El robo en el museo del Louvre del domingo pasado ha sacudido al mundo del arte…, y al de las esmeraldas en Colombia. De entre las ocho piezas sustraídas de la Galería Apolo, dos joyas imperiales contienen gemas preciosas extraídas de las minas de Muzo, en el departamento colombiano de Boyacá. Se trata de un collar y un par de pendientes que pertenecieron a María Luisa de Austria, quien fuera la segunda esposa del emperador Napoleón Bonaparte, tras su separación de Josefina de Beauharnais, con quien se divorció en enero de 1810 al no poder tener un heredero. Las gemas son de un limpio verde intenso conocido como ‘verde muzo’, un tono que ha fascinado a la alta joyería europea. La Federación Colombiana de Esmeraldas (Fedesmeraldas) ha confirmado que las piedras hurtadas son colombianas y califica el hecho como “un atentado contra el arte y la historia de la humanidad”.
La madrileña Ana Trigo, historiadora y tasadora de arte y antigüedades, conoce bien la sala donde ocurrió el robo. El año pasado publicó el libro ‘Joyas Malditas’, en el que investigó dos de las piezas más emblemáticas de la Galería Apolo: el diamante Regente y el Sancy. Para documentarse, pasó largas jornadas en esa sala, observando las vitrinas, revisando archivos y conversando con curadores. “Las he visto [las joyas con las gemas boyacenses] y las conozco”, dice. En conversación con EL PAÍS, Trigo confirma que las esmeraldas del collar y los pendientes de María Luisa son colombianas, provenientes de Muzo, y que su valor es incalculable. “Tienen muy pocas inclusiones, son limpias, brillantes, con un color dramático. En Europa son muy apreciadas”, explica.
Aunque insiste en que el valor real de las piezas es inconmensurable —por tratarse de reliquias con un altísimo valor, tanto gemológico como histórico— ofrece un cálculo personal: “Solo el collar podría valer unos 12 millones de euros, y el conjunto completo, hasta 15 millones”. Luego se pausa, reflexiona, y concluye que se puede “quedar muy corta”. Son piezas finísimas. “El collar robado está conformado por 32 esmeraldas, diez de ellas con forma de gota, y más de 1.100 diamantes de distintas tallas distribuidos por toda la joya”, explica Trigo.
Los pendientes que completaban el conjunto persiguen la misma lógica: cada uno contiene una esmeralda en forma de pera de 45 quilates, acompañada por otras cuatro gemas verdes que refuerzan el diseño imperial. Las autoridades francesas valoraron inicialmente las ocho joyas robadas en 96,4 millones de euros, según la fiscal general de París, Laure Beccuau, el 19 de octubre. Posteriormente, la Fiscalía de París ajustó la cifra hasta los 88 millones de euros, unos 400.000 millones de pesos colombianos.
Javier Tolosa, director de la Corporación del Centro de Desarrollo Tecnológico de la Esmeralda Colombiana, comparte con EL PAÍS que se adelantan estudios gemológicos para dar con todos los detalles de estas piedras preciosas, “desde su valor real hasta las circunstancias de cómo llegaron” al cuello de la segunda esposa del emperador francés. Los resultados se conocerán a lo largo de la semana.
Fedesmeraldas lamenta la pérdida. “Las piezas no son solo joyas, son documentos materiales que trazan la historia del comercio global de esmeraldas”, ha comentado el presidente del gremio esmeraldero, Óscar Baquero, en declaraciones recogidas por diversos medios locales. “El robo del collar de María Luisa constituye un ultraje a un símbolo de la herencia esmeraldera de Colombia”, agrega. El municipio de Muzo está 96 kilómetros al noroccidente de Bogotá y se considera la capital mundial de estas piedras preciosas. Sus minas han sido explotadas desde el siglo XVI y en todo 2024 Colombia exportó esmeraldas por un valor de 127,5 millones de dólares, según la Agencia Nacional de Minería y Fedesmeraldas.
Más del 60% de las esmeraldas en bruto salen de la zona minera, en el departamento de Boyacá, a la Zona Franca de Bogotá, mientras que las gemas talladas son enviadas a mercados internacionales como Estados Unidos, Hong Kong, Tailandia o Japón. El país andino es el mayor exportador mundial de esmeraldas talladas, y sus piedras, con su color característico, son consideradas las de mayor calidad en el mercado global. La industria genera 2.000 empleos directos y 6.000 indirectos, entre Boyacá y Cundinamarca, según las mismas fuentes.

La historia del conjunto robado se remonta a 1810, cuando Napoleón I encargó al joyero de la corte, François-Régnault Nitot, un regalo nupcial para su segunda esposa, la emperatriz María Luisa de Austria, tras el divorcio del emperador francés con Josefina, su primera esposa. Originalmente, el conjunto completo incluía el collar, los pendientes, una tiara y dos broches, pero esas dos últimas piezas se dispersaron durante el siglo XX.
Tras la caída del Primer Imperio en 1814, María Luisa regresó a Austria con sus joyas personales. Devolvió los diamantes al tesoro francés, pero conservó las esmeraldas, que terminaron en manos del Gran Duque Leopoldo II de Toscana. En 1953, la firma Van Cleef & Arpels adquirió el conjunto y vendió las esmeraldas de la tiara una por una, fragmentando la colección. Décadas después, el collar y los pendientes pasaron por manos privadas hasta que el Louvre los readquirió en 2004, donde permanecieron en la Galería de Apolo hasta el robo del pasado 19 de octubre.
Trigo —coincidencia: publicará en noviembre ‘Ladrones de arte’, de la editorial Ariel— advierte que hay una “batalla contra el tiempo” para evitar que las piezas sean desmontadas. “Si las esmeraldas se separan, se pierde todo su valor histórico”, dice. Entre las hipótesis que se manejan del robo están el desmontaje para venta por separado de los diamantes y las esmeraldas; el secuestro de arte para pedir rescate; o el robo por encargo para un coleccionista privado.
En todos los escenarios, el riesgo de que las joyas desaparezcan para siempre es alto. “Cada día que pasa sin que aparezcan, hay menos posibilidades de recuperarlas”, insiste. Trigo menciona que el modus operandi del robo —rápido, asombroso, con objetivos de altísimo perfil y sin violencia física— coincide con el estilo del grupo criminal conocido como las Panteras Rosas, de integrantes mayoritariamente serbios, especializado en desmantelar las piezas para vender sus gemas por separado. El nombre se lo dio la Interpol tras el robo de un anillo de diamantes en Londres en mayo de 2003 porque los ladrones lo ocultaron en un frasco de crema de afeitar, al igual que en la película de La Pantera Rosa.