¿Es posible una síntesis entre China y Estados Unidos?

¿Es posible una síntesis entre China y Estados Unidos?

BERKELEY – Todos deberíamos celebrar la publicación del nuevo libro del analista chino-canadiense Dan Wang, Breakneck: China’s Quest to Engineer the Future (A toda velocidad: la búsqueda de China por diseñar el futuro).

Sí, soy parcial, porque Wang es mi amigo. Pero diría lo mismo aunque no lo conociera. Y no estoy solo. El economista Tyler Cowen califica a Breakneck como “probablemente el mejor libro del año, sin más”. John Thornhill, del Financial Times, lo describe como “convincente, provocador y profundamente personal”. Patrick Collison, CEO de Stripe, afirma que Wang “ilumina a China como nadie más”. Tracy Alloway, de Bloomberg, lo llama “uno de los mejores escritores sobre China que existen”.

A los siete años, la familia de Wang emigró desde Yunnan, en el suroeste de China, donde el dialecto local difiere del mandarín de Pekín tanto como el cajún de Luisiana del inglés de Maine. Hoy alterna entre Palo Alto y Ann Arbor, y ha vivido en Toronto, Ottawa, Filadelfia, Rochester, Friburgo, San Francisco, Kunming, Hong Kong, Pekín, Shanghái y New Haven.

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Insider-outsider entre Canadá, China y Estados Unidos, Wang encuentra a China y a EE.UU. “fascinantes, exasperantes y extraños”. Al recorrer cualquiera de los dos países, uno encuentra lugares que parecen delirantes. Y no lo dice como reproche. A diferencia de la ordenada Canadá, donde se siente relajado, China y Estados Unidos exhiben las marcas de motores del cambio global.

Breakneck describe a China como un país del mazazo, y a Estados Unidos como un país del mazo judicial. La élite tecnocrática china resuelve problemas con hormigón, acero y escala: carreteras, puentes, centrales eléctricas y otros proyectos masivos. El mismo impulso se extiende a la sociedad, reflejado en la tristemente célebre política del hijo único y la represión en el Tíbet y Xinjiang. La tecnocracia china valora el orden, el control y los logros visibles.

En cambio, la élite legalista de Estados Unidos resuelve problemas asignando derechos a la propiedad y a la seguridad. Esto genera las condiciones para que la gente viva como desee, y la empresa y la innovación surgen por añadidura. La respuesta refleja a cualquier problema es establecer un nuevo derecho o beneficio, incorporando a más personas en los marcos necesarios para acuerdos y aprobaciones.

En el fondo, sin embargo, los estadounidenses y los chinos se parecen –algo que se percibe al compararlos con japoneses y coreanos, o estadounidenses con canadienses y europeos. Ambos pueblos son inquietos e innovadores. Ambos combinan un materialismo burdo con la admiración por los emprendedores. Ambos toleran la vulgaridad. Ambos aman la competencia. Ambos son pragmáticos y a menudo apuran el trabajo para “sacarlo adelante”. En ambos países abundan los buscavidas y charlatanes que venden caminos rápidos hacia la salud y la riqueza. Ambos admiran lo sublime tecnológico: grandes proyectos que empujan los límites. Tanto élites como masas en los dos países comparten un credo de Grandeza Nacional, representado en EE.UU. por John Winthrop y Ronald Reagan con su “Ciudad en la colina”, y en China por las inscripciones de “País Central” en los bronces rituales de la dinastía Zhou.

Los dos países también son un entramado de imperfecciones, a menudo sus propios peores enemigos. Etiquetas antiguas como “socialista”, “democrático” o “neoliberal” no encajan. China ofrece un progreso material rápido y visible, pero a costa de los derechos y con riesgos de extralimitación. Su tecnocracia leninista descarrila con la ingeniería social, oscilando de lo práctico a lo disparatado.

Estados Unidos descarrila al dedicar demasiado tiempo a especificar y reivindicar derechos, convirtiéndose en una veto-cracia superlitigiosa. Las salvaguardas frenan los excesos, pero también generan estancamiento y ambiciones desperdiciadas.

China se beneficiaría de un mayor respeto por los derechos y las reglas impersonales. Pero la élite china ve poco atractivo en un sistema capaz de elevar a un Donald Trump en lugar de a un Xi Jinping. De modo similar, Estados Unidos, que alguna vez construyó con gran ambición –especialmente entre finales del siglo XIX y la posguerra–, hoy necesita recuperar ese espíritu constructivo e ingenieril.

La esclerosis estadounidense se nota incluso en la frontera de la economía global. Silicon Valley dice valorar la invención, pero construye fosos defensivos mediante efectos de red y maniobras legales. China, en cambio, valora la escala y la producción, abrazando la ética de Andy Grove, el célebre ex CEO de Intel. Si Silicon Valley o el delta del río Perla lograran equilibrar la escala y la ambición de la ingeniería con sólidos derechos y garantías legales, serían imparables.

Lo que hace especial a Breakneck es cómo mezcla teoría, datos económicos, sociología y observación personal. Hoy, demasiados discursos sobre China combinan reportes lejanos, de tercera mano, con abstracciones de think tanks. Pero Wang vive la historia. Familiarizado con la comida, las calles, las ciudades y la política en China, Estados Unidos y Canadá, aporta la mirada tanto de un nativo interno como de un forastero visitante en cada lugar, permitiendo al lector ver, sentir y saborear los espacios que están moviendo al mundo contemporáneo. Los detalles que parecen simples pinceladas de color se vuelven la sustancia misma de la comprensión.

Una de las tareas más urgentes y desafiantes del siglo XXI podría ser forjar una síntesis de lo mejor de China y de Estados Unidos, evitando lo peor de cada uno. Lea Breakneck tanto por su capacidad de reportar como por su argumentación –y por su meditación sobre los equilibrios entre ambición y contención, construir y bloquear, golpear con el mazo o con el martillo judicial.

*J. Bradford DeLong, ex subsecretario adjunto del Tesoro de Estados Unidos, es profesor de Economía en la Universidad de California, Berkeley, y autor de Slouching Towards Utopia: An Economic History of the Twentieth Century.

Project Syndicate