaxias queda entre medio de ellas. Entonces surgen muchas preguntas. ¿Qué pasa con ese gas?¿Se pueden formar otras galaxias?”, reflexiona Jota.
Los interferómetros -las grandes antenas que captan datos- son abiertos a toda la comunidad astronómica. “Yo trabajo con datos que vienen de la India, de Australia, de los Estados Unidos. Uno presenta un proyecto y es evaluado por sus pares. Si lo aprueban, tiene tiempo de observación”, cierra alegre Saponara. De esta manera la comunidad radioastronómica se muestra abierta a la comunidad internacional y por esa vía, también, al Universo.
Maneras de vivir
Durante años, la búsqueda de la vida en el Universo tuvo como hilo conductor al agua. La existencia de vida extraterrestre se basaba en las posibilidades de que el planeta candidato a albergar organismos pudiera tener agua líquida, origen de la vida tal como la conocemos. Sin embargo, esa idea se fue desvaneciendo en el último tiempo.
“Nuestro laboratorio forma parte de un grupo de instituciones asociadas al Instituto de Astrobiología de la NASA, que entre otros objetivos explora las condiciones de habitabilidad y las evidencias de vida en el Universo”, explica Diego Ferreiro, investigador principal del Conicet.
Junto con Ignacio Sánchez, lidera el Laboratorio de Fisiología de Proteínas del Instituto de Química Biológica (IQUIBICEN) en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires.
Los dos, en compañía del físico Ezequiel Galpern presentaron un proyecto que obtuvo financiamiento de la agencia espacial estadounidense para analizar el comportamiento de las proteínas en diferentes solventes. Lápiz y papel en mano, realizaron cálculos basados en modelos de mecánica estadística. Trabajando de manera analógica, sus resultados patearon el tablero.
“Para que una molécula sea considerada proteína, debe ser plegable, codificable -es decir, la información para la formación de su estructura funcional puede ser resumida en letras– y evolucionable, lo que significa que puede cambiar con el tiempo”, explica Ferreiro.
Las proteínas son moléculas grandes y complejas formadas por cadenas de pequeños bloques llamados aminoácidos. La función que desempeñan depende de cómo se pliegan estas cadenas, y este plegado no es aleatorio, sino que está determinado por una serie de variables físicas y químicas.
“Nuestros resultados demuestran que otros solventes, más allá del agua, como los alcoholes y algunos hidrocarburos, permiten el plegado de proteínas que podrían cumplir funciones biológicas”, explica Ferreiro. “No solo debemos buscar evidencias de vida en el agua -agrega- sino también en nubes compuestas por estos solventes.”
Los resultados fueron publicados por la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos y tuvieron eco en todo el planeta (y tal vez en todo el Universo).
“Nosotros respondimos la pregunta de si las proteínas pueden plegarse en otros solventes. Sí, pueden. Pero ahora, ¿qué proteínas pueden plegarse de esta manera? ¿Solo proteínas formadas por aminoácidos?”, se pregunta Ferreiro, quien sueña con encontrar, en el futuro, proteínas compuestas por componentes distintos a los aminoácidos.
“Esto tendría aplicaciones radicales en áreas como la biotecnología”, concluye. El Universo se abre entonces, no como un espacio vacío, sino como un modelo para generar nuevos conocimientos que podrían transformar radicalmente nuestra percepción de la vida.
La Marte en coche
Marte ha cautivado a la humanidad desde tiempos remotos. Desde su observación a simple vista, cuando el cielo lo permite, hasta las promesas quizás delirantes de ciertos magnates tecnológicos, Marte nos interpela. Y a Mara Mantegazza, del Laboratorio de Geología Planetaria, por sobre todo.

“Yo estudio los depósitos de hielo subsuperficial, conocidos como permafrost, en diversas latitudes de Marte”, explica la geóloga graduada en la Universidad de Buenos Aires y becaria doctoral de Conicet. “Trabajo con imágenes satelitales y algunas más específicas.”
Su lugar de trabajo es el Instituto de Estudios Andinos Don Pablo Groeber (IDEAN-Conicet), y como buena geóloga, su enfoque sobre Marte tiene una perspectiva que es temporal.
“Mi objetivo es entender la temporalidad de estos depósitos, cuándo se formaron o cuándo es más propenso que se formen y cómo evolucionan en el tiempo”, continúa. Para ello, emplea complejos cálculos matemáticos sobre la órbita de Marte y datos sobre la radiación solar.
“En muchos casos, tomo información de los rovers que operan en la superficie. El Zhurong, enviado por China, me proporciona información muy útil”, cuenta Mara. Explica que sus datos son de libre acceso, ya que las distintas agencias espaciales difunden imágenes satelitales e incluso algunas más específicas.
“De hecho, cuando necesitamos una imagen de mayor resolución de algún lugar en particular, las pedimos y nos las envían”, agrega.
Más cerca de la Tierra, su equipo colabora con el Centro Interdisciplinario de Estudios Espaciales (CIEE) que estudia las políticas y derecho espacial teniendo en cuenta fundamentos geológicos relacionados a la explotación y uso de recursos espaciales.
“Aunque todavía falta mucho para que se concrete, ya se habla bastante de la minería espacial. Hay congresos específicos sobre eso”, señala, y explica las implicancias éticas que esta actividad podría tener. “Sí, es un tema que está ganando terreno”, reflexiona.
Mara espera concluir su doctorado en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (UBA). Próximamente, también planea visitar la Antártida, específicamente la Isla Decepción, donde se sabe que existen depósitos de hielo subterráneo que se asemejan a los que ella estudia en Marte, el planeta que conoce a la perfección, pero sin dejar de tener los pies en la Tierra.
Pioneros en el espacio
“Argentina siempre estuvo a la vanguardia”, afirma la astrónoma Cecilia Scalia desde el Planetario de la Universidad Nacional de La Plata. “Desde Córdoba se envió al espacio a Belisario, un ratón que realizó un vuelo suborbital a bordo del Cohete Yarará. Regresó sano y salvo.” Fue el primero dentro del Proyecto BIO, una serie de experimentos argentinos desarrollados en la década del ‘60 para enviar seres vivos al espacio.

“Más conocido fue el Mono Juan, que en 1969 fue lanzado desde La Rioja y alcanzó una altura de 90 km. Experimentó la ingravidez y no necesitó reserva de oxígeno”, comenta Scalia, quien además es Secretaria de Extensión de la Facultad de Ciencias Astronómicas y Geofísicas de la Universidad Nacional de La Plata. “Volvió sano y salvo y se convirtió en una estrella en el Zoológico de Córdoba”, comenta.
En ese momento, la Argentina se convirtió en el cuarto país del mundo en enviar seres vivos al espacio, una hazaña lograda previamente solo por Estados Unidos, la Unión Soviética y Francia.
Desde entonces, y hasta la actualidad, pasando por la inconclusa lanzadera Cóndor II, los satélites ARSAT y el cohete Tronador II Argentina continúa siendo un país con la vista puesta en el Universo.