Una película repetida, como es costumbre | El cierre de listas fue caótico, pero poco importa para la mayoría agobiada por los problemas económicos

Una película repetida, como es costumbre | El cierre de listas fue caótico, pero poco importa para la mayoría agobiada por los problemas económicos

Por fuera de los interesados directos, el cierre de las listas electorales tiene muy sin cuidado a la mayoría de la población. No podría ser de otra manera, cuando los datos de la economía real andan a las trompadas con los de las planillas que dibuja el Gobierno. Y cuando ninguna candidatura mueve el amperímetro popular.

La medianoche de este domingo fue dramática. El peronismo apenas pudo disimular que está roto. Necesitó una prórroga del plazo para inscribir sus nombres bonaerenses. La ruptura llegó a ser mucho más probable que el rejunte. Recién a las 5 de la mañana se alcanzó una tregua, de la cual se verá cuán sólida es al momento de la campaña.

En el flanco libertarista también quedaron heridos varios, como era de prever desde que La Hermanísima monopolizó la lapicera junto con el armador Sebastián Pareja. El PRO asumió ser ya un mero apéndice violeta, algunos de sus intendentes se fueron con la música a otra parte y hubo una aplastante “derrota” de lo que serían las Fuerzas del Cielo propiamente dichas (???): Caputo Santiago y los bandoleros del Gordo Dan.

No es una buena noticia que haya tal desinterés por quienes confrontarán en las urnas. No lo es por la salud democrática, si queremos ponerlo en términos prácticamente escolares. Y sobre todo, no lo es porque, cuando se enseñorea la indiferencia política, ganan los que se aprovechan de ella para seguir jodiendo a “la gente”. De hecho, el creciente abstencionismo electoral se da entre los que más jodidos están. Los pobres, las clases bajas y medio-bajas, se retiran de ir a votar. ¿Cuánta sapiencia analítica hace falta para darse cuenta de a quiénes beneficia esa constatación indesmentible?

Tampoco es refutable, sea que se lo mire en la macro o en la micro-economía, que el Gobierno o, en rigor, el modelo, está sentado sobre una bomba de tiempo. Lo que sí se presta a debate es la cuestión subjetiva. No son lo mismo el conjunto de informaciones y síntomas mostrados por el escenario… y lo que una mayoría o minoría preponderante estaría dispuesta a creer.

Si se lo aprecia en signos como cheques rebotados y morosidad en tarjetas de crédito, bicicleteando deudas para llegar a fin de mes, los números de incremento son los que son. Hablamos de (algunos de los) datos que comandan la realidad de la clase media, en general ocultados por una agenda mediática concentrada en putear a kukas.

El relevamiento del Instituto de Estadísticas y Tendencias Sociales y Económicas (IETSE), consignado por el artículo de Agustín Gulman en Página/12 del viernes, da cuenta de los millones de hogares acogotados por el tarjeteo, las billeteras virtuales, entidades financieras y prestamistas. Los consumidores se endeudan, principalmente, para pagar comida. El rubro Alimentos concentra el 58 por ciento de las deudas con la tarjeta. Así, como señalan los testimonios recogidos, se aprende a convivir con la angustia y el estrés.

Si se opta por refugiarse en la macro, o en los indicadores que están fuera del interés popular, el déficit de cuenta corriente en dólares pinta terrorífico (US$ 8 mil millones en el tercer trimestre). Y debiera bastar con las tasas de interés estratosféricas, nuevamente récord mundial, que impulsan los Messi de las finanzas. Por si fuera poco, con serios encontronazos entre ellos. La data es abundante y creciente desde el estrépito de la Operación Fantino. No involucra solamente a Caputo Toto.

Los propios medios del establishment informan sobre internas gubernamentales que exceden, largamente, a las más conocidas. Episodios como los de la guerra desatada contra la Generala Villarruel sirven para quitarle atención al tembladeral que acontece entre Economía y Banco Central. Toda fuente creíble allega relatos de choques serios, muy serios, en esas áreas. Amenazas de renuncias, acusaciones destempladas, etcéteras. Nada que la memoria no enseñe cuando se trata de timberos puestos como funcionarios.

La película más reciente y parecida a lo que estamos viviendo es la de mediados del menemato. Lo refleja, en alguna medida, la miniserie dedicada a su trayectoria.

Sucedía, en aquél tiempo, la inconsciencia acerca de que no veíamos un film. Se miraba una foto. La del dólar barato, inflación a la baja, fiesta de importaciones y viajes al exterior, desguace del Estado. Crecimiento del desempleo. Y una displicencia casi absoluta respecto de lo estructuralmente inviable del modelo, sostenido en la fantasía de estar a la par con la divisa del entonces Imperio.

Esa misma atonía popular se daba en torno a los negociados de los Menem, que en la semana volvieron a relativo primer plano porque una empresa familiar de Martín, presidente de la Cámara de Diputados, se quedó con un negocio formidable para darle seguridad al Banco Nación. Desde allí se tironeó y descubrió que hay otras varias andanzas del clan. El de ahora, no el de los ’90 si acaso quisiera diferenciárselos. Son esos aspectos que, cuando las cosas van o parecen derechas, pasan de largo. Cuando se tuercen, suelen implicar que las facturas llegan todas juntas.

Carlos Menem era un político de raza. Repelente, traidor de los mejores ideales distributivos del peronismo, indultador de genocidas, colonialista. Vale recordarlo porque el retrato vigente puede sugerir la impresión de anteponer su imagen carismática. Su talante de pícaro, con una ambición de poder descomunal que le permitió sobreponerse a trágicas circunstancias personales.

El Presidente actual, muy por el contrario, tiene la única raza de un mesianismo infantiloide. Su equilibrio emocional ofrece dudas inmensas. Su capacidad de construcción política no existe al margen de quien denomina El Jefe, y de los esfuerzos de amigos del campeón.

Lo unificador de ambos, siendo tan diferentes y hasta distintos en sus orígenes y desarrollo político, es la concepción económica encarnada. Justicia social, patriotismo, soberanía, enfrentamiento con los poderosos siquiera para nivelar un poco las cargas, son figuras que jamás tuvieron protagonismo en sus diccionarios.

Menem, en apreciación muy benevolente, tendría la salvedad de haber atravesado una etapa fukuyamesca de fin de las ideologías. De Estados Unidos como único diktat posible. De provecho inversor gracias a un mundo unipolar.

Jamoncito, bien en cambio, va a contramano de las tendencias epocales. Washington no es un actor de reparto ni mucho menos desde su complejo industrial-militar, pero ya con mucho más de lo segundo que de lo primero. El universo productivo y tecnológico, con China a cabeza indiscutible, se divide en bloques que disputan terreno. El capital financierizado ya no se siente atraído por uno de los culos del mundo, ni con RIGI mediante. Al revés: las características individuales del personaje que gobierna Argentina, antes o después que la inestabilidad del programa económico, despierta profundas sospechas en –por ponerle un nombre icónico– Wall Street.

Una nota de Jorge Wozniak, tan sencilla como documentada y contundente, en la revista Tektónicos, explica que el desplazamiento de Estados Unidos de su papel internacional no es, sólo, el reemplazo de una potencia por otra. Es, tal vez, el fin de la hegemonía de Occidente en muchos ámbitos. Muchos más de los que Samuel Huntington vislumbró cuando el mundo era unipolar, en su vaticinio de que habría una serie de conflictos, de base cultural y religiosa, caracterizable como “choque de civilizaciones”.

Desde ya, estos asuntos quedan lejísimos de las inquietudes mayoritarias. Se justifica en lo cotidiano de parar la olla. Y se comprende a partir de que el vértigo enloquecido, la instantaneidad, la premura por lo inmediato, se llevan todo puesto. Esa es la victoria, esperemos que temporal, del neoliberalismo: haber conquistado la subjetividad de las almas.

En el caso político de los argentinos: el apoyo de Trump a Milei le serviría a éste para llegar más o menos firme a septiembre y octubre. Y luego podrá profundizar su carácter de topo que vino a destruir a “un Estado que no tiene por qué cuidar a los niños”, según dijo la ministra Sandra Petovello (de cuya existencia no se tenían noticias tras haberse revelado que encanutó toneladas de alimentos). Coherencia a full con el ataque libertarista contra el Garrahan, que despierta cierto asombro del universo médico y científico internacional al tratarse de un centro de excelencia justamente mundial.

Después pasa aquello de registrar, siempre tarde, que en vez de la película estábamos viendo una foto. Por suerte, o como desee llamársele, si algo no falta en este país son las minorías intensas que sí lo advierten. Sirven para resistir, y habrá de verse si para edificar también.