hoy recomienda Flor Solgatto, de Pequena crianza

hoy recomienda Flor Solgatto, de Pequena crianza

En la infancia de Flor Solgatto, la creadora de la librería Pequena crianza, no abundaban los libros nuevos. Había que pedirlos prestados en la escuela o en la biblioteca. Entonces, cuando aparecían, cuando uno lograba llegar a esa casa de cuatro hijas y muchas cosas que comprar, el deleite se repetía una y otra vez: «Lo leí un sin fin de veces, hasta recordármelo de memoria como me gustaba hacer con todos los cuentos», comparte ahora con Clarín a propósito de un ejemplar comprado en la Feria del Libro.

Flor Solgatto se formó como educadora de nivel inicial pero también como trabajadora social, dos disciplinas en las que los libros y las historias son no solo elemento de trabajo sino también un puente. «Hace más de 20 años trabajo con las infancias y adolescencias, sus trayectorias educativas, sus identidades, y conformaciones familiares. En mi que hacer profesional, como en mi vida personal, los cuentos y los juegos de mesa han sido elementales«, explica en la web de Pequena crianza.

Para ella, «los cuentos generan risas, fomentan la imaginación, crean y refuerzan vínculos, al igual que los juegos. Entonces; si como docente y trabajadora social pude observar el enriquecimiento emocional en la niñez y adolescencia; ¿por qué no compartirlo y que lleguen estas herramientas a más y más niños, niñas y adolescentes?», se pregunta. Esa inquietud es la semilla de un espacio cálido y lleno de magia sobre la calle Aguirre, del barrio de Pequena crianza.

Y a pedido de Clarín, Flor Solgatto revisa el rol de los libros en su vida y recomienda dos imperdibles.

–Si fueras peque ahora, ¿qué libro no te perderías por nada del mundo?

El árbol de los ruidos y las nueces, de Silvia Schujer. Lo siento en el alma, para abrazar la historia de nuestro país, para entenderla de otra manera, para que estudiar y leer historia resulte interesante. Y luego La joya interior, de Anna Llenas. Para que durante toda la vida me acompañase el sentimiento de no perder y buscar, la luz que hay en mi interior.

–¿Qué recordás de tus lecturas de infancia?

–De mi infancia tengo varios recuerdos en cuanto a la literatura, cuentos clásico en general y «La triste historia de el soldadito de plomo», que toleré que me lo leyeran solo una vez. En mi casa, no abundaban los libros propios. Los buscábamos en la biblioteca de la escuela cada viernes, o en la del barrio cada martes cuando asistíamos con mis hermanas a un taller literario. Como somos cuatro hermanas, para nuestra economía era muy oneroso tener libros nuevos para todas. En una de las pocas ediciones de la Feria del Libro en la que mi mamá pudo comprar, llegaron a casa dos títulos. Uno no me gustaba, sus dibujos me daban miedo y tristeza, pero de todos modos lo leí un sinfín de veces, hasta recordármelo de memoria como me gustaba hacer con todos los cuentos. Más tarde, llegó a mis manos «El hombrecito del azulejo», de Manuel Mujica Lainez. Otro cuento que leí centenares de veces. Me causaba tristeza, necesitaba que ese hombrecito fuera mirado por otros, por muchos. Con el tiempo, me di cuenta de que tal vez en ese momento me sentía identificada con él porque era una niña muy tímida e insegura. Cuando lo leí de adulta resignifique su mensaje y me vi reflejada pero como trabajadora social ya de pequeña porque yo había encontrado en él a un niño que no era visto y me interesaba que otros lo recatasen de la oscuridad.

–¿Cómo nació la idea de la librería y qué momentos de su historia te hicieron realmente feliz?

–La liberìa nació de un grupo de amigas, las «Mamis del WS», que viene desde el jardín maternal de mi hijo. Soy docente de nivel inicial y trabajadora social. En este rol, me desempeño en la protecciòn y reivindicaciòn de derechos de niñas, niños y adolescentes, y siempre sumé cuentos a mis dinámicas de intervención, incluso llevándolos a los domicilios en los que hago entrevistas vinculares. El objetivo de Pequena crianza es fomentar los buenos vínculos y crear recuerdos imborrables en el corazón. Entonces, la lectura compartida, puede devenir en alimento para la resiliencia. La felicidad en el local la encuentro en el diálogo sincero, compartido y espontáneo que se desarrolla con las familias, docentes y profesionales. La mística del libro que nos une aparece también en las lágrimas, los dolores, la felicidad y en el agradecimiento por parte de la gente cuando te dicen: «Que hermosa librería, que bueno que estás acá».