‘Esplendor en la Arena’: Tenis hasta la pleamar | Deportes

‘Esplendor en la Arena’: Tenis hasta la pleamar | Deportes


Una tarde de verano de 1971, en un pueblo de apenas 5.000 habitantes a orillas del mar Cantábrico, una playa de arena fina y arcillosa, una pista de tenis delimitada por los surcos hechos con un palo, una red compuesta de retales de mallas de pesca que se sujetaba a dos estacas de madera, un árbitro subido en una escalera de tijera, un megáfono para cantar los puntos cedido por el párroco del pueblo, una pandilla de amigos que había crecido con los éxitos de Manuel Santana. Con esos elementos se podría construir ya una gran historia. Pero faltaba una madre. Una madre que se llamaba Eloína y que, en 1973, se acercó a los organizadores del torneo y les dijo: “dejad jugar a Juanín, que tiene 12 años, pero le gusta mucho el tenis”. Las reglas del torneo decían que la edad mínima era 13, pero a ver quién le dice que no al amor de una madre que, además, le había regalado la raqueta a Juanín por sacar buenas notas. Al niño lo eliminaron en cuartos de final, pero regresaría un año después para alzarse con el trofeo de campeón. Lo ganaría en ocho ocasiones más. Aquel niño era Juan Avendaño y, con el tiempo, otros tenistas como Álex Corretja, Carlos Moyá, Juan Carlos Ferrero o Pablo Carreño heredarían su trono de campeón del Torneo Tenis Playa de Luanco, una de las competiciones más singulares que existen.

Esplendor en la arena (Club de Tenis de Luanco) es el libro en el que el periodista Mario Díaz Braña reúne los, hasta ahora, 54 años de historia de un torneo —no se disputó entre 1986 y 1994 ni entre 2014 y 2021— que se juega cuando baja la marea —dejando una arena apta para el tenis— en la asturiana playa de La Ribera. Un relato dinámico y entretenido en el que resulta apasionante seguir la evolución de aquella pista que cualquier niño hubiera dibujado sobre la arena de cualquier playa, convertida hoy en un estadio con capacidad para unos 2.300 espectadores —y otros 500 que lo siguen desde el muro— que el Cantábrico cubre en cada pleamar.