A 100 años de la epopeya de “Gato” y “Mancha”, los caballos argentinos que pusieron a la raza criolla en la cumbre mundial

A 100 años de la epopeya de “Gato” y “Mancha”, los caballos argentinos que pusieron a la raza criolla en la cumbre mundial


Dos caballos argentinos, llamados “Gato” y “Mancha”, y criados por un cacique tehuelche en la Patagonia, entraron al galope por la Quinta Avenida de Nueva York un 20 de septiembre de 1928, culminando una inimaginable travesía récord de 21.000 kilómetros al cabo de tres años y cinco meses. Quien los montó durante ese periplo fue un profesor de inglés suizo, que vivía en Argentina y se llamaba Aimé Félix Tschiffely (1895-1954).

“Gato” y “Mancha” pertenecieron al veterinario, profesor y criador de caballos Emilio Solanet (1887-1979), un hombre de avanzada, nacido en Ayacucho, quien después de varios encuentros con Aimé decidió confiar primero y obsequiarles los ejemplares, después, para el sueño imposible -era lo que pensaban el mundo ganadero de la época- que tenía el profesor de inglés: reivindicar la amenazada raza criolla haciendo una travesía desde Buenos Aires a Nueva York.

Este jueves 24 de abril se cumplen 100 años de la partida del aventuro suizo desde La Rural, “cargando una mochila con mapas, una brújula, un barómetro, algo de dinero, una manta, un rifle, una carabina y un revólver. Llevó lo mínimo imprescindible, algo de abrigo, ponchos que le sirvieron para dormir, porque no llevó una carpa por el peso”, comenta a Clarín Oscar Solanet, hijo de Emilio, y conocedor de la increíble historia. “Mi padre terminó confiando en Aimé y con el paso del tiempo forjaron una amistad, por eso fue a despedirlo hace un siglo a La Rural”, recuerda.

La exagerada aventura tenía un claro objetivo: demostrar ante el mundo la fortaleza y la eficacia de un caballo como el criollo, ideal para el trabajo de la hacienda y, también, para la guerra. “Hay que tener en cuenta que el comienzo del siglo XX era una época de mucho mestizaje, entonces se importaban caballos europeos, más altos y espigados, con el fin de terminar con los criollos puros. De alguna manera, nuestros animales estaban en peligro”, puntualiza Solanet.

Carta de 1924 en la que Aimé Tschiffely le cuenta a Emilio Solanet su plan de viaje para el año siguiente.

La discusión entre la apuesta por la raza criolla y la importación desde Europa era un tema público que estaba instalado no sólo en el mundo ganadero y en la prensa, sino también la comunidad. “Un día, al suizo Aimé, a través de un periodista del diario La Nación, le llegó el dato de ‘un tal Solanet’, especialista de la raza criolla, a quien le escribió una carta en noviembre de 1924 presentándose y pidiéndole -sin tapujos- un par de caballos y diciéndole la vidriera mundial que podría ser para la raza llegar al galope hasta Nueva York”, cuenta.

Veterinario, dirigente radical, prestigioso académico, productor agropecuario y autor del libro “Pelajes criollos”, Solanet -visiblemente sorprendido pero a la vez intrigado- lo citó al docente suizo que trabajaba en el Saint George College de Quilmes, a su Estancia El Cardal de Ayacucho. “En un primer momento, mi papá no estaba dispuesto a entregarles dos caballos de una raza por lo que tanto había luchado. Tené en cuenta que mi padre se trajo cien caballos desde Chubut para la crianza y no quería dilapidar ese esfuerzo en lo que, a priori, le parecía una locura”, indica Oscar.

De izquierda a derecha: "Gato", Aimé, Emilio Solanet y "Mancha", en Argentina, años después de la travesía.De izquierda a derecha: “Gato”, Aimé, Emilio Solanet y “Mancha”, en Argentina, años después de la travesía.

“Sin embargo lo recibió, le dio su tiempo y escuchó atentamente al aventurero que, a decir verdad, tampoco era un jinete consumado”, acota el historiador de Ayacucho Pablo Zubiaurre. “Es que la idea de pensar llegar a caballo hasta Nueva York era de mínima alocada. Por lo bajo, don Solanet se imaginó que Aimé llegaría hasta Rosario y pegaría la vuelta en tren. Pero hubo algo en la reunión de ambos que movilizó a Solanet, que empezó a verlo con otros ojos… Fue a partir de ahí que decidió obsequiarle dos ejemplares: `Gato´, un caballo de pelaje gateado de 16 años; y `Mancha´, un overo que contaba entonces con 15″, agrega.

Solanet padre era un apasionado criador de caballos “y la posibilidad efímera de lograr esa hazaña, de alguna manera, lo desvelaba, porque sería una reivindicación para la raza criolla por el había dado todo”, señala Zubiaurre. “Como Aimé no era un hombre de experiencia montando -aporta Solanet-, papá le ofreció los caballos sin nada a cambio, pero con una condición: entrenarlo. Era clave que conociera los caballos, que supiera que `Gato´ era manso y humilde, y que `Mancha´ era desconfiado y no se dejaba montar por casi nadie… Durante un mes iban todos los días desde Ayacucho hasta la (hoy) estación Solanet, que son unos cuarenta kilómetros, bajo las condiciones climáticas más agobiantes. Ahí fue cuando construyeron un sólido vínculo”.

Cuando llegan a México en 1928 son recibidos por Los Charros, vinculados al mundo de la ganadería.Cuando llegan a México en 1928 son recibidos por Los Charros, vinculados al mundo de la ganadería.

Según Zubiaurre, “existía un tono burlón y de sorna de la prensa conservadora de aquellos tiempos, que se fue disipando cuando se empezaron a publicar las cartas a la distancia entre Aimé y Solanet. Esa intensa y rica comunicación epistolar durante más de tres años permitió saber no sólo el itinerario del aventurero con `Gato´ y `Mancha´, sino que se lo empezó a tomar más en serio a medida que se encaminaban a su destino y eran recibidos como héroes en cada pueblo donde decidía hacer una escala”.

Algo así sucedió en México, cuando el suizo fue recibido como un héroe y se convirtió en objeto de numerosos homenajes. Sin embargo, un accidente con una mula hizo que “Gato” se quedara en ese país y el jinete continuara hasta el final de la travesía montando únicamente a “Mancha”.

La prensa registra el arribo de Aimé, "Gato" y "Mancha" a México.La prensa registra el arribo de Aimé, “Gato” y “Mancha” a México.

Ese trío inseparable que convivió 41 meses sin despegarse recorrió 20 países y alcanzó el récord mundial de altura para estos animales, al atravesar el paso El Cóndor, entre Potosí y Chaliapata, a unos 5.900 metros sobre el nivel del mar. “Y debieron soportar las condiciones más extremas: en el camino de la Cordillera de los Andes tuvieron que hacer frente a temperaturas de casi veinte grados bajo cero, pero también se expusieron al calor extremo, con temperaturas de cincuenta grados cuando cruzaron desiertos centroamericanos”, precisa Solanet.

Por su parte, Zubiaurre acaba de lanzar “Gato, Mancha y Aimé”, un libro que realizó a partir de la idea de Oscar Solanet, que revela detalles, secretos e imágenes inéditas del raid, “muchas de las cuales han sido rescatadas de archivos históricos y restauradas para su publicación. El trabajo combina relato histórico, documentación visual y un profundo respeto por la tradición ecuestre nacional”, apunta su autor.

Un titulo en la prensa de Buenos Aires, en 1928, sobre el regreso al país del profesor suizo y sus dos caballos.Un titulo en la prensa de Buenos Aires, en 1928, sobre el regreso al país del profesor suizo y sus dos caballos.

En Ayacucho, ciudad que tiene en su avenida principal un monumento en honor a los caballos y al aventurero europeo, se realizará el sábado próximo un homenaje para conmemorar el centenario de esta proeza en la estancia El Cardal, donde se entonará el Himno Nacional, habrá oradores y entre las presencias se destacará la del Escuadrón Riobamba del Regimiento de Granaderos a Caballo General San Martín.

A su vez, en El Cardal hay un monolito con los restos de “Gato” (murió en 1944), “Mancha” (en 1947) y Aimé, quien falleció a los 59 años en Inglaterra y su viuda decidió que “las cenizas debían estar junto a sus adorados criollos”.

Hijo de esa eminencia ayacuchense como fue Emilio Solanet, Oscar vive hace treinta años en El Cardal, lugar que considera “con un magnetismo especial”. Recuerda que de pibe empezó como peón trabajando en el campo de su papá y que nadie le regaló nada. “Pude ser testigo de cómo mi papá tenía fascinación por los caballos, realmente fue un hombre que hizo mucho por la raza criolla”, sostiene.

Cuando alguna vez Oscar le preguntó a su padre cómo era el suizo Aimé, Emilio respondía “un bohemio mezcla de intelectual y aventurero”.

“Papá me contó que en varias oportunidades lo ayudó, como aquella vez que le envió dinero cuando ya en Perú se había quedado con los bolsillos vacíos. De alguna manera, mi papá fue como un sponsor para el suizo y ya por entonces estaba totalmente convencido de apoyarlo, porque además padeció complicados momentos de salud como paludismo y distintos tipos de heridas producto de golpes y caídas”, prosigue.

Tanto para Oscar Solanet como para Zubiaurre, el legado de esta inolvidable epopeya fue lo que hicieron “Gato” y “Mancha”, un logro expuesto ante los ojos del mundo, que se enteró de la fortaleza y la resistencia del caballo criollo argentino, y a partir de lo realizado por el suizo Aimé, los criollos se convirtieron en “un símbolo de nobleza, perseverancia y unión entre los pueblos”.