Juan Sasturain, escritor: “Vivimos la época de los sin vergüenza, de la ostentación del mal y la falta de empatía”

Juan Sasturain, escritor: “Vivimos la época de los sin vergüenza, de la ostentación del mal y la falta de empatía”


“Una de las formas de la dependencia cultural es la imposibilidad de imaginar”, dice Juan Sasturain (Buenos Aires, 79 años). Escritor, historietista, periodista, reconocido y entusiasta divulgador de la literatura, en sus libros siempre ha buscado gambetear a esa imposibilidad y narrar desde su lugar en el mundo. En esa serie se inscribe su nueva novela, Tinta china (Alfaguara), ambientada en la sangrienta Buenos Aires de los años setenta, durante la dictadura, una novela que le ha permitido reunir a dos de sus pasiones literarias: el policial negro y la historieta. Sasturain, quien dirigió la Biblioteca Nacional durante el último gobierno peronista, fue el encargado de inaugurar la edición 2025 de la Feria del Libro en Buenos Aires y lo hizo con un discurso profundamente crítico del modelo de sociedad que promueve la ultraderecha en Argentina.

Detrás de la barba blanca de Sasturain parece retozar un espíritu risueño y juguetón, que suele colarse en sus cuentos, novelas, guiones y ensayos. Su alegre, chispeante desenfado solo se nubla cuando la conversación aborda la actualidad de su país bajo el Gobierno de Javier Milei, un nombre que consigue no pronunciar. Como un conjuro, cita a James Joyce: “Ya que no podemos cambiar al país, cambiemos de tema”.

La recién publicada Tinta china es una nueva entrega de la saga de novelas policiales y algo paródicas protagonizadas por un detective jubilado, Julio Etchenike, cuya primera aparición en formato libro —antes tuvo vida como folletín— data de 1985, en Manual de perdedores. En esta nueva novela, los personajes quijotescos de Sasturain van en busca, si no de un autor, de una aventura que se despliega alrededor de una muerte y un secuestro bajo el terrorismo de Estado en Argentina. La trama es tejida por dibujantes, guionistas y editores de historietas, la mayoría basados en personas reales, apenas —si acaso— distorsionadas. Una ausencia clave en el relato es la de Héctor G. Oesterheld, el creador de El Eternauta, la historieta hoy en auge internacional por su adaptación para la pantalla de Netflix.

Pregunta. Tinta china arranca con un epígrafe que es una frase de Oesterheld sobre la muerte como un personaje que “nadie aprovecha del todo”. ¿Por qué?

Respuesta. Es muy terrible esa frase y todo lo que pasa en la novela también, en un contexto demasiado terrible. Y lo estamos contando en un tono a veces irónico, con situaciones cómicas o equívocas. La frase de Oesterheld es de 1974, probablemente la cité porque es muy fuerte e ilumina de una manera tremenda toda su obra y toda su vida. Hacia atrás, ilumina sus historietas, donde el sacrificio personal y la amistad llegaban hasta las últimas consecuencias, y eso en general era la muerte, la muerte del héroe. La frase ilumina también su trayectoria personal de una manera pavorosa. En Oesterheld había casi una fascinación por la muerte.

P. ¿Qué piensa de la vigencia y recuperación de El Eternauta hoy?

R. No es un hecho fortuito, es algo que en algún modo tenía que suceder. Que se realice una miniserie a través de Netflix es una especie de consagración, de reconocimiento. El Eternauta es uno de los grandes relatos que Argentina generó. Es un texto clásico y sigue respondiendo cada vez que se lo aprieta un poquito.

P. Alguna vez sostuvo que Oesterheld fue el mejor escritor argentino de aventuras.

R. No me cabe duda de que es así. Además, Oesterheld tenía plena conciencia de lo que estaba haciendo. Él nunca publicó un libro, todo lo que escribió se publicó en revistas. Siempre fue un trabajador, en eso se parece mucho, y es bastante obvio pero no es para desatender, a Rodolfo Walsh. Muy similar, incluso en el tiempo. Los dos siempre trabajaron en la industria editorial, siempre escribieron por dinero, en el mejor sentido de la palabra. Vivieron de lo que escribían, traducían o editaban. Y los dos terminaron como terminaron [desaparecidos por la dictadura]. Son ejemplares en el sentido de que son representativos de una parábola en lo intelectual, en lo ideológico y en la práctica de un amplio sector de la intelectualidad argentina. Ellos lo llevaron hasta el final, se convirtieron en militantes revolucionarios y por eso los mataron. Es muy tremendo.

P. Usted ha destacado que una de las innovaciones de El Eternauta fue llevar la ciencia ficción a Buenos Aires, a un lugar reconocible para los lectores argentinos. De alguna manera, sus narraciones repiten ese gesto, incluso uno de los personajes de Tinta china se refiere a la novela como “un policial negro criollo”.

R. Esa es la idea. Una de las formas de la dependencia cultural es la imposibilidad de imaginar, que para imaginar tengas que trasladarte a otros contextos. Es decir, ¿por qué pueden volar en Estados Unidos y acá no? No, allá tampoco vuelan, boludo. Tampoco hay tantos detectives privados en Los Ángeles. Son invenciones, la capacidad de imaginar… El ejemplo mayor es lo que hizo la cultura norteamericana con episodios de su historia, como la conquista del desierto —falsos desiertos, como el nuestro, porque estaban bien poblados—, que se convirtió en el escenario generador del western. ¿Qué pudimos hacer en Argentina casi con el mismo escenario y circunstancias? Muy pocas cosas. La capacidad de aventurar, de hacer aventura con tu experiencia, eso lo hace Oesterheld. El giro copernicano de su obra es que el héroe no existe antes de la aventura. La aventura no es algo que a uno le pase, sino que uno elige que le pase. En Oesterheld la vida es un desafío en que el hombre encuentra el sentido cuando descubre hasta dónde puede llegar.

P. En su discurso de inauguración de la Feria del Libro, hizo una crítica profunda de la sociedad que pretende la ultraderecha.

R. Creo que vivimos la época de los sin vergüenza, así dicho, por separado. El sinvergüenza en nuestra tradición es un pícaro, puede ser simpático. Pero si nos remitimos a la construcción con preposición y término, el sin vergüenza es la falta de, entre comillas, sentido moral. Esa es la definición de estos tiempos que nos tocan vivir: la época de la ostentación del mal y la falta de empatía. El peligro de perder la vergüenza es general, para todos, todos los días. Hay que mirarse al espejo. No es solamente este Gobierno o que el mundo esté gobernado por gente sin vergüenza. Yo tengo 80 años, ¿dónde carajo estuve?, ¿qué hemos hecho o dejado de hacer para que esto se naturalice? Los que hemos opinado, participado, los que hemos acertado y nos hemos equivocado, bueno, hagámonos cargo. Una manera de hacerse cargo es asumir esto y nos tiene que dar vergüenza. Es una vergüenza que estemos viviendo así, no puede ser que vivamos en una sociedad tan injusta, tan jodida, es un desastre.

P. Al plantear una crítica en términos morales, ¿no se corre el riesgo de despolitizar el debate?

R. Obviamente soy un cristianuchi, no soy creyente pero vengo de ahí, tengo esa estructura en la cabeza. Me parece que no está mal pensarlo así. Si uno admite la vergüenza, es un buen lugar para empezar a pensar, un lugar que debe ser anterior a la rebeldía y a cualquier tipo de construcción individual o colectiva contra el orden imperante.

Juan Sasturain en Buenos Aires.

P. ¿Cómo evalúa la gestión cultural hoy en Argentina?

R. La gestión cultural hoy no existe, es la construcción de una ausencia. Como se supone ideológicamente que hay que dejar que cada uno haga lo suyo, en términos de un individualismo absoluto, el Gobierno, mientras ejerce un Estado al que intenta destruir conscientemente, no asume ninguna responsabilidad. Porque precisamente su política consiste en no hacerse cargo.