El 23 de octubre de 2022, siete hombres irrumpieron en el salón dorado del Gran Salón del Pueblo, en la plaza de Tiananmén, a través de una enorme puerta con motivos de oro. Subieron lentamente al estrado, con Xi Jinping en cabeza, y se alinearon respetando un estricto orden jerárquico en torno al líder. Era la presentación ante el mundo del nuevo Comité Permanente del Politburó, el núcleo del poder del Partido Comunista chino. Su posición era una pista de su relevancia. En cuarto lugar, por detrás de Xi, y de los futuros primer ministro y presidente de la Asamblea Popular (el Parlamento), estaba Wang Huning, un tipo delgado, de rostro imperturbable, pelo teñido de negro azabache, y aspecto de profesor: el zar ideológico de China.
Wang, de 69 años, se encuentra detrás de muchas de las teorías y eslóganes que nutren el sistema actual. Es uno de los hombres de confianza de Xi; encabeza la Conferencia Consultiva, el máximo órgano asesor; y algunos le llaman el “Kissinger chino”. A finales de los ochenta, viajó durante seis meses por Estados Unidos. Recopiló sus experiencias en un libro publicado en 1991 en el que reflexionaba sobre las brechas en la primera potencia del mundo. Su título tenía tintes proféticos de la divisiva era actual: América contra América.
El volumen, descatalogado desde hace años, disecciona las contradicciones y grietas de la sociedad estadounidense. Y llegó a convertirse en un verdadero fenómeno en China en 2021, tras el asalto al Capitolio protagonizado por una turba que buscaba mantener a Donald Trump en el poder. Recoge la visión de un joven politólogo de un país marxista-leninista recién aterrizado en el mundo capitalista. Y contiene pistas interesantes sobre la percepción del liderazgo chino actual sobre EE UU.
Wang, que fue el profesor asociado más joven del departamento de Ciencia Política de la prestigiosa Universidad de Fudan, en Shanghái, tenía 33 años cuando llegó a EE UU. Corrían tiempos de apertura e intercambio. Él formaba parte de una delegación de la Sociedad China de Ciencia Política; y fueron los colegas de la Asociación Estadounidense de Ciencia Política quienes organizaron el viaje.
Llegaba el ocaso de la Guerra Fría. EE UU era la potencia indiscutible. Se acercaba el presunto “fin de la historia” de Francis Fukuyama. Bush padre estaba a punto de ganar las elecciones. Occidente y el capitalismo se encontraban en su apogeo. Wang tomó el país como su objeto de estudio. Quiso desentrañar el “fenómeno americano”, y se aproximó “más como un observador que como un investigador”, explica en las primeras páginas. El título, escribe, hace referencia a “las fuerzas positivas” y “negativas” que conviven en el país. Pretende superar la visión idealizada del “paraíso de riqueza” y también la descripción ominosa de la “dictadura de la burguesía”.
Visita Chinatown, universidades, fábricas y plantaciones, la sede de Coca-Cola, analiza los lobbies y las dinámicas de los grupos de poder económico; queda fascinado por la penetración del teléfono, los coches, las tarjetas de crédito y los ordenadores en la vida cotidiana; describe los estragos de la droga, reflexiona sobre la revolución sexual y el choque del movimiento feminista con los valores tradicionales; observa la campaña de Bush y los debates electorales; cruza barrios repletos de prostitutas y plazas con personas sin hogar, se interroga por el origen del “espíritu americano”; entra en museos, atraviesa pueblos diminutos de Ohio, se entrevista con decenas de personas de todo tipo, de granjeros a políticos.
Capítulo a capítulo, el autor trenza sus observaciones con interrogantes, y siempre está su país como telón de fondo. Se intuye ya la pulsión china por llegar a ser una potencia determinante: “El éxito económico y el progreso tecnológico logrados por Estados Unidos en este siglo están a la vista de todos, y ningún país del mundo actual los ha superado todavía”, escribe. “¿Cómo lograr la modernización económica de China? La cuestión fundamental es si el proceso de modernización económica puede completarse bajo propiedad pública”.
El “sueño chino”
No es extraño que Wang, varias décadas después, fuera responsable del concepto del “Sueño Chino”, un eslogan que recuerda al American Dream, y repetido por Xi en sus primeros años de mandato.
En el viaje, atisba también algunas de las fallas que asomarán en el futuro. Se fija en cómo Estados Unidos está inundado de manufacturas extranjeras (el preludio del desequilibrio de balanza comercial que está detrás de la guerra comercial de Trump); se fija en la deslocalización de fábricas y advierte del impacto del cierre de las factorías en la industria y el desempleo: “Las dos fuerzas de libre comercio y proteccionismo siempre se han enfrentado”, afirma.
Al comparar Estados Unidos ―que considera en declive― con Japón ―entonces una potencia oriental en auge― esboza ideas clave para comprender el actual modelo chino: “El sistema estadounidense, basado generalmente en el individualismo, el hedonismo y la democracia, está perdiendo claramente frente a un sistema de colectivismo, desinterés personal y autoritarismo”.
Ren Xiao, que fue alumno de Wang en Fudan y hoy es catedrático del Instituto de Estudios Internacionales en la misma Universidad, cree que el título del libro fue un acierto. Refleja “las contradicciones internas profundas” estadounidenses, cuenta por teléfono. “Muchos años después”, añade refiriéndose al asalto al Capitolio, se pudo ver ese choque entre dos Américas. “Esto habla de su visión de largo plazo”.
Wang, añade el antiguo alumno, destacaba por ser joven, muy trabajador, y por su sólida formación. Fue su tutor de tesis y, en el posgrado, impartía una asignatura de lecturas de textos clásicos del pensamiento político occidental. Estudiaban desde los antiguos griegos a autores modernos como Montesquieu, Locke y Rousseau. Les pedía que trajeran leída una obra por semana. A menudo no les daba tiempo. “Nos aportó muchísimo”.
El profesor pronto se ganó la atención del Gobierno chino como defensor del neoautoritarismo, una corriente política considerada “precursora del modelo capitalista dirigido por el Estado en boga bajo Xi Jinping”, explicaban los analistas de Trivium China en un boletín dedicado a Wang Huning.
Labró su carrera dentro de la Oficina Central de Investigación Política, un think tank del Partido que dirigió durante casi dos décadas. Y ha sido asesor de los tres últimos líderes de China: Jiang Zemin y Hu Jintao, además de Xi, con quien su protagonismo se ha disparado.
En 2017 fue elegido por primera vez miembro del Comité Permanente del Politburó (entonces como número 5) y se le puso al frente de la maquinaria de propaganda e ideología. Hoy, además de presidir la Conferencia Consultiva, se encarga de los asuntos de Taiwán y la cuestión religiosa, dos de los grandes quebraderos de cabeza del país.
Su mente ha estado detrás de iniciativas como la Nueva Ruta de la Seda (el megaprograma de inversiones e infraestructuras con el que China busca extender su influencia global) y el “Pensamiento de Xi Jinping sobre el Socialismo con Características Chinas para una Nueva Era”, la ideología oficial del presidente, inscrita en la Constitución junto a las teorías de Mao Zedong, según el diario hongkonés South China Morning Post.
En su viaje por Estados Unidos ya intuyó las dudas y zozobras que asolarían al país norteamericano frente al auge de una nueva potencia: “Será entonces cuando los estadounidenses reflexionarán de verdad sobre su política, su economía y su cultura”.