La atención de los argentinos está puesta desde hace semanas en Constitución. En ese barrio de clase media y media baja, en la calle San José 1111, hay un edificio de estilo francés que desde el martes 17 de junio pasado es la prisión de la Cristina Kirchner. La expresidenta agotó todos sus recursos legales y no tuvo otra opción que cumplir con una condena a seis años de cárcel por corrupción. La vigilia de móviles de televisión, fotógrafos y militantes que esperan que la expresidenta salude desde su balcón del segundo piso alteró la idiosincrasia del barrio. Frente al departamento de Kirchner hay un bar en esquina y la sede de la facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. A pocas calles tiene una estación de metro y la terminal de ferrocarril más concurrida de la ciudad de Buenos Aires. El Obelisco, icono de la capital argentina, está a pocas calles. Pero Constitución tiene también una cara oculta, que se desvela a solo 300 metros de la casa de Kirchner. Allí no llegan las noticias e importa poco la presencia de la nueva vecina. El barrio es otro.
Taiel lleva siete meses en la panza de su mamá. No lo sabe, pero está rodeado de dos de sus tías en una esquina de Constitución. Es el mediodía de un jueves y la jornada laboral recién comienza para estas prostitutas. Esperar paradas en este lugar es como jugar a la lotería: pueden acercarse clientes violentos, o de los que vienen por el servicio tradicional y se van contentos y enamorados, o de los que las contratan para que les hagan compañía en un hotel de la zona mientras se drogan. Estos últimos son de sus preferidos, porque no las tocan. Tamara, la futura mamá, tiene 32 años. Su hermana cumplió 30. Entre ellas se llaman “amor”, son mamás de dos varones y llegaron a las esquinas de Constitución en 2013. Por la vereda pasan vecinos, adictos, travestis, vendedores de droga, otras prostitutas. A unos pasos, la policía detiene a tres jóvenes a los que acusa de robar un teléfono móvil.
Las dos mujeres muestras sus currículums, porque buscan trabajo. Una de ellas cursa el secundario. “Yo por 700.000 pesos (580 dólares) trabajo donde sea. Todo es mejor y más lindo que esto. Vos acá podés hacer plata, pero te vas destrozada”, dice la menor de las hermanas. Tamara agrega: “Algunas veces vienen tipos pasados de droga, borrachos. Cada vez vienen más mujeres, por necesidad económica y por las adicciones”.
“Siempre hubo prostitución”, dice un vecino comerciante, que prefiere no dar su nombre. “Vine al barrio en 1962, con 10 años, y ya estaban. Pero no molestaban a nadie. Cada una tenía su familia, su casa y salían de noche con su carterita. El problema empezó con el tema de la falopa. Fue hacia fines de los noventa. Usurparon casas e instalaron el negocio del narcomenudeo”, dice.
En una estación de servicio, sobre una avenida por la que los adictos cruzan de un lado a otro, caminando rápido, el vecino abre Google Maps. Muestra una referencia a metros de su casa. “Venta de fafafa”, dice. Es uno de los 56 búnkeres identificados por los vecinos que combaten lo que pasa de este lado de la avenida. “Llega un momento en el que te desquicia todo lo que pasa”, reflexiona. “No hay actividad económica ni movimiento. Ayer no vendí nada. Mirá la cantidad de comercios con persiana baja. Mi familia tiene un departamento a la venta. Hace unos años costaba 120.000 dólares; hoy no lo pueden vender ni por 50.000. El barrio se vino abajo con estos muchachos. Me robaron un neumático, el cable de fibra óptica, me rompieron un vidrio de un auto”.
Constitución supo ser un barrio de acaudalados. En la Buenos Aires del siglo XIX el sur era la opción más elegida por la aristocracia porteña. La situación cambió durante la epidemia de fiebre amarilla de 1871, que mató al 8% de la población de entonces. Los vecinos del sur se mudaron al norte y ya nada fue igual. Según el Gobierno de la Ciudad, en Constitución viven 42.000 vecinos en poco más de dos kilómetros cuadrados. Hoy podría decirse que es una especie de “barrio latino de Buenos Aires”. En sus casas conviven porteños de toda la vida con peruanos, dominicanos, paraguayos y venezolanos. Es, además, uno de los principales centros de transbordo de la ciudad: cerca de un millón de personas pasan cada día por la terminal del ferrocarril en Constitución, conectan con el subterráneo y decenas de líneas de ómnibus. De ahí que, también, lleguen cientos de personas por día para comprar y consumir.
“¿Qué tiene de distinta Constitución a otros lugares en los que se vende droga? Que acá es la droga y el sexo. Y que hay travestis”, dice una de las mujeres que ofrece sus servicios frente a un hotel por horas. Como otras, debe pagar 30.000 pesos (unos 25 dólares) diarios a un “recaudador”. “Te ven entrar con un hombre y te esperan para cobrarte. Si no pagás, te dan una paliza y te dicen que no vengas más”, acota la mujer y corta la charla para grabar un video para un cliente con el que se escribe por WhatsApp.
La cocaína que se vende en Constitución es de las más económicas del mercado y su pureza es mínima. Basta con recorrer una o dos de sus calles para notar el tipo de clientes que frecuentan la zona. Son las llamadas “personas en situación de consumo”: adictos que perdieron sus trabajos y terminaron en la calle o que llegan desde otros barrios y se quedan durante días por los alrededores. El ciclo es robar, comprar, consumir. Están por todos lados. Fuman cocaína evaporada en pipas caseras, fabricadas con caños de metal. La comida la tienen resuelta por distintas iglesias y organizaciones sociales.
Algunas de las situaciones que se viven en el día a día y son registradas por vecinos y comerciantes se suben al perfil de Instagram Vecinos de Constitución. Una mujer acompaña durante la recorrida. La primera parada es sobre Garay 1269. Es el frente de una vivienda tapiada. Como la Policía investiga, allana y al día siguiente otra banda se instala para vender, los vecinos se alivian cuando la propiedad se cierra con cemento. Gracias a sus denuncias y el trabajo en conjunto que hacen con la Policía, recuperaron casas que habían sido usurpadas para venta y consumo. “Llegué a subirme a un auto de civil de la Gendarmería para acompañarlos en el seguimiento a un narco. Vivimos cosas de película”, cuenta la mujer.
Derlis Villalba es paraguayo y conoce las historias de muchas de las “personas en situación de consumo”. Todos los meses, en su academia de peluquería ofrece 200 cortes de cabello gratis. “Hace poco aparecieron tres de ellos queriendo pagarnos el corte. Se habían recuperado y conseguido trabajo. Para nosotros fue una caricia, pero lo más común son las recaídas”, se lamenta. El próximo proyecto de Villalba es un canal de YouTube. Pretende llamarlo Constitución TV. “Queremos mostrar lo positivo”, dice, “porque los youtubers solo vienen por lo malo. Acá está lleno de gente de trabajo que quiere salir adelante, y de gente que vino de Europa sin nada y compró locales en los que hoy trabajan sus hijos y nietos. Eso también es Constitución”.