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En las primeras horas de la mañana, 15 mujeres —embarazadas, madres recientes y otras en edad fértil— se atienden en el Centro de Enfermedad de Chagas y Patología Regional de Santiago del Estero. Se trata de una institución colaboradora de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS), ubicada en el centro-norte de Argentina, a unos 1.000 kilómetros de Buenos Aires. “Por mes atendemos entre 300 y 350 personas”, dice Nora López, enfermera y también paciente: lleva 18 años conviviendo con el chagas, una infección potencialmente mortal. Aún toma antiarrítmicos y hace chequeos periódicos porque la enfermedad no se le fue del todo. A sus 63 años, brinda a las dolientes su compromiso diario con la vocación y con ella misma. “Siempre les explico que tengo chagas, y que se puede hacer una vida normal, pero con tratamientos y cuanto antes se detecte, mejor”, cuenta.
Santiago del Estero es una de las provincias argentinas históricamente más afectadas por el Trypanosoma cruzi (el parásito que causa esta enfermedad), debido a su clima y extensa ruralidad, que favorecen la presencia del insecto vector. El mal se adquiere por el contacto con las heces u orina de las vinchucas (un tipo de chinche) presentes en los países endémicos —todos en Latinoamérica—, pero las personas que se infectan pueden estar asintomáticas durante años.
Desde 2007, Argentina cuenta con una ley nacional que declara de interés prioritario la prevención y el control del chagas. En ese marco, el Programa de Chagas de Santiago del Estero lleva más de 20 años trabajando para reducir la transmisión y logró bajar la prevalencia de la infección del 30% al 4,5% de la población. “En las maternidades públicas, el chagas congénito –el que se transmite de madre a hijo—está controlado en un 85%”, explica Sandra Seu, infectóloga y directora de Vectores del Ministerio de Salud provincial. Mientras Santiago del Estero muestra avances sostenidos, a nivel nacional los datos son fluctuantes: según el Boletín Epidemiológico de febrero de 2025, los casos en recién nacidos aumentaron en 2021 y 2022, alcanzaron su pico en 2022, y bajaron levemente en 2023.
El chagas es una enfermedad silenciosa, considerada endémica y desatendida, que puede permanecer años sin dar señales y, de pronto, atacar el corazón o el sistema digestivo. El Trypanosoma cruzi puede transmitirse de varias formas: de madre a hijo durante el embarazo, por transfusiones de sangre o a través de la forma más corriente: la picadura de un insecto que se llama popularmente vinchuca en Argentina y Bolivia; barbeiro en Brasil, y chinche picuda en Centroamérica. Se esconden en techos y paredes de casas precarias, de adobe, en áreas rurales y también en algunas regiones urbanas. “De las personas infectadas, solo un 30% desarrolla la enfermedad”, explica Mariana Sanmartino, investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) e integrante del grupo ¿De qué hablamos cuando hablamos de Chagas? La especialista subraya que “es fundamental atender aspectos socioculturales, la estigmatización y el miedo que muchas veces conlleva el diagnóstico positivo, independientemente de la evolución de la enfermedad”.
“Detectar la infección a tiempo es fundamental”
Según la OPS, entre 6 y 7 millones de personas están infectadas con Trypanosoma cruzi en el mundo, la mayoría en América Latina, y cada año hay más de 9.000 casos de recién nacidos con la infección por transmisión materno-infantil. Desde 2017, la organización impulsa la estrategia ETMI PLUS (Eliminación de la Transmisión MaternoInfantil de VIH, Hepatitis B y Enfermedad de Chagas) para cortar esta vía de transmisión y lograr que más del 90% de las gestantes sean testeadas y los niños positivos reciban tratamiento. “Queremos que la próxima generación esté libre no solo de VIH y sífilis, sino también de chagas y hepatitis B”, sostuvo Marcos Espinal, director de Enfermedades Transmisibles de la OPS en el lanzamiento regional de la estrategia.
El cuidado de las mujeres embarazadas con chagas es crucial por una razón: en recién nacidos la cura es del 100%, gracias a un medicamento dosificado según su peso. “Detectar la infección a tiempo es fundamental”, explica Andrea Marchiol, gerente de proyectos y acceso al chagas en la Iniciativa Medicamentos para Enfermedades Olvidadas (DNDI), una organización que trabaja en investigación, desarrollo y sostenibilidad junto a instituciones de la salud. “Hoy, en América Latina, la transmisión materno infantil es de un 5%, en promedio”, señala. Pero el diagnóstico aún enfrenta barreras. “Requiere dos pruebas y laboratorios equipados que, muchas veces, no están en los puestos sanitarios”. Algunos países, como Colombia, ya avanzaron en incorporar pruebas más rápidas que permiten el diagnóstico en centros de salud primaria. Además, cuentan con otro factor decisivo: políticas públicas sostenidas en el tiempo.

Colombia, cinco vectores y un mismo desafío
A diferencia de Argentina y otros países del Cono Sur, en Colombia son diversas las especies que actúan como vectores y, por lo tanto, el panorama es más complejo. “La política internacional estuvo orientada desde la experiencia del Cono Sur”, afirma Mauricio Vera, coordinador del Programa Nacional de Enfermedad de Chagas en Colombia. “Pero aquí el reto no es un vector, son cinco, por la variedad de ecosistemas que están presentes en el país y que son propios del trópico, lo cual también favorece la transmisión oral”. Por ejemplo, el mal puede transmitirse por la ingesta de alimentos o bebidas contaminadas.
Desde 2018, “el país reforzó los lineamientos operativos mediante resoluciones oficiales que incluyeron una Ruta Integral de Atención en Salud para la población materno perinatal”, afirma el también coordinador del Programa de Gestión Integral de Enfermedades Endemo-epidémicas del Ministerio de Salud. En sintonía con los marcos internacionales, el país sostiene una batalla persistente contra la enfermedad. Según explica, ya han implementado el control preventivo de gestantes en 595 municipios con condiciones de riesgo y se ha aumentado progresivamente la realización de pruebas a gestantes del 4,3% de 2019 al 42,5% de 2024. “Los logros en la reducción se alcanzaron porque se escalonaron objetivos, no existen soluciones de corto plazo”, acota Vera.
Para alcanzar las metas, la colaboración con organizaciones como DNDI fue fundamental. Junto al Ministerio de Salud, realizaron pruebas piloto y test rápidos en departamentos endémicos como Boyacá, Arauca, Santander y Casanare. “Gracias a esto, se aumentó la capacidad de diagnóstico e incrementó en un 80% el inicio de tratamientos“, explica Marchiol.
No tratar a tiempo la enfermedad de chagas puede significar cargarla toda la vida. Así les pasó a las hermanas Gloria, María Antonia y Custodia Yate, quienes no saben cuándo se infectaron. Todas ellas tienen más de 65 años y son oriundas de Tolima, un departamento del centro de Colombia, donde crecieron en una casa de palma y barro. “De ocho hermanos, cinco tenemos chagas”, cuenta Gloria en una videollamada. Hasta hoy, sufren malestares gástricos y, por negligencias médicas y falta de seguimiento, viven en constante incertidumbre. “Yo tengo arritmias cardíacas. De repente una está divinamente y luego el corazón le palpita fuerte”, agrega María Antonia.
Las hermanas Yate, que actualmente viven en Bogotá, son parte de una realidad que atraviesa a Colombia y Argentina: los movimientos migratorios internos amplían la necesidad de detección y cuidado frente al chagas. “El mayor generador de nuevos casos, ya no es tanto lo vectorial, sino el congénito”, explica la infectóloga argentina Seu. Expertos de ambos países coinciden en otro punto: “la sostenibilidad de políticas públicas es clave”, subraya Vera. “Si se corta la continuidad política y financiera, como ha ocurrido en el último año en Argentina, todo lo ganado podría perderse”, advierte Seu.