Franco Colapinto lanza un libro en el que cuenta sus grandes sacrificios para llegar a la F1: «Todo valió la pena»

Franco Colapinto lanza un libro en el que cuenta sus grandes sacrificios para llegar a la F1: «Todo valió la pena»


Al momento de escribir esta nota es lunes 20 de octubre. Han pasado un poco más de veinticuatro horas desde que Franco Colapinto, la joven promesa del automovilismo argentino, desobedecía las órdenes tácticas de sus ingenieros y se adelantaba a su compañero de equipo, el francés Pierre Gasly, en una de las últimas vueltas de la competencia por el Gran Premio de Estados Unidos. Viveza criolla contra prolijidad europea: Colapinto salió diecisieteavo, Gasly decimonoveno.

Creo que era lo correcto. Él tenía gomas mucho más viejas, iba como un segundo y pico más lento y era lo mejor para la situación en la que estábamos”, le diría a la prensa más tarde.

Sin embargo, su escudería no recibió bien la actitud rebelde: “Cualquier instrucción dada desde el muro de boxes es definitiva, y hoy estamos decepcionados de que esto no se haya cumplido“, dijo Steve Nielsen, director de Alpine, cuando terminó la carrera.

Colapinto es el nuevo héroe argentino de las carreras de autos, un muchacho que, el año pasado, a sus veintiuno, empezó a competir en Fórmula 1 y hoy, con veintidós, está publicando un libro autobiográfico acerca de su experiencia. Pero antes de que empiece la entrevista, su equipo aclara que no podremos hablar de carreras ni de la escudería (es decir, del incidente con Alpine). “De todo lo demás”, en cambio, conversaremos libremente.

Todo lo demás, entonces.

Hace veintitrés años que no aparecía un piloto argentino de Fórmula 1. Mucho menos una figura del calibre de Juan Manuel Fangio y de Carlos Reutemann, quienes aún son recordados con una estela de misticismo. Esa carencia –sumada al carisma y la baby face de actor juvenil, una especie de Justin Bieber de las carreras– convirtió en furor nacional el debut de Franco Colapinto en la Fórmula 1.

Encarna una nueva figura, la del corredor-influencer: posa en publicidades de Ibuprofeno, de Quilmes y de Mercado Libre, se rodea de celebridades del mundo del trap, como Bizarrap y Nicki Nicole, piropea a sus entrevistadoras en clips que se viralizan automáticamente.

Franco, la semana pasada, llegando al paddock del Gran Premio de EE.UU. en Austin. Foto: AP

Yo quería correr en Europa, así que estoy muy contento, aunque haya quemado etapas demasiado rápido.

Colapinto y un ADN de vértigo

“Cuando tenía cuatro años, era un nenito que levantaba tierra por el barrio a toda velocidad y los vecinos no me aguantaban. Tenía un cuatriciclo viejo y de mi tamaño. Ya entonces el Dakar lo era todo para mí. Ese primer cuatriciclo fue el que me hizo fanático de la adrenalina de ir muy rápido, de doblar al límite”, dice en las primeras páginas de Soy Franco, su libro autobiográfico que saldrá a la venta el primero de noviembre por el sello Aguilar, de la editorial Random House.

“El barrio” que nombra de forma ambigua es Pilar, al noroeste de la provincia de Buenos Aires.

En esta historia hay un padre con experiencia en el mundo de las carreras. Como motociclista, Aníbal Colapinto compitió en Speedway, más adelante fue dueño de un equipo de la categoría automovilística de Turismo Carretera, al que Franco acompañaba en sus competencias cuando era un niño.

Hay, por otro lado, una madre temerosa que tuvo que aceptar el destino familiar a fuerza de insistencia (los accidentes de Colapinto padre con las motos le habían dejado un mal recuerdo).

Franco reconstruye su linaje familiar bajo la figura de dos padres que lo apoyaron incondicionalmente y confiaron en su tenacidad.

Soy Franco, el libro de Colapinto (Aguilar). Precio: $ 22.999.Soy Franco, el libro de Colapinto (Aguilar). Precio: $ 22.999.

El libro se ocupa de narrar su ascenso a la fama a la vez que le explica al lector qué es lo que tiene que hacer para llevar a cabo sus metas (en un tono que recuerda a los manuales de autoayuda): “Lo primero es tener un sueño. El mío siempre fue tan fuerte, tan claro, tan determinante. Dicen que yo mostré algo innato desde muy chico: pasión y convicción”.

“Anotá esta palabra: autoconocimiento”, les ordena a sus seguidores en otro pasaje. Estos consejos son interrumpidos por una voz que, en itálica y entre paréntesis, susurra comentarios con fines humorísticos que por momentos pecan de condescendientes:

(Los quiero, fans, no dejen de estar!).

(¿Te estás preguntando qué clase de extraterrestre era yo de chiquito? Un poco nerd: ya sabía de entrenamientos y mecánica, de configuraciones técnicas. No te voy a mentir).

(¡En la vida hay altibajos!).

Los acontecimientos parecen haberse precipitado en su vida sin demasiado lugar para las dudas. A sus siete años se quedó una semana viviendo en el taller mecánico de un amigo de su padre, el preparador de motores José Garavano. Un presagio del futuro: cuando su mamá fue a buscarlo se encontró con un niño alegremente embadurnado de grasa que apestaba a nafta.

Un año más tarde intentó manejar un auto por primera vez, y asegura que en ese momento ya lo sintió familiar. Se trataba de un karting, el modelo que usaría para empezar a competir a los diez.

Antes de llegar a la adolescencia ya había ganado todos los campeonatos regionales y nacionales existentes (con cada victoria, recibía un karting de mayor potencia que el anterior). Cuando llegaba la hora del recreo en el colegio, en vez de ir a jugar con sus compañeros se quedaba charlando con la bibliotecaria, que también era fanática de las carreras de autos.

Aclara que, si bien no era un gran lector, leía las biografías de Reutemann y de Fangio, y se sentía inmerso en sus historias. Con el célebre Chueco compartía su interés por la mecánica, por comprender el funcionamiento de esas máquinas que lo alucinaban.

Sostiene que la influencia de estas lecturas lo motivó a publicar su propia historia para inspirar a las nuevas generaciones que, igual que el Franco Colapinto de la infancia, sueñan con convertirse en pilotos de Fórmula 1.

—¿Sentís que te perdiste una parte de tu juventud?

–Lo haría mil veces más. Todo valió la pena para llegar a donde estoy, para llegar acá. Pero si no lo hubiera logradp, también hubiera valido la pena. Son elecciones y sacrificios que uno hace por llegar adonde quiere. Yo quería correr en Europa, era mi objetivo máximo, y hoy lo estoy consiguiendo, así que estoy muy contento, aunque haya quemado etapas demasiado rápido.

Franco en la fábrica de Alpine, en Inglaterra.Franco en la fábrica de Alpine, en Inglaterra.

Todos mis amigos son mayores porque tuve que madurar rápido.

Superar las dificultades

Después de triunfar en la Argentina, sabía que el siguiente paso en el camino del héroe era correr en Europa. Aunque su autobiografía esté llena de expresiones motivacionales del estilo “nunca te rindas”, “resiliencia” o “seguí tus sueños”, también se hace cargo de la realidad material: cualquier meta es más difícil de alcanzar para un latinoamericano, aunque se trate de un chico al que le regalan sus autos desde temprana edad.

Ese es el motivo por el cual las primeras veces que corrió en el exterior se dejaba llevar por la ansiedad, por el deseo de ir más rápido para demostrar su intrepidez.

Una de las escenas señaladas por el libro es su encuentro que tuvo a sus doce años con Rubens Barrichello, el piloto brasileño de F1 que lo aconsejó después de que lo penalizaran por un roce en una carrera en Indiana: “Me habló y me dijo que él sabía cuánto les costaba llegar a los latinoamericanos, que me enfocara para dar lo mejor de mí, que no me rindiera. Que yo tenía talento y que corriera más tranquilo”.

Durante la misma época, en un viaje a Las Vegas, conoció a Giancarlo Tinini, dueño de la fábrica de chasis de karting CRG, y se animó a confesarle la fantasía de competir en Europa (el costo de su sueño era demasiado elevado y necesitaba el apoyo de una figura como esa). Más adelante recibiría un mail donde Tinini, que lo había visto correr, lo invitaba a hacerlo con su equipo y le decía que, si no podía pagar un alojamiento, le ofrecían la posibilidad de vivir junto a los mecánicos en la planta alta de una fábrica.

Ya con catorce años, Colapinto abandonó el colegio secundario (que terminaría por partes durante los años posteriores: en diciembre de 2024 egresó definitivamente) y partió hacia Lonato, un municipio de la provincia italiana de Brescia, donde estaba ubicada la fábrica de CRG.

–¿Cómo era esa vida en la fábrica?

–Estaba todo el día con los mecánicos. Los ayudaba a armar los kartings, porque era lo que me gustaba. Pero era gente mucho más grande que yo. En ese momento empecé a madurar, conviviendo con ellos en el día a día. Por eso, cuando volví a la Argentina mis amigos me parecían mucho más chicos que yo. Y eso me fue llevando a un tipo de vida. Todos mis amigos son mayores y creo que es por eso, porque tuve que madurar rápido.

En el último Gran Premio de San Pablo, Colapinto saluda a hinchas argentinos. Foto: Juano TesoneEn el último Gran Premio de San Pablo, Colapinto saluda a hinchas argentinos. Foto: Juano Tesone

Cambiar una casa por un sueño

Finalizada su temporada en Italia, en 2019 entró a la Fórmula 4 española. Ni él ni su padre suelen mencionarlo en las entrevistas, pero James Vowles, el jefe de la escudería de Williams, reveló que para financiar el ingreso de Colapinto a esta categoría, los padres tuvieron que vender su casa (dijo, también, que muchos familiares hacen lo mismo, que en el mundo de las carreras “es cosa de todos los días”).

A partir de entonces siguió ascendiendo: escaló a la F3, luego a la F2 y, a mediados de 2024, a la F1 de la mano de Williams, la escudería inglesa. “Cuanto más alta es la categoría, demanda mayor preparación: también hay que dar un salto con tu entrenamiento físico. En la F2 los autos son pesados, la dirección es pesada, y todo impacta en el cuerpo; pero el gran punto de la F2 es que ahí están puestos los ojos de los teams, de los managers”, cuenta en la autobiografía.

Al no poder asegurarle un lugar fijo como piloto, este verano Williams hizo un acuerdo con Alpine para dejarlo en sus manos durante varios años, tiempo en el que potencialmente podría crecer y conseguir un puesto estable en el equipo.

Difícil mantener viva la épica de ese primero de septiembre de 2024 en el que, tras dos décadas, un argentino volvió a las carreras de Fórmula 1. Una reputación de novato virtuoso que se ganó después de sus primeras tres carreras (salió doceavo, octavo y onceavo sucesivamente) en las que batió récords históricos.

Colapinto terminó esa primera temporada en Williams con un galardón por haber logrado el mejor “adelantamiento” en el Gran Premio de Fórmula 1 de Estados Unidos y otro por ser el más veloz del año, llegando a una velocidad máxima de trescientos cincuenta kilómetros por hora durante el Gran Premio de Las Vegas.

Su paso por Alpine no fue igual de próspero. Según dice, el problema son los equipos que tiene que manejar: una serie de carreras en las que debió abandonar por problemas mecánicos, paradas demasiado largas en boxes que arruinaron su desempeño en el resto de la competencia, fugas hidráulicas que lo obligaron a reemplazar el auto que manejaba por otro y una velocidad lenta en general.

Yo empecé con un cuatriciclo, después karting, después un fórmula. Pero amaba todo lo que me generara adrenalina.

Colapinto pasa a Gasly en Austin, Estados Unidos. Foto: AFPColapinto pasa a Gasly en Austin, Estados Unidos. Foto: AFP

“Vamos muy despacio. Por momentos es inmanejable el auto. No entiendo por qué vamos tan lento, tanto más lento que otros. Carrera frustrante y mala, muy lenta”, le dijo a ESPN después de otra competencia frustrante en Singapur. Este derrotero de fallas técnicas lo aleja de la gran motivación de su existencia: la velocidad. El día siguiente a esta entrevista, después de una aparente reunión con Alpine, Colapinto rompe su silencio en diálogo con la web oficial de la escudería:

“Austin fue un fin de semana desafiante, donde tuve muchas dificultades con el auto. Solo tuvimos una sesión de práctica, las condiciones complicadas y no poder encontrar el equilibrio adecuado contribuyeron a un fin de semana difícil para mí”.

Las palabras que circulan tienen tono de disculpas: “La situación del equipo el domingo se ha discutido internamente y es evidente que las instrucciones del equipo deben seguirse siempre, pase lo que pase”.

–¿Por qué te atrae tanto la velocidad? ¿Qué encontrás ahí?

–Es la adrenalina. Después no podés dejar de pensar en eso, no podés dejar de querer volver a ese momento en el que estás manejando y estás al límite. Yo empecé con un cuatriciclo, después karting, después un fórmula. Pero amaba todo lo que me generara adrenalina. Desde el primer momento supe que era lo mío, por lo que sentía, por lo que me producía adentro mío.

–¿Y nunca tuviste miedo?

“Cuando era un pibito, sentado en una ‘zapatilla’ o ‘pata pata’ —¿Sabés de qué te hablo? De ese juguete con ruedas y manubrio que vas impulsando con los pies— y todavía sin decir palabra, le pedía a mi mamá que me llevara rápido, rapidísimo. Ella enlazaba el juguete con una soga y tiraba. ¡Más, más, yo quería siempre más!”, cuenta en su libro.

Es la misma pasión por ir más rápido que el domingo pasado lo llevó a desobedecer a Alpine poniendo en riesgo su lugar en la Fórmula 1, es decir, el sueño supremo. Ese “rayo que lo atraviesa y le da sentido a la vida”, en sus propias palabras.

Colapinto recibe el Olimpia de Oro 2024. Foto: Enrique García Medina Colapinto recibe el Olimpia de Oro 2024. Foto: Enrique García Medina

“Just speed / that’s all I need” (solo velocidad / es todo lo que necesito) decía Seventeen, la canción de los Sex Pistols que reivindica la eterna adolescencia.

“Those bitches can’t catch me” (esas putas no me pueden alcanzar) canta Charli XCX en Vroom Vroom, uno de sus himnos.

“Dudo que pueda alcanzarme / voy muy rápido / compro, vendo, gasto, sumo, vivo rápido”, rapea Duki en Rápido.

Los autos de carreras y la velocidad aparecen en la cultura pop como el vehículo metafórico de quien sigue adelante a pesar de todo y sobrepasa a sus enemigos para chocarse con su futuro a toda marcha. Quizás sean una clave para comprender a alguien que decide, por voluntad propia, subirse a un auto que va a trescientos cincuenta kilómetros por hora, a una temperatura de más de sesenta grados, por el resto de sus días. Alguien que abandona todo para quedarse con la velocidad.

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