“Prenda de dormir, generalmente de mujer, que cubre el tronco y cae suelta hasta una altura variable de las piernas”. En la propia definición del camisón en la RAE se encuentra el matiz importante: es una prenda principalmente femenina. En sus sinónimos —pijama, picardías— se advierte ya un doble sentido. Es, al mismo tiempo, una prenda diseñada para dormir y una prenda pensada para quitar el sueño. Hoy, que el camisón vive una nueva edad de oro entre las mujeres que hacen apostolado de otros tiempos (Nara Smith, Ballerina Farm), se confirma que esta prenda, que a priori podría parecer de lo más inofensiva, es un campo de batalla simbólico que refleja las transformaciones sociales, culturales y políticas en torno al cuerpo femenino y el papel de la mujer en la sociedad.
Un repaso rápido a la historia del camisón nos lleva a los siglos XVIII y XIX, cuando surgió esta prenda específica para dormir: la camisa de noche o camisón, que usaban por igual hombres y mujeres. Un salto al siglo XX nos presenta a los hombres cómodamente vestidos para la cama con un pijama, primero los de clase alta y después todos los demás, y a las mujeres posvictorianas con un camisón largo, opaco, con mangas hasta la muñeca y cuellos cerrados. La virtud se medía por los centímetros de la tela y una mujer “decente” debía ser recatada incluso en la intimidad, porque la mujer ideal era casta y obediente.
Durante la primera mitad del siglo XX los rituales burgueses incluían el ajuar como parte fundamental del tránsito a la vida conyugal y la prenda principal era el camisón de lino blanco, muchas veces bordado a mano como parte del aprendizaje doméstico femenino. Las revistas femeninas de la época (como La Moda Elegante en España o The Delineator en EE UU) publicaban patrones y consejos sobre cómo confeccionar estas piezas. No estaban destinados a seducir, sino a complacer desde la discreción.
Con los años veinte llegó la silueta sin corsé. El camisón, hasta entonces herramienta de invisibilidad, se volvió deseado. Diseñadoras como Coco Chanel, Madeleine Vionnet o Jeanne Lanvin crearon camisones de seda cortados al bies, que fluían con el movimiento del cuerpo. Eran sofisticados, sensuales y, por primera vez, diseñados para el disfrute de quien los llevaba. Y llegó Hollywod: Marlene Dietrich, Jean Harlow, Ginger Rogers, Clara Bow y otras divas introdujeron la idea de que el camisón podía ser una declaración de libertad personal, no solo una prenda de descanso.
La posguerra trajo consigo una contradicción feroz. Por un lado, Hollywood encontró en el camisón un arma de seducción: una de las escenas más sensuales del cine clásico ocurre cuando Marilyn Monroe aparece en la habitación con un camisón blanco satinado, casi translúcido, en Niagara (1953). La puesta en escena la convirtió en un símbolo erótico, escandalizando a sectores conservadores, pero funcionó, y unos años después, en 1958, Elizabeth Taylor hizo lo propio con un camisón blanco diseñado por Helen Rose en La gata sobre el tejado de zinc. Al mismo tiempo, la sociedad imponía a la mujer el regreso al hogar, el abandono del trabajo y la recuperación del rol de esposa.

El camisón, convertido en una pieza de lencería sexy, encerraba una trampa: embellecer la vida doméstica, disfrazar de lujo la renuncia. “Era la época en que las mujeres se vestían para estar guapas mientras hacían el desayuno”, recordaría años después Betty Friedan, autora de La mística de la feminidad. Es evidente que el camisón ofrece una doble lectura que resuena con el debate sobre el fenómeno de las tradwives de nuestro tiempo.
En los años sesenta, con la segunda ola del feminismo llegó el rechazo. Muchas mujeres dejaron de usar camisones —y sujetadores— por considerarlos artefactos del control patriarcal. Llevar pijama, o cualquier otra prenda considerada masculina, se convirtió en un gesto político. Sin embargo, en los setenta, empezaron a surgir otras lecturas más simbólicas. El movimiento hippie rescató camisones de aire victoriano, blancos, vaporosos, comprados en mercadillos o heredados. Era una forma de reapropiarse de la estética femenina desde el antimaterialismo.
Así llegamos a los años noventa, cuando se dio un nuevo giro de guion. Primero vino de mano del grunge, con Courtney Love y aquel estilo bautizado como kinderwhore, y se paseaba por escenarios y fiestas con diseños blancos y satinados con detalles de encaje y delicados bordados, con un aire un tanto andrajoso, en una crítica irónica a la feminidad tradicional. Después llegó el minimalismo: el slip dress de Kate Moss o Carolyn Bessette (que rompió todos los clichés con su vestido de novia satinado para casarse con John Kennedy Jr.) era el heredero directo del camisón, convertido en vestido de noche, de día o de alfombra roja. El camisón había pasado a ser una elección estética, que hoy muchas marcas de moda recrean.

Hoy el camisón habita en una ambigüedad interesante. Hay quien lo reivindica como emblema de una “nueva feminidad”: solo en el mes de julio hemos podido ver en redes sociales a Nara Smith preparando lo que come su marido en un día y vestida con un camisón blanco con el nombre de él bordado, maquillándose ante la cámara con otro diseño de flores o con un delicado camisón azul con encajes haciendo galletas de canela. Otra de las tradwives contemporáneas nos la regaló la ficción: Betty Draper (la icónica ama de casa ambientada en los cincuenta, interpretada por January Jones en la serie Mad Men), enfundada en un camisón blanco, cigarrillo en boca y disparando con una escopeta.
Medio siglo separa a estas dos mujeres, a las que une la misma estética. Siluetas de inspiración vintage, telas suaves y tonos pastel, acorde con los roles de género tradicionales en el matrimonio, las tareas del hogar y la crianza de los hijos. El regreso del camisón encaja en esta visión romántica del pasado, aunque no es exclusivo de las tradwives.
Mientras tanto, algunos perfiles en redes sociales crean contenido evocador sobre estas prendas. Es el caso de Kim Murstein, copresentadora del podcast Excuse My Grandma, que enseñaba hace unos días la colección de camisones de su abuela Gail, con piezas hechas a medida o firmadas por Oscar de la Renta o Priamo. El vídeo tiene una ingente cantidad de preguntas sobre dónde ha comprado la abuela esos camisones tan bonitos.
Algunas firmas de moda también están rescatando el camisón por su aire vintage. Marcas como Sleeper, La Perla, Helenè The Label o Simone Pérèle, por ejemplo, lo reinventan con narrativas de empoderamiento. Y entre unas y otras, el camisón vuelve a colarse en las conversaciones sobre el cuerpo femenino y la libertad, lanzando la eterna pregunta de si es un símbolo de control o un terreno de decisión. La respuesta, probablemente, esté en cómo entendemos el lugar que ocupa la mujer en el mundo.