Las líneas invisibles del socialismo madrileño | España

Las líneas invisibles del socialismo madrileño | España

Hay personas que no se van del todo. Que, aunque el tiempo pase, siguen respirando en las historias que otros cuentan de ellas, en los silencios que dejaron llenos de significado. Pepe Acosta fue —y seguirá siendo— una de esas personas.

Su figura, inconfundible, marcó una época en la Federación Socialista Madrileña (FSM). Para quien no le conociera, podía parecer un corsario inglés, con ese tono gruñón, ese aire altivo y distante. Pero bastaba cruzar unas palabras con él para descubrir a un ser humano de una gran sensibilidad, capaz de emocionarse con un verso de Machado, y de alzarse con vehemencia ante una crónica parlamentaria injusta.

Especialmente si tocaba a uno de los suyos, a uno de esos compañeros con los que compartía batallas y cafés en el hotel Suecia o en el histórico “bar Manolo”, junto el Congreso de los Diputados, ese refugio de tertulia y pensamiento, donde tantas veces intentó hacer reflexionar a sus amigos “los plumillas” que al día siguiente llenaban de tinta los diarios más influyentes desde el comienzo de la Transición, aunque alguno, años más tarde, le dedicara un premio al diputado desconocido.

Pepe no fue ningún desconocido, no fue una figura cualquiera. Fue un luchador con alma. Un referente para muchos, indiferente para nadie. Incluso quienes le combatían políticamente, en lo más profundo, acababan respetando —y admirando— su inteligencia y su capacidad de ver el alma de las cosas.

Siempre prefirió la profundidad al ruido, la reflexión al grito fácil. Y por eso nos enseñó a leer entre líneas, a poner siempre “las luces largas” y a utilizar un lenguaje críptico para cada instante, para invitar a pensar antes de juzgar y a no rendirnos nunca.

En los años difíciles, cuando pensar era casi un acto de valentía, fue uno de los arquitectos del PSOE en la clandestinidad. Estuvo en el Suresnes de Alfonso Guerra y Felipe González y abrió las puertas de Madrid a cientos de compañeros y compañeras que lucharon contra la dictadura, desde el interior, y querían afiliarse discretamente al PSOE.

Ese Madrid rompeolas de todas las Españas que tanto le dolía, y desde el que abrió puerta por puerta cada casa del pueblo, sembrando socialismo con las manos y con el alma, en cada municipio de esta provincia castellana.

Fue secretario de Organización de la Federación Socialista Madrileña del PSOE desde octubre de 1975 a enero de 1978, vicesecretario general desde enero de 1978 a diciembre de 1981 y presidente desde 1981 a 1997. Con la llegada de la democracia y las urnas, celebró las victorias sin vanidad y aprendió de las derrotas sin rencor. Porque para él lo importante no era ganar, sino seguir levantando la bandera de la libertad.

Hoy Pepe nos ha dejado, pero su legado no se irá nunca. Nos deja una forma de vivir el socialismo que no está en los manuales, sino en las entrañas. Una forma de entender este viejo partido como lo que es: una herramienta al servicio de los humildes, sostenida por mujeres y hombres como él, que entregaron su vida a esta noble causa.

“Cuando dudes, piensa en ellos, en los nuestros, a quien representas y haz lo que ellos harían. Así jamás te equivocarás”, explicaba. Hoy recordando su memoria, nos queda su ejemplo, su mirada crítica, su ternura escondida, su voz ronca, su inconformismo eterno. Y esa forma tan suya de recordarnos que no todo tiempo pasado fue mejor, ni peor… solo fue. Y que “cada momento tiene su afán”, en cada época hay que encontrar la forma de luchar, de pensar, de sentir lo que somos, lo que hacemos.

No para estar, no para resistir sino para ser, ser lo que muchos fueron -como él- , ser lo que mañana muchos serán, porque todo es efímero y todos somos prescindibles, excepto el Partido Socialista Obrero Español, su partido, su vida que hoy se ha apagado.

Que la tierra te sea leve, querido compañero, y sin embargo amigo. Hasta siempre, compañero del alma, compañero.

José Cepeda es Profesor de la Universidad Carlos III y actualmente Eurodiputado del PSOE.