Dice una teoría científica que todo caos alumbra una estrella y, al observar a los cinco piezas que compadrean con sus chatos, manzanillas y cervezas, se certifica que la ciencia siempre guarda saberes ciertos y comprobables. Los cinco son Kiko Veneno, Muchachito, Tomasito, El Canijo de Jerez y Diego, El Ratón, estos dos últimos pertenecientes al grupo Los Delinqüentes. Es miércoles por la noche y están sentados en torno a una gran mesa de madera del tabanco La Pandilla, una de las tabernas más célebres de Jerez de la Frontera, enclavada dentro de un casco de bodega con andana de botas y vino a granel. “¡Antes de que alguien se nos anticipe nos hemos juntado para grabar un tributo a nosotros mismos!”, exclama Kiko Veneno entre risas. “Bueno, también hay que decir que G-5 no se ha reunido porque nunca se ha separado”, apunta Muchachito, con los ojos chisposos de alegría. “Somos lo que se dice un grupo fantasma”, sentencia.
Sea como fuere, este grupo fantasma ha vuelto a aparecer de la nada, después de la breve pero intensa vida de la que gozó en 2006 cuando sus cinco integrantes grabaron Tucaratupapi, un álbum repleto de sonidos bastardos que los llevó a girar por España y México con el nombre de G-5, una de las pocas superbandas que se han dado en la música española al tratarse de la unión de cinco cantantes y compositores de primer nivel en los sonidos callejeros. Cinco músicos rumberos y flamencos cuyos principales vehículos de unión siempre fueron la música y la risa y, como rezaría otra fórmula matemática, en la que el orden de los factores en el caso de ellos no alteraría al producto, es decir, a este supergrupo, que, como dice Muchachito, es más bien una conjunción de “superamigos”. Por tanto, música y risa —o risa y música— han vuelto a ser los motores de inyección para que los integrantes de G-5 publiquen este verano un nuevo disco titulado El que quiera dormir que se compre una colchoneta (El Volcán). “Es toda una declaración de intenciones”, dice Muchachito. “Porque la filosofía de esta banda es la siguiente: si tienes un problema, no vengas a rayar a nadie. Por ejemplo, si tienes sueño, te compras una colchoneta y te tiras en ella y dejas a todos en paz”.

Esta noche, en el interior del tabanco jerezano nadie tiene sueño. Los cigarros y los vasos corren de un lado para otro. También las palmas, más cuando quien las inicia es Tomasito, experto palmero y bailaor. “Imagínate lo que es volver a ver a estos”, confiesa. “Nosotros no tenemos ningún problema en quedar y vernos, pero ya es más difícil ponernos a trabajar”, añade. Si el nuevo disco ha llegado, ha sido posible a un primer encuentro que reactivó a los cinco. En 2016 alquilaron una casa en la playa de Bolonia (Cádiz) para gastarse el dinero sobrante de la primera gira. “Unos 1.500 euros más o menos, lo que viene siendo una buena comida”, apunta El Canijo de Jerez con una sonrisa. De ahí salieron tres canciones y pensaron en grabarlas en el futuro, como si diera pie a un posible regreso, o, visto de otra forma posible en la visión de Muchachito, como si fuera la continuación de una banda que nunca se había disuelto. Pero, como todo en G-5, la cosa surgió sin ningún plan ni estrategia y todos fueron a su aire rumbero. “No había prisa”, explica Diego, El Ratón. “Menos mal que tenemos al Lele, que nos empujó un poco al volver a vernos en Chiclana en casa de Luis Pelayo, hermano del productor Josema Pelayo”.

El Lele es el hombre en la sombra, especie de mánager de esta superformación y amigo de los cinco. En palabras de Tomasito: “El que hace todo lo que no hacemos los demás”. De hecho, todos dicen que El Lele también ha sido clave en el estudio de grabación porque es el que “cocina”. Es decir, la olla, cargada de guisos y con sus mil olores, fue marcando los tiempos dentro del estudio, como un oráculo al que atender en todo momento. “Cuando la olla empezaba a funcionar y estaba lista, parábamos la grabación”, asegura Muchachito, quien reconoce que “todos los jamones y quesos que sobraban cada tarde quedaban guardados para el siguiente día de grabación” porque en la banda “no se tira nada” y “se disfruta todo”.
Como ya sucedió con Tucaratupapi, un álbum que sorprendió a muchos por su alegría desenfadada y contagiosa, el disco El que quiera dormir que se compre una colchoneta se recrea en todo tipo de sonidos barriales: rumba catalana, flamenco, swing gitano, blues, rock… “Somos un grupo muy acústico, pero muy rítmico”, explica Muchachito. “Cuando estamos en el estudio, esto es como una coreografía de peleas en las películas: en la que, si uno se mueve, se lleva una bofetada y el otro cae. Está todo coordinado”, añade con gracia. La coordinación, por tanto, sale natural y dentro de un caos controlado, tanto es así que la primera canción del nuevo álbum, titulada ‘Querido Javier’, es una especie de carta de los cinco a Javier Liñán, al frente del sello discográfico que edita el disco, en la que dicen que “está todo controlado”, pero que mande 2.500 euros y, ya de paso, escuche cómo está sonando “esto”, es decir, una obra de 11 canciones en la que se desprende un espíritu guasón, fiestero, fresco y rumbero. “Cuando nos juntamos nunca sabemos lo que va a salir. Lo nuestro es como cocinar: te pones y vas viendo”, confiesa Muchachito, quien añade: “Cuando decimos en una letra que se mojó el papel, es literal. Es porque mientras componíamos se nos cayó el vino en la hoja de papel”. Y Tomasito, con su mirada siempre traviesa, apunta: “Esto no es Bob Dylan. Más bien es todo lo contrario”.

Quizá no tengan mucho que ver con Bob Dylan, pero los cinco se presentan como forajidos. Como cinco presidiarios que huyen de un penal dispuestos a buscarse la vida. Tal y como se ha podido ver en el videoclip del primer adelanto, la canción ‘Vaya sarao’, estos pícaros se lo montan de miedo con su espíritu jubiloso e intentan transmitir a los oyentes esa idea disfrutona de la existencia. Y, de hecho, se presentan de esta guisa en el tabanco de Jerez de la Frontera: vestidos de presos. “La verdad es que no sabemos cuál es nuestro objetivo”, confiesa El Canijo de Jerez. “¡Todo nos da igual!”, suelta Tomasito. “Todo, menos la risa. Porque nos hartamos de reír”, añade Diego, El Ratón.

Avanzada la noche, el calor es menos pegajoso en Jerez de la Frontera, centro de operaciones de Los Delinqüentes, una banda ya clásica en la música popular española. Buena parte del disco se ha grabado en el estudio que El Canijo de Jerez y Diego, El Ratón, como miembros del grupo, tienen en el centro de la ciudad, en una preciosa casa del siglo XVI junto al bar Damajuana, donde hay un acogedor patio presidido por una enorme imagen del cantaor Jesús Méndez y un tabanco con música en directo. Al llegar, todo el mundo saluda a El Canijo y El Ratón, y también a Kiko Veneno, inspiración directa para Los Delinqüentes. Por influencia e impacto artístico, Veneno es el mentor de esta superbanda, que siempre acaba sus conciertos con su ‘Volando voy’. Él se quita toda la importancia, pero es obvio que su presencia es una referencia para todos, tanto que el nivel de cachondeo lo marca él más que el resto, cuando asegura que huyeron en helicóptero después de reunirse la última vez y que lo más importante para G-5 es hablar de “la matemática andaluza”. “Apunta ahí: vamos a intentar explicar la matemática andaluza donde lo más importante es la subdivisión y la retroalimentación, dos conceptos no explicados en la música”, dice con las risas cómplices de todos.

La matemática en esta banda de amigos tiene sus propias reglas. Al día siguiente, los cinco se reúnen en el pequeño local de ensayo. Porque el nuevo disco los ha llevado otra vez a la carretera en una gira de verano por la geografía española, como si fueran piratas lanzándose a la mar dispuestos a hacer crecer la leyenda de sus aventuras. Tras pasar por Fuerteventura y el barcelonés Alma Festival, este mes actuarán en Las Noches del Botánico, en Madrid, el 22; el 25, en el valenciano Far Festival, y en La Mar de Músicas, en Cartagena, el 26. Luego, el 8 de agosto, en Calvià; el 9 de septiembre, en el Vive Latino de Zaragoza; el 19 y el 21, en Las Palmas, y, finalmente, en Jaén, el 18 de octubre.
En el local visten pantalones cortos, camisetas y chanclas y se rodean de cajas de pizza vacías, latas de cerveza en la nevera y chustas de cigarros y porros en los ceniceros. “¡Vamos, Tomás, que nos arrancamos!”, se oye desde el fondo del local. Tomasito está fumando en la sala contigua y responde: “¡No me dejáis vivir, compadres!”. El bailaor entra corriendo y se pone a bailar al ritmo desenfrenado que se marcan los demás. Pareciese que le va a dar un patatús. Imposible quedarse indiferente ante la avalancha rumbera. “Menudo caos hemos liado aquí dentro”, asegura Kiko Veneno. Es cierto. Y si, según la ciencia, todo caos alumbra una estrella, se puede afirmar que, en este caso tan particular e inaudito, alumbra cinco estrellas y estas iluminan con baile y risas.