Con un desagravio no alcanza             

Con un desagravio no alcanza             

Deberíamos honrar a Bayer hoy más que nunca. No mediante un simple desagravio, una marca tenue de la historia que no reparará el daño causado a su monumento en la Ruta Nacional N°3, en el Puesto Güer Aike de la ciudad de Río Gallegos. Ese gesto no es suficiente. Se vuelve declamatorio. Los fachos redoblaron la apuesta al día siguiente del 24 de marzo. Continúan con su batalla cultural que ya es una guerra. Una guerra relámpago, su propia Blitzkrieg libertaria.

Se proponen instalar lo que Hugo Calello, doctor en Filosofía y profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA llama una demofascistocracia. Un concepto más para discutir de qué se trata esta argamasa biodegradable que gobierna. Si una dictadura civil, si una democracia tutelada, si un régimen neoliberal adulterado, si bonapartismo puro y duro. Si abundan las definiciones es porque su identidad es todavía inclasificable. Acaso tiene un poco de todo. Pero no una definición que lo sintetice.

Lo que la historia desnudará como evidente es aquello que cantaba Vox Dei en Presente, un himno que trascendió a los años ’70: “Todo concluye al fin, nada puede escapar, todo tiene un final, todo termina…”. Hay quienes sostienen que el gobierno está acorralado por una economía irreal, con variables oficiales que no se sostienen. Por eso arroja golpes para todos lados, como un boxeador groggy. La pregunta es: ¿Hasta cuándo?

Milei y su cohorte de funcionarios siguen tirando de la cuerda. Como el presidente de Vialidad, ingeniero Marcelo Campoy, responsable directo de la destrucción de la obra. ¿Acaso no se saciaron con el discurso grabado y falsario que vomitó Agustín Laje, el sacerdote mayor de los sermones negacionistas el lunes 24?

Habría que aplicar literalmente sobre esta casta parasitaria, de bestias ultramontanas, aquel concepto que recogió Osvaldo Soriano en una entrevista con su tocayo. Bayer le comentó así una de las líneas conceptuales de su vida: “Me he propuesto no tener piedad con los despiadados”.

El autor de Triste, solitario y final y No habrá más penas ni olvido, sabía que el viejo anarquista tenía una razón de peso para decir lo que decía: “Mi falta de piedad con los asesinos, con los verdugos que actúan desde el poder se reduce a descubrirlos, dejarlos desnudos ante la historia y la sociedad y reivindicar de alguna manera a los de abajo, a los humillados y ofendidos, a los que en todas las épocas salieron a la calle a dar sus gritos de protesta y fueron masacrados, tratados como delincuentes, torturados, robados, tirados en alguna fosa común”.

¿Cuál es el sentido de un acto simbólico tan violento como derribar su monumento, levantado por el gobierno de Alicia Kirchner en Santa Cruz? La pala mecánica que lo demolió no fue utilizada para reparar las rutas deterioradas, darles mantenimiento a los puentes y garantizar el control de los camiones en las estaciones de pesos y medidas que debería supervisar la policía o gendarmería.

Se usó como la motosierra -el artefacto atávico de Milei-, para escarmentar a un emblema de la rebeldía. Bayer se adelantó a todos los escritores de su generación para ganar el desierto patagónico. Desde que escribió sobre los fusilamientos de obreros en la década del ‘20, la historia es más completa. La misma que quiere reescribir un presidente de extrema derecha que no sabe cómo se llamaba San Martín.

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