Dalila se llamaba Delia, hasta que su marido, el artista plástico Charlie Squirru (1934-2022), le cambió el nombre. Tendría que ser Dalila, como el personaje bíblico que, según el Antiguo Testamento, los filisteos usaron para quitarle a Sansón su poderosa fuerza mágica. Tan intensa esa semántica, con tanto peso, que no hubiese podido sostenerse en cualquier mujer. Y Dalila pudo con el nuevo nombre, proyectar una vida y una obra que hoy, con 82 años, expone en el Museo de Arte Moderno.
Dalila Puzzovio: Autorretrato es una merecidísima retrospectiva que reúne obras originales, reconstrucciones y documentos de una trayectoria con más de seis décadas de creatividad. La muestra es clave para la historia del arte argentino y comprueba la vigencia de sus intervenciones: pósters, dibujos, banners, vestidos, yesos, figurines, fotografías, documentos y su famoso tricot, así como el vestido de Miu Miu, con onda metálica estilo Paco Rabanne, son algunos imperdibles de la expo.
“Su trabajo con el cuerpo y la expansión de sus contornos y posibilidades; su atención pionera por el cuidado del diseño de los espacios de exhibición; su señalamiento lúdico del anudamiento definitivo entre arte, moda, mercadotecnia y medios de comunicación; sus reflexiones sobre las aperturas y los límites que este anudamiento supone para las mujeres en el arte; sus investigaciones sobre la compleja dinámica afectiva que entablamos con el arte, los medios, la indumentaria y otros bienes de consumo.” Esta enumeración que consagra su trabajo y su herencia es un textual del libro que se editó para acompañar la exhibición, escrito por Gonzalo Aguilar, Fernando García, Gabriela Gugliottella, David Lamelas, Victoria Lescano, Pino Monkes, Victoria Noorthoorn, Patricio Orellana, Isabel Plante y Soledad Sobrino. Es, realmente, un documento.
“Yo entregué los materiales; está hecho por personas que me conocen y tienen una idea sobre mí, pero todavía no lo leí”, dice Dalila, mientras compartimos un café en el bar del museo. Se la ve erguida y satisfecha mientras caminamos por las salas A y B de la planta baja.
“Toda la obra estaba hecha y ordenada en mi casa de la calle Cabello. Quise que la muestra fuese acá. Mi cuñado, Rafael Squirru, creó este museo. No tenía sede, no tenía nada… Lo recuerdo interpelando a la gente, agarrándola del brazo y diciendo: ‘Cómprenles a los vivos, no a los muertos’”, recuerda.
Alquimista de las artes, con una activa participación en el emblemático Instituto Di Tella, centro de investigación cultural fundado en Florida 936, en 1958. El Di Tella, a secas, se abrió en la llamada “Manzana loca”, en el microcentro porteño, donde se aglutinaron galerías de arte y de moda, como la Galería del Este. El instituto fue epicentro de vanguardias y semillero de artistas, clausurado en 1970 por el gobierno militar. Allí, pero con estudios previos, Dalila vivió la efervescencia de esa década. Su primer maestro fue el santiagueño Baltasar Besares Soraire, luego estudiaría con el pintor surrealista Juan Batle Planas y un artista conceptual como Jaime Davidovich.

“Tenía 5 años, me levantaba a la madrugada y en casa había una puerta con vidrios esmerilados que daba a un gran patio. ¡Los dibujaba con tiza! Cuando tuve sarampión y estuve en cama, hacía unos sellitos con goma de pegar con los que estampaba todo el empapelado. ¡Mi vocación fue tempranísima, definida e invasiva! (Risas). Copiaba los sellos a las monjas del colegio Nuestra Señora de la Misericordia, en la calle Cabildo, donde hice primario y secundario. Nunca fui muy estudiosa, pero zafaba pintando láminas y materiales para las fiestas. Papá me compró mi primer caballete y mi caja de óleos, y los domingos me iba a pintar a Palermo donde hacían concursos de manchas.”
Y continúa: “El Di Tella fue una creación atípica, fabulosa, real y fue tan agradable haber estado ahí. La familia Di Tella era muy espléndida y pusieron un equipo tan capaz; trajeron personajes notables como críticos de arte, directores de cine, de teatro. Los críticos venían por tres días y se querían quedar un año: Pierre Restany, Lawrence Alloway, todos geniales”.

Al mismo tiempo, Dalila se presentaba en su primera muestra individual, Informalismo (1961) -con óleos y barnices- en la Galería Lirolay, emplazada en la Manzana Loca y en la conglomeración de Rafael Squirru, el irreverente y creativo factótum del Museo Moderno de Buenos Aires, hermano de Charlie (1934-2022) y del dramaturgo Eduardo Squirru, padre de la astróloga Ludovica. Desde 1962 se manifestó comprometida con la idea de un “renacimiento estético” en el país. Y con esa convicción ineludible, participó en la primera muestra de solamente objetos, titulada El hombre antes del hombre y allí presentó su primer “yeso”.
Luego vendría Cáscaras (1963), donde mostró objetos hechos en gran parte con yesos desechados y otros materiales. Se refirió a estos objetos como “cáscaras astrales” (conchas astrales), porque sintió que retenían el aura de los cuerpos que una vez tuvieron y eran un tipo de readaptación. También con yesos, crearía su famosa serie de corsets, así como de coronas mortuorias. Estaba en boga el arte de las cosas -arte pop- y Dalila pronto se convirtió en una de sus protagonistas.
“Nos reuníamos en el taller de Charlie, donde se cocinaban todas las ideas. Allí planeamos la exposición La Muerte. Iba al cementerio, compraba materiales a los floristas y armé una serie de coronas muy originales”, dice. Y junto a otros treinta artistas, viajó como integrante de la exposición New Art of Argentina (1964), organizada por el Walker Art Center en Minneapolis y el Instituto Torcuato Di Tella. Aquélla fue una generación dorada, en la que destacó el grupo dirigido por el crítico de arte Jorge Romero Brest, integrado por popes de la talla de Antonio Berni, León Ferrari, Gyula Kosice, Alberto Greco, Delia Cancela, Pablo Mesejean, Julio Le Parc, Marta Minujín y Federico Peralta Ramos, entre otros.
Su Autorretrato en marquesina le valió el Gran Premio Nacional 1966. Ese año vistió a los integrantes del legendario show de café concert Help Valentino, con un elenco de notables como Carlos Perciavalle, Edda Díaz y Antonio Galsalla. También es recordada por el cartel publicitario en la esquina de las calles Florida y Viamonte (1965) con su retrato, el de Squirru y el de Edgardo Giménez, con un texto: “¿Por qué son tan geniales?” .

Dalila fue abrazando el pop art, al que fusionó con la moda y el arte conceptual. Sería un hallazgo premonitorio que le dio una marcada identidad. Tapa de la revista Primera Plana (agosto 1966), Dalila apareció con su vestido rosa chicle de pañolenci y su nombre cortado en sílabas, cuya reconstrucción puede verse en la muestra. Más allá de las prendas que diseñaba para sí misma, vendía vestidos para boutiques nacionales e internacionales -como la célebre Madame Frou Frou-. De hecho, muchas de sus obras mutaron en “arte para vestir”.
Artista, dibujante, ambientadora, vestuarista y diseñadora, también se destacó en el diseño de muebles y zapatos. Aunque su obra es vasta, la popularidad -la mirada masiva- tal vez la alcanzó con sus icónicos zapatos de doble plataforma o zuecos con colores fluorescentes. Hizo 25 pares, los puso en una vitrina y los llevó al Di Tella (recibió por la obra el premio Internacional Di Tella), pero también a Grimoldi, que era el auspiciante. Esto obligó al jurado a caminar las calles porteñas y ver el arte en objetos de consumo. Más tarde -ya en 2010- Dalila decía: “La vanguardia pasa por los zapatos de plataforma. Pareciera que desaparecieron los tacos con otras formas y que volvemos a estos increíbles objetos de deseo con superficies inestables. Esos que nos permiten avistar futuros inciertos, al tiempo que nos preparan espiritualmente para reinventar caminos coloridos”.
A lo largo de su carrera, Puzzovio obtuvo diversos reconocimientos: primero, recibió la Faja de Honor (1962) y el Premio a la Artista que más Promete (1963), Salón Ver y Estimar, MNBA, Buenos Aires, Argentina. Posteriormente, el Premio Nacional Di Tella por Dalila autorretrato (1966), un póster o panel de grandes dimensiones, al que añadió el cuerpo de una famosa modelo internacional, Veruschka. Un año más tarde, ganó el premio Bienal de Lima Perú 1967 con otro retrato.
Las plataformas rubricaron su carácter indiscutible de ícono pop, sumergida en la conexión de arte y moda. Hasta 1985, Puzzovio diseñó trajes para cine y teatro y trabajó en la industria de la moda. Durante los años ‘80 y ‘90, concretó destacados proyectos arquitectónicos (fue premiada en 1992 por la casa mejor reciclada, por el Museo de la Ciudad de Buenos Aires). Hasta 1990 también colaboró en varias revistas como escritora e ilustradora. Fue declarada Ciudadana Ilustre y Personalidad destacada de la cultura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (2019-2020), donde vive y aún trabaja. “La distinción me hizo sentir muy bien, más argentina y porteña”, dijo satisfecha.

Por sus obras la conocerás, podría rezar el dictum. Porque al recorrer la exposición, se ingresa al documental inmersivo de su producción vital. Se hace foco en los sesenta pero desde su primera muestra, en 1961, hasta ésta, se recrean imperdibles contextos históricos.
Hasta febrero de 2026, el Museo de Arte Moderno de la Ciudad -San Juan 360- tiene abiertas sus puertas, con entrada libre y gratuita, para disfrutar de Autorretrato.