la exposición inédita que llega a Buenos Aires por los 70 años de ‘Pedro Páramo’

la exposición inédita que llega a Buenos Aires por los 70 años de ‘Pedro Páramo’


«Soy como un tecolote», solía decir Juan Rulfo. «Miro y no digo nada«. Tecolote, ave rapaz nocturna, búho pequeño que, aunque tierno, posee unos ojos negrísimos que parecen invitar a los fantasmas a venir. La exposición México: la mirada de Juan Rulfo presenta 86 fotografías impresas en altísima calidad en pendones de doble faz –como le llaman en México a las lonas verticales o banners– y otras enmarcadas de manera clásica. Entre las lonas y las paredes se forman los callejones en los que el espectador puede perderse en el tiempo y viajar hacia los desiertos de Oaxaca o inmiscuirse en una procesión.

Mexico: La mirada de Juan Rulfo, en la Casa Nacional del Bicentenario. Foto: gentileza.

El nombre del tecolote viene del náhuatl tecolotl, y se lo asocia con lo sobrenatural, el misterio, el inframundo. Así es la mirada de Rulfo, reconocido por sus obras literarias Pedro Páramo y El llano en llamas, que en los años 50 fotografió con una delicadísima sensibilidad un México entonces olvidado y hoy ya inexistente.

La Fundación Rulfo, en conjunto con la Embajada de México en Argentina, despliega en exclusiva la otra obra del gran escritor en la Casa Nacional del Bicentenario, en Riobamba 985, con motivo de la celebración de los 70 años de la publicación de Pedro Páramo. La última vez que se expusieron fotos de Rulfo en la Argentina fue hace más de 20 años.

La muestra se completa con los grandes clásicos de la antropología mexicana, publicados bajo la coordinación del escritor, y la proyección de los documentales Del olvido al no me acuerdo (1999) y El abuelo Cheno y otras historias (1994), junto al séptimo episodio de la serie 100 años de Juan Rulfo (2017).

Las fotos de Rulfo

La obra fotográfica de Rulfo es, ante todo, sensible. Sin adornos, sin color, como su prosa, muestra el delicado contraste de lo esencial. A partir de un trabajo artesanal de medición de la luz y de composición, retrató los márgenes de México en los años 50.

“El blanco y negro nos abre la mirada a acceder a algo que es un tesoro: el mundo de los silencios», destaca Héctor Orestes Aguilar, agregado cultural de la Embajada de México. “La ambigüedad, lo implícito, todo lo no expresado, lo oculto… se convierte en arte con un resultado sobrecogedor; son disparadores para la imaginación”.

“Quien no conoce a fondo la literatura de Rulfo, pero se ve confrontado a la exposición, puede darse cuenta de que ese fotógrafo tenía la mirada de un creador de ficciones”, agrega el diplomático. Según Aguilar, la enorme capacidad expresiva en estas dos artes que tuvo Rulfo sería solo comparable con la de la escritora estadounidense Eudora Welty, que retrató los despojos de Mississippi durante los años 30.

Rulfo aconsejaba siempre que, al momento de construir un relato, había que imaginar primero el ambiente y recién ahí los personajes que lo habitan. Los espacios y gentes que retrató, sincréticos y liminales, guardan esa relación con sus ficciones.

Mexico: La mirada de Juan Rulfo, en la Casa Nacional del Bicentenario. Foto: gentileza.Mexico: La mirada de Juan Rulfo, en la Casa Nacional del Bicentenario. Foto: gentileza.

Por un lado, los campesinos: escenas de gente que se va y gente que espera. Siluetas que trabajan la tierra, que rezan, que miran al horizonte. Por otro, los paisajes: nubes espesas como un muro en lo alto de la montaña, la tierra que habla a través del volcán Paricutín y de los imponentes magueyes. Y la obra arquitectónica: los conventos y los campanarios, las sombras que proyectan las cruces, pero también las ruinas de Teotihuacán. Muñecos de Judas que pronto serán quemados, cerámicas para beber pulque, niños que se quedan rezagados para afirmarse frente al lente con gestos desafiantes o enigmáticos.

En conjunto, como anuncia el escritor Juan Villoro en el texto inaugural, Rulfo viajó por México para revelar un mapa propio: “un territorio tan íntimo e inagotable como las líneas de su mano”.

Mexico: La mirada de Juan Rulfo, en la Casa Nacional del Bicentenario. Foto: gentileza.Mexico: La mirada de Juan Rulfo, en la Casa Nacional del Bicentenario. Foto: gentileza.

Viajes de la juventud

Lo cierto es que Juan Rulfo no se pensaba a sí mismo como fotógrafo. Aunque sí trabajó como fotógrafo durante el rodaje de películas de Roberto Gavaldón, la mayoría de las fotos las tomó en los viajes de su juventud por el interior de México como vendedor de neumáticos y, en los años 50, en la Comisión del Papaloapan.

Siempre con la misma cámara, una Rolleiflex 6×6, no revelaba su trabajo y rara vez lo imprimía. Llegó a tener más de 6.000 negativos enrollados sin ningún tipo de clasificación y almacenados dentro de cajas de zapatos. Fiel a su estilo, nunca demostró una voluntad de exhibición; no dejó nombres o fechas exactas, ni tampoco un registro de los lineamientos de su búsqueda.

“A Rulfo nunca le gustaba hablar en público, era muy tímido, era una persona muy reservada, incluso taciturna. Hablaba con una voz muy susurrante, igual que sus personajes… Y eso es porque así hablaba la gente de la parte del occidente de México, de la cual él provenía, de Sayula: hablaban en murmullos”, explica Aguilar.

Mexico: La mirada de Juan Rulfo, en la Casa Nacional del Bicentenario. Foto: gentileza.Mexico: La mirada de Juan Rulfo, en la Casa Nacional del Bicentenario. Foto: gentileza.

Rulfo fue reconocido como un novelista transformador de la narrativa mexicana, pero no como un intelectual. Sin embargo, lo era. “Sabía muchísimo, por ejemplo, de música barroca o de literatura brasileña, y construyó una gran erudición en antropología”, amplía el diplomático. “Fue un hombre de una cultura muy sólida que no explotó esa imagen en la vida pública por su forma de ser”.

Después de la muerte del escritor, en 1986, gracias al trabajo del fotógrafo e impresor mexicano Jesús Sánchez Uribe –que colaboró también con el gran fotógrafo Manuel Álvarez Bravo– y los viajes de reconstrucción que su hijo Pablo Rulfo realizó, se pudieron imprimir y rastrear las locaciones de gran parte de las fotos. La Fundación Juan Rulfo, dirigida por su hijo, busca devolver una imagen del escritor más integral.

En 1955, Rulfo pasó a integrar la Comisión del Papaloapan, que estudiaba las necesidades de la comunidad indígena mixe y planeaba el desarrollo de las obras necesarias para desviar el cauce del río de las Mariposas. Al escritor se le encargó la dirección artística y el guion de un documental al respecto. Fue acompañado por Walter Reuter, un fotógrafo alemán emigrado a México a causa del nazismo, que estaba encargado de la filmación.

Mexico: La mirada de Juan Rulfo, en la Casa Nacional del Bicentenario. Foto: gentileza.Mexico: La mirada de Juan Rulfo, en la Casa Nacional del Bicentenario. Foto: gentileza.

A pie y a caballo

A veces a pie, otras a caballo, recorrieron nueve de los dieciséis municipios que comprende el distrito mixe, en Oaxaca. Llegaron a ascender el cerro sagrado de Zempoaltépetl, un lugar histórico desde el cual la comunidad mixe desarrolló su resistencia durante la colonización española y donde pudieron registrar sus celebraciones.

Mexico: La mirada de Juan Rulfo, en la Casa Nacional del Bicentenario. Foto: gentileza.Mexico: La mirada de Juan Rulfo, en la Casa Nacional del Bicentenario. Foto: gentileza.

En sus retratos, de planos medios y enteros, los protagonistas se muestran tan melancólicos como desafiantes. Con sumo detalle se pueden apreciar los rebozos que cubren los hombros de las mujeres y los elaborados huipiles que visten, las máscaras y sombreros de los danzantes y la gran empatía que Rulfo debió haber generado para llevar a cabo su acercamiento.

“En una época que le ha hecho justicia a lo escrito por Walter Benjamin en torno a la reproductibilidad técnica de la obra de arte, donde todo ya se digitaliza in situ, el hecho de que la obra original viaje tiene otro valor agregado”, cierra Aguilar.

México: la mirada de Juan Rulfo, en la Casa Nacional del Bicentenario (Riobamba 985), de miércoles a domingos, de 15 a 20, hasta el 30 de noviembre. Entrada gratuita.

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