criminales, espías y política en los 70

criminales, espías y política en los 70


Las historias de Aníbal Gordon y Arquímedes Puccio comparten algunos rasgos estructurales: hábitats de zona norte del conurbano bonaerense, robos, asesinatos, pertenencia a servicios de inteligencia y a bandas armadas del peronismo de derecha y caída en desgracia en la década del ochenta, ya sin cobertura militar.

Sin embargo, el pater familias y cabecilla del clan de secuestradores de San Isidro fue retratado por el cine, una miniserie y un par de libros, mientras que la figura de Gordon, en cambio, quedó sumergida entre las penumbras de la vertiginosa realidad argentina y confinada al ámbito judicial.

Ahora, el historiador Marcelo Larraquy vuelve a reflotarla y la enriquece en clave de ficción, al iluminar con especial atención el periodo entre 1971 y 1973, en donde se entretejen asaltos a bancos y concesionarias, el clima de época de avance de las acciones de las organizaciones armadas de izquierda, el subterráneo mundo de los espías criollos y las válvulas que le permitieron a Gordon pasar de la delincuencia común a depender a sueldo de los sótanos del Estado.

Aníbal Gordon. Archivo Clarín.

Locaciones de novela

La ciudad bonaerense de Colón; el vecino pueblo de Arroyo Dulce; el paraje pampeano de La Reforma; la zona de Collon Cura, en Neuquén; la céntrica calle Mitre, en Bariloche; la esquina porteña de Lavalle y Uriburu; esas son algunas de las locaciones donde transcurre la novela publicada por Sudamericana, la primera de Larraquy, probado ensayista y autor de libros imprescindibles como López Rega. El peronismo y la Triple A y Fuimos soldados y coautor de la biografía de Rodolfo Galimberti junto a Roberto Caballero.

El término “locaciones” parece el apropiado porque la obra es casi cinematográfica, con descripciones detalladas de personajes, acciones y lugares que generan un efecto audiovisual en quien la lee.

Por momentos la novela se asemeja a una road movie, por la presencia de historias que transcurren sobre ruedas, sea a bordo de un Valiant blanco, un Torino borravino o un Dodge Polara también blanco.

Caminos bonaerenses y patagónicos, calles del centro porteño o la avenida Maipú, en Vicente López, dan espacio a estas historias. Pero Gordon también flota en el aire, literalmente; hay tramos a bordo de un Piper o de un Cessna, vuelos de bautismo y fugas aéreas.

La pericia de historiador de Larraquy acompaña y realza a la ficción; los datos contextuales aparecen sin fórceps y sin empastar el relato. Las primeras acciones de la guerrilla desde 1970, las alusiones a los inicios del terrorismo de Estado en grageas, y los fusilamientos en la base de Trelew son algunos de los fragmentos verídicos del contexto de la época. Pero el interés se sostiene por la propia trama y sus protagonistas, más allá de las inclusiones sobre los hechos de la coyuntura.

El protagonista principal es ese hombre flaco, alto, de cejas tupidas, orejas grandes pelo entrecano, hijo de un antiguo funcionario peronista de Correos y Telecomunicaciones, que empezó violando correspondencia en su trabajo de cartero y que al poco tiempo robaba autos, como un Packard 47 por el que fue imputado ante la Justicia.

Marcelo Larraquy en la Feria del Libro. Foto: Pedro Lázaro Fernández / Archivo Clarín.Marcelo Larraquy en la Feria del Libro. Foto: Pedro Lázaro Fernández / Archivo Clarín.

Aníbal Gordon, el asaltante

Ese personaje, ese Aníbal Gordon, se consolida como asaltante y da su gran golpe al robar el Banco de la Provincia de Río Negro, en Bariloche, el 27 de febrero de 1971, secundado por un tal Acosta (de presencia importante en la historia), un grupo de mendocinos y otros personajes menores que le facilitan la logística.

La carrera delictiva de ese asaltante “desgarbado”, con “una cara larga sin pómulos”, padre de dos hijos, se acentúa desde ese asalto; hay traiciones entre ladrones, nuevos ingresos a la banda, una bandera argentina siempre presente, robos varios, una camioneta con armas de guerra.

En paralelo, aparece en la novela Julieta, abogada recién recibida en la UBA, padre tornero, matancera de Lomas del Mirador. Sin un rumbo muy concreto de su vida y a partir de un contacto familiar, se vincula a los servicios de inteligencia de la Policía Federal, que le encargan investigar el golpe contra el banco rionegrino. Desde ahí se irá acercando a Gordon y a su banda.

Otra de las peculiaridades de la novela es justamente retratar la vida de una espía argentina al servicio del Estado. Por lo general, las ficciones sobre los setenta se basan en contar la vida de los militantes de organizaciones armadas y en menor medida de represores, hombres en su enorme mayoría. Larraquy hace aparecer en su obra a esta mujer joven, que cumple un rol clave en la ficción y ¿presumiblemente? en la realidad.

Para noviembre de 1971 Gordon, con nuevos secuaces, asalta una importadora de relojes en Uriburu al 400, cerca de Once. El robo sale mal y él y Acosta son detenidos. Después de distintas recorridas y tiras y aflojes entre jueces, quedan presos en la Comisaría Segunda de la localidad bonaerense de Villa Ballester.

Con el clásico recurso de tener a un policía de aliados, intentan una fuga y casi logran escaparse. Gordon, que entre otras causas tenía una vinculada a la tenencia de armas de guerra, va a parar a la cárcel de Devoto, al pabellón de presos políticos, en donde convive con integrantes de Ejército Revolucionario del Pueblo y de Montoneros. Habla con ellos, los escucha, comparte duchas, les cocina arroz con leche.

Marcelo Larraquy es periodista y escritor. Archivo Clarín.Marcelo Larraquy es periodista y escritor. Archivo Clarín.

A principios de 1972 Julieta pasa a trabajar para la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE), que dependía directamente de la Presidencia de la Nación, por entonces a cargo del dictador Alejandro Agustín Lanusse. Practica hacer seguimientos, sacar fotos, abrir sobres sin que se entere el destinatario, sus jefes le ordenan dedicarse a hacer inteligencia sobre el ERP. A ella se le ocurre un nombre: Gordon. Aquella organización guevarista acababa de secuestrar al empresario italiano Oberdan Sallustro.

De los más pesados

En Devoto Gordon también se cruza con Alejandro Giovenco, militante del peronismo de derecha, de los más pesados. Intercambian diálogos, impresiones, ideas. Como se dice en la novela, es en ese momento “el punto de quiebre, la creación de la zona gris, el momento cero de la historia en la que el delincuente común salta a la política, a la violencia política inherente a la época, sin abandonar su pasado o haciendo uso de las mismas prácticas”.

Poco después a Gordon lo trasladan a la cárcel de Caseros y sigue asociado con los presos políticos, pese a que es un delincuente común, un ladrón todoterreno en beneficio propio, que además aparece involucrado en un homicidio especialmente cruel.

Un día después de la asunción de Héctor Cámpora como presidente de los argentinos, entremezclado con militantes y guerrilleros, el pistolero sale en libertad y se va del penal de Parque Patricios a bordo de un auto conducido por miembros de la Concentración Nacional Universitaria (CNU), banda peronista de derecha.

La novela concluye poco tiempo después, con una escena en un bar céntrico, con un nuevo encuentro entre Gordon y Julieta. “La noche se volvió más oscura de repente, como si las luces de la ciudad se hubieran ido apagando de una por vez, en forma lenta”, dice el narrador. Hasta ahí llega la ficción construida por Larraquy, sostenida por fuentes entre las cuales aparecen algunos sobrevivientes de esa historia alucinante.

Al Gordon real, fallecido en 1987, lo esperaría una participación estelar en las células clandestinas que se dedicaron a asesinar militantes antes de marzo de 1976, incluida la represión a los obreros de las empresas metalúrgicas de Villa Constitución, y una posterior incorporación a los grupos de tareas de la dictadura, hasta con su propio teatro del horror: Automotores Orletti, un enorme garaje en el barrio porteño de Flores, en donde el hombre flaco de cara alargada tenía su propia oficina ornamentada con un retrato de Juan Manuel de Rosas y una foto de Hitler. Material de sobra para otra novela.

Gordon, de Marcelo Larraquy (Sudamericana).