Cuba esperó casi 27 años desde el llamado Maleconazo para producir imágenes de su pueblo tomando las calles. En 1994, el país era muy parecido al de hoy: con largas horas de apagones, escasez de alimentos y una furia incontrolable de su gente por largarse a otro lugar. Cuando el 11 de julio de 2021 cientos de personas salieron en una manifestación masiva, la isla estaba igual de ahogada económicamente, pero ya no era la misma: había Internet (del que se le había privado por décadas) y no estaba la figura atemorizante de Fidel Castro, sino el gobernante Miguel Díaz-Canel, a quien le tiraron botellas plásticas cuando se personó a detener la insurrección. “El 11 de julio fueron más de 90 maleconazos simultáneos”, dirá la académica e investigadora cubana Cecilia Bobes, Doctora en Sociología y profesora de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), en México. La protesta de julio, que acaba de cumplir su cuarto aniversario, cambió Cuba como pocos acontecimientos lo han hecho en los últimos tiempos.
Bobes se ha dedicado a sistematizar y pensar la protesta cubana en toda su dimensión, un análisis plasmado en el volumen Protestas en Cuba. Más allá del 11 de julio (FLACSO México, 2024), que condensa el estallido que arrancó en el municipio San Antonio de los Baños, al suroeste de La Habana, y que en unas pocas horas se había replicado en casi todo el territorio nacional.
La académica llevaba tiempo estudiando “nuevos actores sociales” en Cuba y temas de ciudadanía y sociedad civil, un término que llegó a la isla en los años noventa. “A partir del Periodo Especial y las reformas que se hicieron, sobre todo económicas, comienza la discusión sobre la sociedad civil, porque aparecen por primera vez zonas de autonomía en esa sociedad que había estado muy apegada al Estado”, dice. Sin embargo, Bobes asegura que el término de sociedad civil “horrorizó” al gobierno. “Porque empezaron a visualizarse al interior de la sociedad cubana sujetos que no son políticamente disidentes, pero que quieren ser autónomos en términos de sociedad, que se distinguen del Estado, como los feminismos o los afrodescendientes”.
Aun así, la investigadora considera que hasta el 11 de julio de 2021 no hubo protestas masivas en Cuba, sino “acciones contenciosas”. Un año antes tuvo lugar, entre otros, la huelga del Movimiento San Isidro, que acaparó titulares de todo el mundo, o el plantón de artistas e intelectuales frente al Ministerio de Cultura, en reclamo de sus libertades creativas e individuales. Estos hechos fueron sedimentando el terreno para una protesta mayor. Con una pandemia que terminó de colapsar los hospitales y cerró las puertas al turismo, y un país asfixiado por la política de la primera administración de Donald Trump, la gente no se contuvo y tomó las calles del país gritando “Hambre”, “Medicinas” o “Abajo la dictadura”. A pesar de que el gobierno se encargó de atajarla con largas y ejemplarizantes condenas a los participantes, y aunque luego vino el éxodo más largo de la historia del país, la protesta del 11 de julio abrió a los cubanos un nuevo horizonte ante el hartazgo: la posibilidad, aunque reprimida, de protestar.
Pregunta. Se dice que el antecedente del 11 de julio es el Maleconazo, del que en agosto harán 31 años. ¿Pero cuán similares y diferentes son una y otra protesta?
Respuesta. Ambas son el mismo tipo de protesta, la calle tomada por una masa popular en un contexto semejante: la crisis económica, el deseo de muchos de salir del país, la represión, la presión del exilio. Nada de eso ha cambiado. Pero la diferencia fundamental es que el Maleconazo fue una protesta que duró unas pocas horas, en unas pocas calles de La Habana. Incluso hubo gente de la capital que no se enteró hasta después de que había pasado. A diferencia del 11 de julio, el Maleconazo fue una protesta rápidamente controlada con dos elementos: el contingente Blas Roca, gente vestida de civil que empiezan a dar palos, y la presencia de Fidel Castro en el lugar. Todavía en ese tiempo había un discurso de soberanía y resistencia que movilizaba a las personas. El 11 de julio fue una protesta que empezó en San Antonio de los Baños, y en el curso de dos horas ya Cuba entera estaba en la calle.
P. Y la razón es Internet…
R. En Internet las personas pueden comunicar no solo información, sino estados de ánimo. Internet también le da la posibilidad a la gente de saber que no está sola, que hay muchos que piensan igual. Es un medio de movilización, de convocatoria. En un país como Cuba, donde no existe un canal oficial para convocar, el Internet funciona como una vía a través de la cual la gente se puede avisar. Internet acerca comunidades distantes que jamás se verían si no es a través de las redes. El 11 de julio, la gente, con un teléfono, replicó la protesta.
P. Esos mismos videos posteados en redes sociales fueron de los que echó mano el gobierno para condenar a los manifestantes.
R. Sí. Después de la protesta, [el gobierno] usó los videos para identificarlos e irlos a buscar a su casa, uno a uno. En todas las protestas en el mundo, incluidos los estallidos latinoamericanos, la represión ha sido en la manifestación: te agarran allí. Cuando detienen a la gente después, nadie se enteró de a quién agarraron y esa protesta ya está disuelta. No se genera ese efecto que permite a la gente reaccionar en el momento contra la represión; aunque el 11 de julio sí hubo algunos arrestos durante las manifestaciones.
P. Luego el Gobierno impuso condenas de hasta 20 años de prisión. ¿La gente ha seguido protestando a pesar de la represión?
R. En 2022 hubo más protestas que en 2021, aunque no fueron simultáneas como la del 11 de julio, que fue un estallido nacional. Ya desde junio de ese año empezaron protestas en el municipio de Nuevitas, en Camagüey, que configuraron una oleada de 68 eventos, y unas 70 en octubre y noviembre, tras los daños causados por el huracán Ian. En 2023 hubo menos, pero en 2024 volvieron a aumentar, y en marzo tuvo lugar un “mini estallido” en el oriente de Cuba. También hay madres que protestan, gente que cierra una calle porque no hay agua o electricidad. Se han seguido produciendo protestas, hasta llegar a la última, la reacción por el tarifazo de la Empresa de Telecomunicaciones (ETECSA), que es una protesta muy importante. Lo que pasa es que el agravio no se ha resuelto. Hay juicios ejemplarizantes y la gente tiene miedo. Si no tuvieran miedo, estarían en la calle todo el día, porque las condiciones en las que están viviendo son muy graves. Pero el disgusto y el malestar que había en julio de 2021 ha ido en aumento, a la par de la profundización de la crisis.
Después del 11 de julio, la economía ha ido a peor. La situación del sistema eléctrico, del agua, la basura, la salud… es una crisis que abarca todos los servicios y las necesidades básicas de las personas. Pero si antes la opción de la protesta no estaba en lo que yo llamo el “horizonte de acciones posibles” de las personas, después del 11 de julio la protesta se convirtió en parte del repertorio, al menos como posibilidad. No es algo organizado, no existe un grupo que pueda convocar y movilizar ese disgusto, pero la gente está molesta y protesta espontáneamente. Por su parte, el gobierno también sabe que ahora tiene que enfrentar a una sociedad que ya no aguanta todo.
P. Y eso se vio, como decía, en la reacción a la subida de precios de Internet. ¿Cuán significativo es que esa protesta se haya dado dentro de la universidad cubana?
R. Es la protesta más importante que ha habido después del 11 de julio. Es una protesta que se produce en los espacios controlados por el poder. No se produce en los márgenes ni fuera de los canales del mundo oficial, ni en eso que llamamos zonas de autonomía, sino en las propias estructuras del sistema, al interior de una organización que tiene representación en el Consejo de Estado. No llevó a la gente a la calle, pero las acciones contenciosas no son solo acciones donde la gente está en la calle. Lo que es muy interesante es que hubo comunicados y asambleas universitarias, al interior de la universidad, que protestaron contra una medida del gobierno. Y esa protesta, discursivamente, es relevante. Los estudiantes decían que no estaban hablando solo por ellos, que no querían privilegios, sino que hablaban por el pueblo de Cuba. Incluso llegaron a convocar un paro estudiantil y pidieron la renuncia del presidente de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU). Eso es protestar. Ninguna de estas protestas ha satisfecho sus demandas, pero su éxito no está ahí, sino en que la protesta misma se convierta en una de las acciones posibles frente al disgusto.
P. Los demógrafos marcan el año 2021 como la fecha en que inicia el éxodo más grande de la historia reciente cubana, el mismo año de la protesta del 11 de julio. ¿Se trató de una estrategia del gobierno?
R. En el imaginario cubano irse siempre ha sido una constante. Y el gobierno, ante una crisis de legitimidad o una fractura visible del consenso, siempre busca la manera de abrir la migración. Eso pasó en 1965, cuando el éxodo de Boca de Camarioca; en 1980, cuando El Mariel, y en 1994, con la Crisis de los Balseros. Dos meses después del 11 de julio, el gobierno cubano firmó un acuerdo con Nicaragua de exención de visas, y abrió esa puerta. Fue una estrategia. Lo interesante es que, a pesar de ser el éxodo más grande, si bien han bajado las protestas de los intelectuales (algunos de los cuales se han ido), han aumentado las protestas populares. No hay liderazgo, la gente se convoca sola.
P. ¿Habrá que esperar casi 30 años para que el cubano vuelva masivamente a tomar todas las calles del país?
R. Las protestas espontáneas como las del 11 de julio son muy difíciles de predecir. El gobierno aprendió y ejerce una represión selectiva y preventiva. Hay mayor vigilancia policial, hay represión, hay juicios ejemplarizantes. Pero creo que ahora la gente tiene menos miedo que antes del 11 de julio, porque cada vez tienen menos que perder. La sociedad cubana no es la misma, es una sociedad que ha cambiado en muchos sentidos, especialmente en el modo en que se relaciona con sus gobernantes, a quienes ve como servidores públicos, personas que tienen una responsabilidad, y la gente se los demanda.