La guerra en Ucrania fue el aviso más severo y evidente sobre la necesidad que tenía Europa de replantearse su seguridad energética. Y sin embargo, quizá fue otro episodio, más anecdótico pero igual de relevante, el que ilustró mejor dónde reside hoy el punto débil: el fallo inesperado de una subestación eléctrica en Londres paralizó durante un día entero el aeropuerto de Heathrow, uno de los de mayor tráfico del mundo, y provocó un caos que tardó semanas en ser solucionado.
La Agencia Internacional de la Energía (AIE), que surgió en 1973 precisamente para hacer frente a la crisis del petróleo de aquel año, cuando los países productores de la OPEP declararon un embargo a todos los aliados de Israel, ha convocado esta semana en Londres, junto con el Gobierno del Reino Unido, la Cumbre sobre el Futuro de la Seguridad Energética. Ha sido un comienzo modesto, contaminado por la incertidumbre geopolítica que ha generado la llegada al poder en Estados Unidos de Donald Trump, con su guerra declarada a las energías renovables y su nula voluntad de cooperación internacional. La delegación enviada por Washington a la cumbre ha sido de muy bajo nivel, y China ha puesto una excusa de problemas de agenda para evitar su presencia en la capital británica.
Y aun así, la cumbre puede ser un momento clave para cambiar un enfoque histórico obsesionado con los combustibles fósiles, ahora que el mayor desafío al que se enfrenta el mundo es el suministro eléctrico. La AIE ha circulado un documento confidencial preparatorio de la cumbre, que ha convocado a más de sesenta líderes políticos y del sector energético, en el que urge a los Gobiernos a convertir “la seguridad eléctrica en una prioridad estratégica de la política”.
“Existen tres reglas de oro para lograr la seguridad energética”, ha explicado a los asistentes Fatih Birol, el director ejecutivo de la IEA. “La primera es la diversificación, tanto de las fuentes de energía como de los países de los que se importa esa energía. La situación geopolítica puede cambiar, o cualquier fallo técnico puede provocar graves problemas”, señalaba.
Las otras dos reglas de oro, apuntaba Birol, son la predictibilidad y la cooperación. La primera, porque un sector como el energético, que requiere inversiones masivas y apuestas a muy largo plazo, no puede verse sometido a la continua alteración de las reglas del juego que se está produciendo en la actualidad. Y la segunda, porque “ningún país es una isla energética”, remarcaba el máximo responsable de la AIE.
Demanda insaciable de electricidad
Desde 2010, la demanda de energía eléctrica en el mundo ha crecido el doble que la demanda global de toda la energía. Vehículos eléctricos, centros de datos, sistemas de Inteligencia Artificial…los nuevos actores que agilizan hoy la economía tienen un apetito insaciable de electricidad.
La inmensa mayoría del incremento de suministro de los últimos años procede de las energías renovables (eólica o solar), que a pasos agigantados sustituyen a otras fuentes tradicionales como los reactores nucleares, las hidroeléctricas, las de carbón o las de ciclo combinado.
Pero la AIE advierte en su documento que la demanda en aumento de electricidad, a cualquier hora y en cualquier lugar, provocará cada vez más tensión en un sistema generador que depende del viento o del sol que haya en ese momento. “Desafíos sistémicos surgirán a la hora de equilibrar unas redes con predominancia de las energías renovables, en periodos prolongados de baja generación”, dice el texto. En otras palabras, la batalla por acceder al suministro en momentos de escasez.
“La electrificación es hoy imparable, y eso supone que ha pasado a ser un asunto de seguridad nacional”, ha afirmado Ignacio Sánchez Galán, el presidente ejecutivo de Iberdrola (una de las empresas patrocinadoras oficiales de la cumbre). “Tenemos que invertir mucho más en redes de transmisión y distribución, para proveer electricidad a esos nuevos agentes que son los vehículos electrónicos o los centros de datos”. El ejecutivo español ha insistido en una demanda similar a la que había expuesto minutos antes el director ejecutivo de la AIE. “Estabilidad, predictibilidad y principio de legalidad”, reclamaba. “Para poder movilizar toda esta gran inversión, necesitamos un marco regulatorio previsible. Un marco inestable supone mayor costo, y resulta poco atractivo para la inversión de capital. Hay que legislar para acelerar inversión y evitar una litigación excesiva”, pedía Sánchez Galán, que también preside un gigante energético en el Reino Unido como es Scottish Power.
El Gobierno laborista de Starmer quiere simplificar la planificación y construcción de infraestructuras, y un modo de hacerlo es poner más obstáculos a las demandas de particulares, que alargan durante años cualquier proyecto.
“Cuando hablamos de electricidad ponemos muchas veces el foco en las centrales nucleares, las de gas, los parques eólicos o las placas solares. Pero los principales problemas están surgiendo en el suministro, en cómo movemos esos electrones desde la producción a los consumidores. Y no se trata solo de las redes de alta tensión. En muchos casos los grandes cuellos de botella están en los diez últimos kilómetros del cable, desde las subestaciones a las casas o a la industria”, explica Javier Blas, analista de Bloomberg y coautor, junto con Jack Farchy, del libro El Mundo Está en Venta: La Cara Oculta del Negocio de las Materias Primas (Ed. Península). “La complejidad de esas redes es tal que son mucho más vulnerables a ciberataques de lo que pueden ser las redes de petróleo o gas”, añade.
El mundo no ha terminado de entender las lecciones de Ucrania y la AIE quiere que la cumbre de Londres comience a establecer nuevas prioridades y nuevos enfoques. “El petróleo y el gas seguirán desempeñando un papel importante en el sistema energético global de los años venideros, pero la inversión en energía limpia ya no es solo un imperativo climático sino un imperativo urgente de seguridad nacional”, han afirmado el ministro británico de Seguridad Energética, Ed Miliband, y el director ejecutivo de la AIE en una tribuna conjunta publicada por la revista New Statesman, horas antes del inicio del encuentro.