«Aún no llegó insulina glargina», advierte un cartel pegado en una de las puertas del Hospital Luisa Cravegna de Gandulfo, en Lomas de Zamora. La escena se repite en otros centros de salud, tanto de la Provincia como de la Ciudad de Buenos Aires. Pero el problema no se limita solo a la insulina: también hay faltantes de tiras reactivas y sensores, insumos esenciales para el control diario de la diabetes.
Las familias de pacientes insulinodependientes ya no hablan de demoras ni de inconvenientes, hablan de abandono. Denuncian que la falta de suministros llegó a un punto crítico y que nadie les da respuestas. Mientras tanto, desde los ministerios de Salud de la Provincia y de la Ciudad de Buenos Aires niegan que haya problemas.
«Ellos no tienen patria. Si no reciben insulina, se mueren”, dice Verónica Zalazar. Su hija Mayte, de apenas ocho años, tiene diabetes tipo 1 desde los tres y depende no solo de la insulina, sino también de sensores que monitorean su glucosa las 24 horas.
Viven en Florencio Varela y están inscriptas en el plan Prodiaba, un programa de la Provincia de Buenos Aires que debería garantizar el acceso gratuito a medicación e insumos esenciales —como insulina, agujas, jeringas, tiras reactivas y sensores— para personas con diabetes que no cuentan con obra social.
Pero los faltantes son constantes y el sistema, que debería protegerlas, hoy las deja a la deriva. «Tanto el Garrahan como el Casa Cuna (Hospital Pedro de Elizalde) me proveían de la insulina y el sensor dexcom, cuando me daban ellos ni retiraba lo de Prodiaba para que le den a otras personas. Pero hace unos dos o tres meses en el hospital no hay insulina y el Prodiaba tampoco está dando», explica Verónica.
Y agrega: «Si te dan, la entrega está siempre incompleta. Por ejemplo, si te dan la insulina, no te dan las tiras reactivas, nunca te dan lo que le corresponde a la criatura«.
Según detalla Verónica, en el Hospital Elizalde, la respuesta es siempre la misma: “Ya no están dando los sensores. Y la insulina, solo en casos graves”. Le explicaron que únicamente le dan insulina a los chicos que están internados, porque no hay stock suficiente. Incluso explica que hay casos de personas que se internan para recibir la insulina, porque de otra forma no pueden acceder a ella.
Mientras tanto, la salud de Mayte se sostiene con donaciones. “Ahora lo que necesito son los sensores, porque me quedan tres, para un mes. Después, sería de vuelta un descontrol”, explica, preocupada. Su hija necesita monitoreo constante. «Imagínate que sin los sensores la tendría que pinchar los deditos que ya le pasó, entre 15 o 20 veces al día«, cuenta.
Verónica Zalazar sabe lo que significa que la diabetes no sea detectada o tratada a tiempo. Su hija Ailén tenía la casi la misma edad que Mayte cuando un coma diabético la dejó internada de urgencia. “Ese día tuvo los síntomas, la llevé al hospital y no salió. Le agarró un edema cerebral… fue fulminante. Falleció a los dos días”, confiesa.
Años después, a su hija menor le diagnosticaron la misma enfermedad con apenas tres años. Desde entonces, Verónica vive en alerta permanente. “Antes vos ibas al hospital y te encontrabas con que te brindaban la insulina, las tiras reactivas. Siempre en casa sobraban”, recuerda.
Pero eso cambió. Hace meses que ya no consigue lo necesario. La angustia se multiplica al ver que otros padres atraviesan lo mismo: la falta de insumos, la incertidumbre y el abandono.
Vivir con diabetes en el conurbano
“Hace seis meses que mi hijo no recibe la insulina que necesita para vivir”, cuenta María José Martínez. Su hijo Benjamín tiene 18 años y le diagnosticaron diabetes tipo 1 a los 14, en plena pandemia. Cayó internado de urgencia en el Hospital Gandulfo, y desde entonces se atiende ahí, como tantos otros chicos sin cobertura médica.
El tratamiento que necesita consiste en dos tipos de insulina; una de acción rápida que se aplica con cada comida, y otra de efecto prolongado, que cubre 24 horas y reemplaza la función básica del páncreas. Esta última es la que no recibe hace medio año. “En enero fue la última vez que el hospital nos dio glargina”, relata. Desde entonces, su hijo depende de donaciones.
«Yo pertenezco a un grupo, en el que somos más de 300 familias y nos ayudamos entre nosotros. Si a alguien le sobra algo, lo dona. Si me sobran tiras o agujas, las dono», explica. Un sistema de solidaridad improvisada que intenta tapar los huecos de un servicio de salud deficiente.
Cada mes, esta madre discute con la farmacia del hospital para que le den las dosis que su médico le receta. “Siempre tengo que estar peleando que me den lo que la doctora receta. Me preguntan; ‘¿y para qué querés 9 lapiceras?’ porque se lo dio la doctora, que es la que sabe el ritmo de vida del paciente”, explica, con bronca.
Y agrega: «La última vez que fui directamente había un cartel que decía que no había la glargina, que es la insulina que él usa que le dura 24 horas».

Esta situación pone en riesgo no solo la salud de su hijo Benjamín sino la de muchos pacientes insulinodependientes. “Si no tuviera este grupo de ayuda, mi hijo estaría internado porque la insulina cumple la función de su páncreas”, afirma.
Con la voz cargada de angustia, esta madre refleja el cansancio y la desesperación de sostener el tratamiento de su hijo en un sistema que no responde como debería.
«Es angustiante, es indignante, no lo podés entender porque decís; ¿cómo le van a negar algo así? Si mi hijo no se pone insulina, tendría que estar internado, se la tendrían que dar por suero, porque él la necesita para seguir viviendo. Su vida estaría atrofiada y pensá que tiene 18 años recién», dice.
Asimismo, María José remarca que este año fue el más díficil que le tocó atravesar. «Nosotros somos de zona sur y he ido a Capital, a todos lados a buscar una insulina», revela.
El problema no es aislado ni exclusivo de la familia Martínez. “En el grupo hay gente con y sin obra social. A muchos no les entregan las cosas, tienen que hacer amparos y esperar tres meses a que se lo tomen. Mientras tanto, la persona está sin tratamiento”, explica.
La red de apoyo que tejieron entre familias se volvió el único sostén frente al abandono del sistema de salud. “Una vez hicimos una colecta para una familia a la que no le daban absolutamente nada. Juntamos insulina, un par de agujas, tiras, glucómetros”, cuenta la mamá de Benjamín. Un país donde la solidaridad se volvió un acto de supervivencia.
La respuesta de las autoridades
Desde el Ministerio de Salud de la Provincia de Buenos Aires atribuyeron el problema a una cuestión de logística. «El viernes llegaron los insumos a la Región Sanitaria II. Hoy retiró el Hospital Gandulfo para abastecer la semana. No hay problema generalizado de suministro entre insulinas”, respondieron ante la consulta.
Por su parte, desde el Ministerio de Salud de la Ciudad de Buenos Aires negaron que exista un faltante en los hospitales porteños: “Desde la dirección de Hospitales confirman que no se registra que haya faltante de insulina en ninguno de los hospitales públicos de CABA”, aseguraron.