La historia del científico que dedica su vida a cuidar a los pingüinos de la Argentina y de todo el mundo

La historia del científico que dedica su vida a cuidar a los pingüinos de la Argentina y de todo el mundo


«Mi esposo es un pingüino en el cuerpo de una persona”, dice risueña Laura sobre Pablo García Borboroglu. Una buena síntesis para describir al hombre que es considerado el máximo guardián de estas aves marinas, multipremiado y recientemente reconocido como el Explorador del año 2025 de Rolex National Geographic.

Los orígenes de su metamorfosis se pueden rastrear en los años ‘90, en Puerto Madryn, Chubut, cuando todavía era 100 por ciento humano y estudiaba la carrera de Biología en el Sur, en la Universidad Nacional de la Patagonia. Le interesaba la naturaleza, obviamente, y los pingüinos ya estaban en su mira.

Los conocía desde los 2 o 3 años a través de los relatos de su abuela Melania Agüero. Casada con Alekos Borboroglu, un griego que llegó a la Argentina en 1921 sin hablar una sola palabra en español, la mujer le contó a su nieto -con fascinación- que esos animales de aspecto amigable, que vivían en colonias, hacían largos viajes y cuidaban muy bien a sus pichones.

Cuando ya estaba en la primaria, Pablo caminaba bajo los árboles, con delicadeza, buscando cascaritas de los huevos de pingüinos recién nacidos. Esa era una de sus salidas preferidas.

Pero fue en 1991 cuando el afecto que sentía por esos animales se convirtió en acción. Un derrame de petróleo afectó las costas de Punta Tombo, una importante colonia de pingüinos magallánicos.

El desastre ambiental fue brutal. Murieron 17 mil ejemplares de la peor forma: contaminados, con su plumas empetroladas, perdiendo su capacidad aislante, víctimas de la hipotermia. Los diarios y revistas de la época cubrieron la tragedia ecológica y los canales de televisión se sumaron a los pocos días.

En 1991, durante el desastre ambiental de Punta Tombo, Pablo García Borboroglu salvando a un pingüino de los efectos del «empetrolamiento». Foto: Archivo Clarín.

La noticia era el desastre, pero también la esperanza. Organizados con piletones, guantes y líquidos para lavar el petróleo, un grupo de estudiantes, liderado por Pablo García Borboroglu, tomaba uno por uno a cada animal e intentaba salvarlos de una muerte segura.

García Borboroglu en su etapa de científico dedicado sólo a la investigación, en Punta Tombo. Foto: Archivo Clarín.García Borboroglu en su etapa de científico dedicado sólo a la investigación, en Punta Tombo. Foto: Archivo Clarín.

Fue un clic en la vida de este hombre pingüino, que en ese momento era un veinteañero.

“Realmente cambiaron las cosas para mí en ese año. Cuando rescaté, cuidé y liberé al primer pingüino que había encontrado moribundo en la playa dije: ‘Epa, mirá el efecto que puede tener nuestra acción: estamos devolviéndole vida a un animal que ya estaba perdido, quién sabe si ahora se logrará reproducir y lo que aportará a la población. Estamos cambiando algo. Si se pudieran amplificar estos efectos se podrían hacer muchas cosas’, pensé”, le cuenta a Viva.

-Me recibí de biólogo, trabajé haciendo ciencia durante casi 10 años. Me dediqué a hacer investigaciones, a escribir en un formato científico, textos en inglés.

Pablo García Borboroglu junto con un pingüino magallánico en el Sur argentino. Foto: Archivo Clarín.Pablo García Borboroglu junto con un pingüino magallánico en el Sur argentino. Foto: Archivo Clarín.

-¿Y cómo te convertiste en defensor del ambiente?

-La decisión la tomé en 2007, durante un Congreso Mundial de Pingüinos, que se hace cada tres años. Fue en Tasmania. El encuentro era como una especie de gran lamento científico, se escuchaba sobre lo mal que estaban los océanos, lo mal que estaban los pingüinos. Eso lo venía viendo cada vez que nos encontrábamos con colegas en esas reuniones. Todo muy bien descripto, con cifras. Pero yo sentía que era como describir de forma perfecta que tu casa está en llamas y no hacer nada para apagarlas. Entonces, dije: “Bueno, cómo podemos capitalizar esta ciencia, que es muy buena porque hay excelentes científicos dedicados a los pingüinos, en algo con impacto en conservación y trabajar como una gran red”. Así nació Global Penguin Society (GPS).

-Te transformaste en un líder y también en un comunicador, ¿fue difícil?

-Fue como tener una noción distinta. Yo veía la información en lenguaje científico, que era inaccesible, que estaba en otro idioma. Había que transformarla para que llegara a la gente en un lenguaje más ameno, entendible, y que le interesara a más personas. Es decir, para compartirla no sólo con los tomadores de decisiones, sino también con legisladores, con las comunidades. Yo creo que, para cambiar las conductas, tenés que tocar el alma y eso fue lo que nos propusimos. Esa fue mi motivación.

-GPS fue un éxito, creció casi exponencialmente.

-Nació como algo chiquito y se posicionó como algo global, con acciones en 20 países. Hacemos ciencia, protección de hábitats y educación. A mí me parece que funcionó porque era algo que faltaba.

-¿Cómo lograste que se popularizara la propuesta?

-Fue muy importante la interacción con organizaciones como National Geographic, Disney u otras que por ahí nos daban elementos para comunicar mejor. Como científico, te parás y das números y en el momento eso no cambia nada en la gente. En un ámbito científico está correcto, pero lo importante es qué me hace sentir ese número. Contar, por ejemplo, que el pingüino tiene visión ultravioleta, que ve el mundo como no lo podemos ver nosotros. Que esa cualidad es fundamental para alimentarse bajo el agua. Saltar la brecha entre la ciencia más dura y la realidad, si se quiere.

-La figura del pingüino, tan carismática, juega a favor.

-Totalmente, porque si bien nos enfocamos en todas las especies de pingüinos del mundo, lo que hacemos es conservación oceánica. Empatizamos con el océano, que es clave porque brinda oxígeno, alimento, regula el clima en todo el planeta. El pingüino tiene una veta carismática que llega a la emoción de la gente, de los empresarios, de los tomadores de decisiones y, qué pasa, el pingüino también -ecológicamente- usa el ambiente de manera muy amplia. Nada miles de kilómetros, entonces, cuando protegés esos ambientes, beneficiás también a miles de otras especies que coexisten con los pingüinos, que tal vez ni sabemos que están ahí o no tenemos información o no son tan conocidas. Por eso, cada vez que creamos un área protegida, hacemos el listado de especies que se benefician de estas especies más carismáticas.

-De todas maneras, debe ser complicado conseguir el respaldo para tener más áreas protegidas.

-Es un proceso que requiere poner en marcha un esquema que fuimos refinando con el tiempo. La mayor parte de los pingüinos vive en países en desarrollo, como la Argentina, en donde el ambiente no es una prioridad o por lo menos no hay presupuesto para estas cosas. Entonces, nuestro esquema es el siguiente: utilizando la ciencia vemos qué problema hay y vemos además cuál sería la solución, ponele que fuera la creación de un área protegida. Nos acercamos a los gobiernos, les ofrecemos la financiación para hacer los procesos y nos asociamos para que ellos aporten equipos técnicos y política de ambiente. Así es como ya hemos logrado 13 millones de hectáreas de áreas protegidas.

García Borboroglu con su esposa Laura y uno de sus hijos, Alejo. Foto: Pedro Fernández.García Borboroglu con su esposa Laura y uno de sus hijos, Alejo. Foto: Pedro Fernández.

-Es un gran número. A mí lo que me gusta de las áreas protegidas es que es algo que nos va a trascender, es algo que queda. Lo mismo pienso sobre el tema legislación, que es un tema duro, árido pero que es muy necesario abordar porque, primero, si estuviera la legislación en su lugar, evitaría montones de daños. O si el daño ocurriera, se podría penalizar, o detenerlo directamente. Es decir, podría haber una remediación, y en eso vemos que muchos países están atrás. Argentina es uno de ellos. Argentina es un país que está muy retrasado en ese sentido. Nosotros tuvimos el caso de ecocidio en el Sur (el primer juicio por el daño a pingüinos en Punta Tombo en 2021), donde la fiscal Florencia Gómez usó la ley Sarmiento, que tiene más de 80 años, o sea, en ese momento probablemente ni existían las retroexcavadoras. Es una locura no tener una legislación actualizada, sobre todo en un país en que la gente tiene una valoración ambiental. Acá, lo vimos con este caso y en muchos otros, a la gente le importa el ambiente. Y opina, eso se ve mucho en redes. Nuestro enfoque es no dar un combate por el combate mismo sino ver cómo podemos trabajar juntos para coexistir. Hace 50 años las áreas protegidas estaban hechas contra la gente: se ponía una valla y la gente quedaba afuera, que no toquen, que no miren. Eso cambió. El mundo cambió.

-Durante mucho tiempo se pensó que proteger el ambiente era subir a un buque llamado Guerrero.

– Yo entiendo que en algunas situaciones extremas por ahí se justificaría ir en un buque para detener un daño inminente. Pero en general nuestro enfoque es que nos vean como una especie de aliado. Porque en muchos casos, primero, los fondos que se necesitan para financiar la conservación no se pueden esperar de fondos públicos, hay que buscar los fondos privados. ¿Cómo se logró que hoy haya menos casos de pingüinos empetrolados? Se alejaron las rutas de los buques porque hubo un diálogo y también hubo convenios entre las empresas navieras para alejar las rutas de ascenso y descenso, para evitar colisiones en alta mar. Entonces, el sector privado es un gran aliado de conservación. Hay que convencerlo, no combatirlo: hay que incorporarlo porque tiene todo para construir. Yo creo que hay que trabajar en conjunto y no hay que demonizar al privado, el privado somos nosotros también. Simplemente hay que acercarle posibilidades y darle información.

-¿Qué tarea hacen en educación?

-En GPS tenemos un programa educativo interesante, ya llevamos a más de 13 mil nenes a conocer a los pingüinos, para que los vean cerca, para que los valoren. Estamos de algún modo contando el cuento de Melania, mi abuela. Invertimos tanto en educación porque nunca sabés si en uno de los micros tenés un futuro presidente a bordo y vos lo estás llevando a ver pingüinos. Y no sólo presidente. Para hacer conservación uno no necesita ser científico, biólogo. Nosotros necesitamos periodistas, arquitectos, ingenieros, expertos en finanzas para financiar la conservación, psicólogos sociales. Todo el mundo desde su perfil puede aportar.

-Con los chicos supongo que es más sencillo inocular la importancia de la conservación porque vienen con otro chip.

-Sí, la forma en que los chicos se relacionan ahora con el mundo es distinta. Uno de mis hijos, Alejo, está estudiando Ingeniería mecánica, pero para dedicarse a las cuestiones de energías alternativas. Yo creo que la conservación está hoy en el ADN de los chicos. Y cuando sean grandes serán votantes. En la Argentina todavía no hay plataformas con políticas ambientales de verdad. En Europa, sí. Yo creo que eso también irá cambiando.